- ¡ Helados ! ¡ Helados!. Iba pregonando el Heladero.
- ¡ Señor, señor! ¿Me da uno de canela?
- ¡ Tenés con qué pagarlo?
- Esta monedita que brilla como el Sol.
Al escuchar las palabras de la niña, el Sol, que se cocinaba en su propio calor, hizo un guiño al Heladero.
- ¡ Venga esa moneda y te doy un polo de limón !
El Heladero siguió su camino. En la calurosa siesta del verano quedaron, Marianita con su helado y, arriba en el cielo, el Sol.
- ¡ Qué rico helado!, pensó Marianita relamiéndose de gusto mientras le quitaba la envoltura de papel.
- ¡ Qué sabroso heladito!, se dijo el Sol transpirando a más no poder allá en su casa de calor.
Una chupadita, dos y la niña no pudo seguir porque el Sol estiró su larga lengua de fuego, tocó el helado y lo derritió.
Marianita miró el palito desnudo en su mano. Contempló un momento el charquito formado en el suelo. Luego, dirigiéndose al Sol, le sacó la lengua, hizo algunas morisquetas y terminó llorando a grito pelado.
Al ver la niña llorar, el Sol se sintió tonto y grandullón. Tuvo tanta vergüenza por lo hecho que se puso todo rojo y corrió a esconderse detrás de la cordillera.
Vino la Noche y salió la Luna. Comenzó el nuevo Día. El Sol no apareció, seguía avergonzado en su escondite. Otra vez tuvo que aparecer la Luna, pero su luz no alcanzaba. ¿ Qué sería de las plantas y las flores, dónde irían a vivir los colores? La Negra Oscuridad se rió con ganas, ahora reinaría de noche y de día.
- ¿ Seguís enfadada con el Sol?, preguntó la Luna a Marianita.
- Sí, porque es un tontolón.
- Él me ha prometido que si lo perdonás, ha de salir nuevamente con su luz a pintar de colores la vida. Se buena, vení conmigo a buscarlo y, como premio, te llevaré de paseo a las estrellas.
Bajó y bajó Doña Luna bien cerquita del suelo. Mientras descendía fue adelgazando hasta quedar flaquita, flaquita, como una media luna.
Marianita montó de un salto en su luna-caballito.
¡ Allá va la niña por el cielo. Caballo con alas de plata y lucecitas en el pelo!
Las Estrellas vuelan, desde todos los rincones, para verla pasar. Jamás estuvieron tan cerca de una niñita.
-¡ Hola !, le dicen las Estrellas.
- ¿ Qué tal?, saluda Marianita, ¿ no han visto al Sol?
- Nunca podemos verlo porque él sale a trabajar de día y nosotras acompañamos a Doña Luna por la noche.
El Lucero, que es una estrella encargada de despertar al Sol por las mañanas, vino e indicó a las viajeras que siguiesen hasta el gran Aconcagua. Allí se ocultaba el Sol.
Voló la Luna en esa dirección. Cuando faltaba poco para llegar, Marianita alcanzó a divisar al Sol. Estaba rojo como un tomate, medio oculto bajo una inmensa capa de nieve.
- Pobre, dijo la Luna, que avergonzado está.
Marianita gritó con todas sus fuerzas. ¡ Eh, Don Sol!, ya no estoy enfadada con vos. Vení, alegrate, vamos a jugar al escondite. Y, diciendo esto, pidió a la Luna que escapara corriendo por el cielo.
El Sol escuchó a Marianita y, al verla contenta, salió de su escondite sonriendo y radiante como nunca.
Corre y corre el Sol en persecución de la Luna. Cree que algún día podrá alcanzarla y pillar así a Marianita. El muy tontolón no se dio cuenta que la niña se bajó por una larga escalera de soga y, desde el suelo, ríe y ríe sin parar.
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