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Abre los ojos. La oscuridad la alarma, las siluetas que aparecen ante ella le resultan extrañas, como entes de otro mundo. Por un instante no reconoce donde está. En unos segundos sus ojos se acostumbran a la oscuridad. Ahora todo le parece familiar. Todo era un sueño, un terrible sueño.
Ahora nota las reacciones de su ser: está sudando, su cuerpo se encuentra tembloroso, percibe la taquicardia y pareciera que el corazón va a salírsele del pecho; mientras su boca está seca como el desierto.
La sed le quema la boca, se obliga a sí misma a levantarse. Sus pies se vuelven torpemente pesados como el plomo, mientras camina adivina los obstáculos que de día son un conjunto de muebles simples, ordenados, sin pretensiones y por lo mismo lucen elegantes. En las paredes sobresalen una que otra pintura al óleo y algunas macetas pequeñas acompañan las ventanas.
Ha llegado al vilo de la puerta de la cocina, se detiene en seco, a tientas busca el interruptor, lo encuentra y la claridad repentina del recinto la obliga a parpadear, acercándose al refrigerador.
- Aquí hay un vaso – piensa, mientras recorre una silla. Se sienta a la mesa, vierte un poco de liquido transparente, languidece pusilánime al recordar su inquietante pesadilla en la que eran perseguidas por un sangriento asesino, jamás pensó que su madre apareciera así en uno de sus sueños.
Era una calle oscura, en ella apenas uno que otro farol, la acera impregnada de humedad, el cielo plomizo y ni un alma rondando cerca.
De repente, al dar vuelta en una esquina, un sujeto las abordaba intempestivamente provocando el súbito desmayo de su madre.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraba indefensa ante ese miserable ser. No podía titubear ni un segundo, eso significaría la muerte. Mientras tanto, el villano aparentaba estar inmóvil. Un instante después, con toda la determinación su mano emprende el viaje hacia la bolsa derecha de su chaqueta, un impresionante puñal de afilada navaja hace acto de presencia ante el asombro de la señorita.
Luego no realizaba más que fallidos intentos por reanimar a su madre que permanecía inerte, desde que se desplomó.
Acto seguido, el sujeto la miraba de arriba abajo, quizá buscando un lugar donde herirla, quizá buscando un punto débil y así matarla rápidamente, sin dejar rastro. A ella no le preocupaba tanto su muerte, le angustiaba más saber que dejaría a su madre desprotegida, así que se apresuraba a buscar con que emprender la ofensiva ante el hombre.
Miraba hacía abajo y en la acera llena de humedad, entre tanto barro, lograba divisar una pequeña roca.
- Esto servirá – pensaba.
Ágilmente se inclinaba, percibía la superficie áspera, húmeda y fría de la roca.
Y justo en ese momento, advertía un hilo delgado de sangre cayendo sobre el fango; la sangre cálida, viva y oscura resbalando por su mejilla izquierda y así descubría: ¡Es mi sangre!
Ahí se interrumpía el sueño.
Le sorprende el hallazgo de un líquido frío en sus mejillas: son unas lágrimas que seca rápidamente.
De nuevo en la cocina, se dice a si misma: “debes volver a la cama, ya es tarde, mañana hay que ver a papá y pareceré un mapache”.

Texto agregado el 13-11-2006, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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