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Las veinticuatro horas ya estaban por terminar, así como la primera cerveza de la noche, la segunda del día. Nino se recostó en el sillón y puso su vista de nuevo en la oscuridad que se tendía sobre la ciudad. Desde la ventana las estrellas se percibían más lejanas de lo que a él le gustaban.

Tres toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos y su corazón saltó tan abrupto que le hizo incorporarse rápida y torpemente hasta el punto de casi tumbar la cerveza.

- ¡Cerote!

La sorpresa creció al ver fuera del umbral al viejo amigo que tenía meses sin ver.

- ¿Puedo pasar? O… ¿Es mal momento? - dijo mientras adelantaba la cabeza buscando dentro de la casa.

Nino le invitó a pasar con un movimiento de la mano derecha mientras daba un paso hacia la izquierda.

- Sabía que te encontraría despierto; esa costumbre de disfrutar de la compañía de la noche no la vas a dejar nunca.

Se sentaron en las sillas del comedor y el visitante observó de forma rápida el cuaderno, la pluma y la cerveza que estaban en la mesa.

- Creo que traje cerveza de más, veo que ya tienes las tuyas.

- Sólo son un par que compré para la noche - dijo Nino en un susurro.

- ¡Ah! ¡Pero si todavía habla! Pensé que te habías quedado mudo. Eso o que mi visita no merece ni un breve comentario.

- No es eso, es que… bueno, eras el que menos esperaba en este momento. Simplemente me tomaste por sorpresa.

- Bueno, entonces déjame guardar las cervezas y cambiarte una por otra más fría. - dijo mientras caminaba al refrigerador.

Nino sacó un cigarrillo y lo encendió en la llama de la candela que acompañaba los otros objetos en la mesa.

- ¿Y eso? Pensé que ya no fumabas. - dijo el visitante con expresión de sorpresa - Es más, me habían dicho que ya no tomabas, pero eso no lo creí. Ya veo que no me equivoqué, pero lo del tabaco lo había confirmado las últimas veces que nos vimos.

- Supongo que hay hábitos difíciles de abandonar.

- Bueno, espero que no te moleste que saque uno de los míos. ¿O también retomaste esa costumbre?

- No, eso sí lo dejé hace mucho, pero adelante, no me molesta. - Nino terminó su cerveza de dos tragos y dejó la lata vacía sobre la mesa mientras el visitante encendió el pitillo y aspiró profundamente de él.

- Por lo que veo sigues escribiendo. Me tienes que mostrar tu material nuevo.

- No es mucho, sabes que yo escribo por rachas y que a veces mi musa se aleja por largo tiempo. - Acarició su cuaderno de manuscritos con su mano derecha y luego lo cerró.

- A ver, a ver, conozco ciertas actitudes y no creo olvidar los motivos. Fumando de nuevo, bebiendo sólo y a estas horas y atorado en el embotellamiento de la carretera de las ideas que no quieren fluir. ¿Quién es?

Nino le vio a los ojos, sonrió con resignación y apagó la colilla del cigarrillo en el cenicero, que parecía ya no poder más con su abundante contenido de días. Luego sacó otro mentolado y lo encendió en la candela.

- ¿Y desde cuándo tan romántico para encender cigarros?

- Desde que me quedé sin fósforos. - dijo mientras se levantaba por otra cerveza. - Gracias - dijo levantando la lata nueva. La abrió y bebió la mitad de cuatro tragos largos y continuos.

- Una de dos: o tienes mucha sed o quieres seguir los pasos de Hemingway en tu carrera de escritor. No tengo que recordarte lo mal que él terminó.

Nino rió con brevedad y desgano y tomó otro trago de la lata.

- Hmmmm, la depresión. Dicen que la soledad es mala compañía, pero la depresión es peor.

- Esto no es depresión, gracias por preocuparte, digamos que simplemente es duda y ansiedad.

El humo del tabaco y la marihuana se mezclaban en lo alto al alcanzar el techo y los dos amigos guardaron silencio por unos segundos.

- Cambiando de tema, dime ¿Al fin encontraste quien te consiguiera ajenjo? Recuerdo que tenías obsesión por probarlo.

- No, eso ya no se consume y luego decidí dejar todas esas cosas por lo sano.

- No me digas que ya no te llama ni un poco la atención. - metió la mano en su bolsillo y sacó un frasco de color ámbar que Nino observó muy callado y con curiosidad antes de tomarlo con la mano y acariciarlo.

- ¿Cómo lo conseguiste? - sus ojos no pudieron ocultar la sorpresa y la ansiedad, así como nunca pueden ocultar nada de lo que siente.

