"Hubiera sido imposible no enamorarse de ella, imposible no quedar arrebatado por el simple hecho de que estuviera allí. A partir de entonces, mis días estuvieron más llenos"
Phileas Fogg, acerca de Kitty Wu, en Moon Palce, de Paul Auster
Debería poder contar la gracia con la que mueve sus caderas cuando camina. Esa gracia andaluza, de gen gitano que se asoma en sus ojos cuando se enfada y cuando bromea.
Debería hallar la suave suerte de poder describir sus ojos por la mañana, o su sonrisa. Debería poder construir con caligrafía recién nacida que su silencio, idioma natal, ya no me es extraño.
Debería poder decir que su simple manera de existir, es de una complejidad que avasalla, que pervierte lo simple, lo deduce de las cuentas del dolor, y lo transforma en juegos y mordidas.
Debería poder decir que es el arte en sí, con sus razonamientos complicados acerca de ella, acerca de todo.
Pero no puedo decirlo: Ni quiero.
Ella es la figura perfecta. Es la ralentización de un catalizador que se cuece en su mirada de abismo.
Luz y oscuridad, pequeña brisa que por las mañanas cambia mi mundo con la simpleza de estar en ella, así como ella en mí.
Ni todo ni nada.
Ella es la premura de un mundo que acaba, de un mundo que nace. Es la cajita donde algún ser Divino, que guía mi destino, depositó mi alma, mi vida. Y ella la lleva en sus manos, en su pecho. La pone con gracia en mi almohada, me deja dormir, al fin dormir, y le pone punto final a mis pesadillas.
Ella no es apenas como Kitty Wu, ella es el lugar donde la Luna descansa; es el Palacio de la Luna |