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El agua caía del cielo hasta mi cabeza,me sentí inquieto, sin abrigo alguno, sin techo en donde refugiarme. Estaba sumergido en la oscuridad de la noche, los escalofrios penetraban mi alma, no sabía si era producto del clima o del gran miedo que sentí en aquella ocasión. Decidí encender uno de los manoseados cigarros que tenía en mis bolsillos, me sitúe debajo del pórtico de una de las antiguas casas que por ese hermoso barrio abundaban, todo ello para evitar los constantes azotes de la lluvia.

Esperé largo rato, fumando desesperadamente, como si alguien me estuviese apuntando con una pistola en el craneo. Pensé en mi familia, ¿Qué sería de mis hijos? ¿Mi mujer? ¿Esta sería la solución recomendable para librarlos de aquel penoso estado? Estuve mucho rato concentrado en dichos pensamientos, que fueron interrumpidos por la llegada de la inconfundible camioneta. En ese momento me llené de valentía, listo para hacer algo que jamás hubiese hecho hace un par de años.

El gordo se bajó del vehículo, me entregó una pesada pistola, sentí la carga inmediatamente, no sólo por el peso del arma, sino también por el peso del crimen. Muy confuso subí a la camioneta, nos fuimos al hogar del millonario alcalde, gordo de mierda que goza de sus bienes, mientrás nosotros los de su comuna sufrimos por su irresponsabilidad.

Llegamos a su mansión y fue grande nuestra suerte al verlo en las afueras, sacando la basura. En ese instante me dijeron que le disparara desde el vehículo, la calle estaba desierta, era el momento oportuno, para después, salir a toda marcha del lugar.

Le disparé, de un solo tiro la bala logró penetrar por sus sesos, vi la explosión sangrienta que desde su cabeza se proyectaba. El gordo pisó el acelerador y a toda marcha nos fuimos...


* * *

No funcionó del todo bien, la profesora Inés me miró con una cara de irritación máxima, sentí el remordimiento y me culpé por no haberlo disimulado bien. Debí haber arrojado aquella bola papel en un momento más preciso, me expulsó, y me envió a la temida oficina del director.

El cura me acompañaba camino a la silla eléctrica, leía las plegarias del sagrado libro, mientrás yo, con lágrimas en mis ojos, me preparaba para el fin, me preparaba para el epitafio de mis arriesgadas vivencias ...

Texto agregado el 12-11-2006, y leído por 268 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-12-2006 Realmente es un relato muy bien construido, atrapante y con final inesperado. Felicitaciones y mis 5* patra
26-11-2006 Que fuerte!!****** terref
13-11-2006 Notable...( hasta los asteriscos ***) Salud.(2) padypalacios
12-11-2006 Fascinante cuento. Todos de seguro hemos asesinado con la cabeza... y el que no, que agilize el voltaje de la silla... =) la_gitanita
12-11-2006 Note niego que tienesoriginalidad,imaginaciòny ganas, osea, sumado a tu corta edad, eres genial! doctora
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