- Ah…. Tengo un amigo farmacéutico, él tiene amigos que tienen amigos, y uno de ellos dio con esto en un pequeño baúl de reliquias. Pero si ya no te interesa lo devuelvo.

Nino guardó silencio de nuevo mientras sus ojos seguían posados en el frasco.

- Me dijeron que es justo lo de una dosis. Puede que no sea tan fuerte como el que usó el Dr. Jekyll, pero dicen que sirve.

Nino se puso de pie y se acomodó el cabello con ambas manos. Se acercó a la ventana y observó las luces de los carros que pasaban por la calle.

- Dicen que el ajenjo te hace ver lo que tu subconsciente esconde, aunque también hay quien dice que hay mucho alrededor de sus efectos que se pierde en el plano de las leyendas. Yo creo que no debe ser muy distinto a la yerba y de pronto te ayude a terminar eso que tienes a medio camino.

Nino se volvió a sentar y tomó de nuevo el ajenjo entre sus manos.


Más tarde estaban los dos en el patio trasero, observando el cielo. Sobre ellos pasó una estrella fugaz que trazó una línea etérea similar a una herida sobre la piel oscura del cielo.

- ¿Crees en eso de las estrellas fugaces? - preguntó el visitante - yo perdí la costumbre de pedirles deseos desde que nunca pude perder la virginidad con aquella tipa de la secundaria.

- Yo tampoco les pido deseos, me parece tan tonto como las cartas a Santa. - dijo Nino después de un par de tragos de una nueva cerveza y una larga mirada a la estela que casi había desaparecido.

Dos segundos después de decirlo, la lata cayó al suelo. Una nueva estrella fugaz apareció y describió una curva imposible en su trayectoria. Con asombrosa rapidez pareció dirigirse directamente a ellos mientras su tamaño aumentaba como una amenaza.

La pesadez de sus miembros y el adormecimiento le impidieron decir una palabra, y poco a poco sentía que el miedo le llenaba y la noche se volvía día. El mundo a su alrededor se suspendió en quietud y un segundo enorme de silencio interrumpió el canto de los grillos escondidos entre el monte. Inmediatamente escuchó un estruendo ensordecedor y un calor como el del sol quemándole la cara. Un golpe atentó contra la unión de sus miembros y, acto seguido, se sintió tumbado de espaldas en el suelo.

Quiso incorporarse, pero su cuerpo no respondió. Después de varios intentos desistió y dejó de sentir esa pesadez que le había invadido.
Sintió que durmió por largo rato, pero el calor nunca le abandonó. El estruendo seguía existiendo, pero ahora parecía que iba y venía en ciclos regulares.

Después de un tiempo que no pudo saber cómo medir, abrió los ojos. Frente a él vio una silueta oscura, recortada de un fondo muy brillante que le lastimó las retinas.

- ¡Oh! Veo que el extraño al fin despertó.

Casi se cagó cuando pudo reconocer la figura de la que había salido la voz. Un pingüino le observaba curiosamente, de pie a su lado.

Se sentó de un salto y su desconcierto creció cuando sus dedos identificaron la arena sobre la que estaba sentado. Observó atento su entorno y se preguntó que diablos haría en esa playa. Es más, qué hace un jodido pingüino en esa playa.

- ¿Qué? ¿Cómo?

- ¿Cómo es posible? ¿Qué hace un pingüino en una playa como esta? Bueno, aquí nací. De hecho, acá me puso mi creador, porque no recuerdo ni un padre ni una madre. Deberías saberlo.

Nino se tocó la cabeza buscando un golpe en ella, pero no encontró nada inusual.

- ¿Raro? Si quieres podría llamar al cangrejo para que te sientas más cómodo, pero está ocupado buscando sombra. Si tan sólo se diera la vuelta llegaría más rápido.

- ¿Qué hago aquí? ¿Cómo llegué?

- Supongo que acá era donde querías llegar; no hay otra forma. - El pingüino corrió al agua y se zambulló en ella.

Nino no sabía qué pensar; sus pensamientos parecían un laberinto de roca sólida y él estaba perdido en algún lugar de los kilómetros de corredores que lo formaban.

El pingüino salió del mar con un pez en el pico. Se sacudió el agua del cuerpo y lo engulló con un rápido movimiento.

- Perdón; es que si no aprovecho cuando los peces se acercan, esas malditas gaviotas prehistóricas me dejan sin comer.

- ¿Por qué dices que yo quise llegar aquí?

- ¿No fue ese tu deseo?

Recordó violentamente el deseo que le había pedido a la estrella fugaz. Había mentido, nunca dejó de creer en las estrellas fugaces; nunca dejó de pedirles deseos. Sacudió su cabello y rió al pensar que la única vez que una estrella le había escuchado, se había equivocado.

