He ido a muchas presentaciones de libros, y he visto a lo lejos a muchos escritores famosos. Les veo y trato de no decirles nada. Hay veces en que les doy la mano, otras les miro en silencio, buscando en sus ojos algo semejante a un dios, un loco. Con el tiempo he dejado de ir a reuniones de escritores y ni al cine voy. He quedado solo en mi universo. Casi no leo libros, no veo los periódicos ni deseo tener amigos ni amigas... ¿Putas? Una que otra vez. Soy como soy, al fin soy como he sido, seré y soy. Me paro y sé que me he parado. Me siento y siento que me he sentado. Respiro y siento que respiro. Mas cuando escribo, no soy quien lo hace, es alguien mas, susurrándome la palabra a decir, el tono, la línea a continuar, la repetición que debo subrayar... Crear, escribir es el juego de un dios con alguien dentro de mí. No sé hacia dónde voy ni a dónde llegaré, no importa saberlo, lo que sí importa es que continúe la marcha, que no pare, que no muera congelado en el camino, que hay calor, amor al otro lado de la colina, que los cielos esconden libros e historias hermosas, que una tarde viene después de una fría mañana, que un tonto se viste de inocente porque es tonto e inocente, y que dios está escondido en los ojos de cada criatura animada, y, quién sabe, enterrado en cada grano de este universo apelmazado de estrellas fugaces.

¿Puede algo contarme si la muerte y la vida existen para uno como yo?

¿Puede algo bocetearme la verdad en todas las cosas?

Es mejor continuar escribiendo, alejado de mi mismo, pero no tanto como una sombra. Escribir, caminar sobre las aguas turbulentas, con fe... Es un milagro, quizá más importante que resucitar a infinitos muertos. Por ello, me abandono a mi suerte alejada de una historia y he dejado de ser, al menos mientras coja esta pluma y escriba de verdad, sobre un todo, incluyendo estos ojos, estas líneas que me siguen como sombras tras mis pasos... Palabra de fe.