- No, no se equivocó, te trajo a donde le pediste que te llevara. - el pingüino se tiró de espaldas en la arena y con sus alas y patas dibujó una silueta de ángel, como lo hacen los niños de las películas de navidad, sólo que allí no era nieve el lienzo en el que quedaba impresa la obra.

- ¿Cómo es posible? Mi deseo era encontrarla, tenerla cerca de nuevo. En vez de eso estoy aquí con un absurdo, un animal que no pertenece a este lugar.

- ¡Oye! Ya te dije que a mí me pusieron aquí; no me llames absurdo.

- Me refiero a que en lugar de estar con ella estoy acá, con alguien que nadie pensaría encontrar acá. ¿Donde está ella? ¿Dónde estoy yo?

-¿Dónde ha estado ella desde que la empezaste a querer? ¿Dónde ha permanecido desde entonces? Eso debes saberlo, porque nunca la olvidaste. ¿O sí?

- ¡No! ¡Claro que no! Pero, este lugar…

- Observa bien. ¿Qué ves? ¿No reconoces nada? ¿No te dicen nada esas montañas en el horizonte? ¿No reconoces este clima, este sol, ese bosque que crece tan verde y frondoso? ¿No son estas las cosas que más te gustan?

- No puede ser - Nino reconoció cada cosa como representación de las cosas que siempre añoró mientras las tuvo lejos. Las montañas de las que había disfrutado tanto en el pasado; los bosques que le llenaron de oxígeno más de una vez; el cielo azul que brillaba con excelsitud. - Pero, ¿Dónde está ella?

- Esfuérzate un poco. - Luego de decir eso el pingüino se abalanzó de nuevo al agua y se perdió entre el oleaje.

Nino se puso en pié, cerró los ojos y, como empujado por un hechizo, sus pies le indicaron el camino.

Se encaminó hacia el bosque y se adentró en él. Caminó mucho tiempo; las ramas de los árboles y los arbustos le acariciaban los brazos. Se sentía eufórico y le provocaba correr en lugar de caminar.

Pasó frente a una enorme cueva que le remitió hacia recuerdos que nunca olvidó; con corredores oscuros que hacía mucho había recorrido con la mejor compañía posible. A lo lejos divisó una casita sencilla, al lado de una laguna rodeada de elevaciones de tierra, una de ellas estaba adornada con una población de pinos.

Junto a la casa había una tienda de campaña, pequeña y grande a la vez, y sintió que dentro de ella estaba la respuesta a sus preguntas, la razón por la que estaba allí.

De inmediato comenzó a correr, y cuando le faltaban menos de cincuenta metros, vio a una hermosa mujer saliendo de la tienda. Era ella, la misma mujer que le había regalado momentos de inmensa felicidad, allí, en ese mismo paraje.

Cuando llegó a estar frente a ella creyó perderse en esa sonrisa, la sonrisa que le enamoró desde el primer día, desde el primer momento. La abrazó con fuerza y besó sus suaves labios. Besó su rostro y se repitió una vez más que ese era el rostro que nunca se borró de su mente; el mismo que sueña tan a menudo y que ahora, de nuevo, estaba haciéndole olvidar todo el mundo que les rodeaba.

Pasaron las horas tirados dentro de la tienda, tan sólo abrazados. Nino no se cansaba de respirar su encantador aroma, de sentir su corazón latiendo, acariciar su rostro y jugar con su cabello.

La claridad llegó entonces a su cabeza y le hizo desaparecer el laberinto en el que se había sentido antes. Se dio cuenta entonces de lo que había pasado; se dio cuenta que al fin había podido adentrar en el lugar en donde siempre la podría encontrar, pasara lo que pasara. Se dio cuenta que desde el principio la había tenido allí, en el lugar donde se guardan las cosas que se quieren y se aman por siempre; las cosas que llenan. Dentro de sí, en su corazón, el lugar hecho para las cosas más hermosas de la vida; las que nunca se olvidan.

Allí, acostado a su lado, movió su cabeza y volvió a respirar el aroma de su amada, besó su frente y le dijo:

- Aquí estarás por siempre, pase lo que pase. Este es tu lugar.


Despertó en su cama. La visita de la noche se había ido ya. Se sentó y acomodó su cabello de nuevo. Descalzo, caminó hasta la mesa y encontró una nota.

“Nino: me llevo el ajenjo, pero me avisas si alguna vez decides que lo necesitas. Hasta pronto”

Una sonrisa estúpida se dibujó en su rostro cuando recordó la de ella. Sacó un cigarro, se sentó, arrancó lo escrito la noche anterior y comenzó de nuevo.

Texto agregado el 10-11-2006, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-11-2006 hermoso5* neison
 
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