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Me desperté con una resaca increíble a pesar de que no había tomado nada, la sensación de haber perdido pie, de haber cruzado la raya me embargaba y estaba con ese letargo que sucede a las noches alocadas y empapadas en alcohol.
Miré en el living a ver si se había quedado. No soportaba la idea de que aún estuviera ahí y fuera testigo del estado calamitoso en que estaba, y del estado peor en que me pondría, porque, eso lo sabía de sobra, las horas que vendrían serían aún peor.
Me preparé un té de tilo para ver si podía disipar con el calor las nubes que me atormentaban. Lo bebí lentamente mirándome el cuerpo. No había vestigios, siempre tuve la fantasía de que la locura y el desenfado dejaban marcas en la piel. De chica cuando me escapaba de la severidad de mis padres para coger como Dios manda por ahí, volvía cubierta de pies a cabeza, no fuera a suceder que se me notaran los besos y excesos, que el cuerpo se me dividiera en dos desde mi vagina y esa escisión fuera tan notoria que me alcanzara para un castigo ejemplar.
Desconecté el teléfono y descolgué el tubo del portero eléctrico, decidí que mi castigo por ser una chica mala sería quedarme a solas con migo misma. Obligarme a pensar en lo que pasó, a no posponer mis sensaciones y mis razones, esas que trato de no escuchar, pero que en días como este se hacen impostergables.
¿Que me estaba pasando, cómo había llegado a este punto en que la raya que separa lo bueno y lo malo estaba tan cerca?. Las ideas me atormentaban y se amontonaban, brotaban inconexas y febriles.

Hacía dos meses que me había separado, pero nunca había roto del todo, Fabián era así, una vez que le pertenecías no podías dejar de quererlo, y yo me volvía loca intentado rehacer mi vida, poner un poco de orden y crecer. A su lado no dejaba de ser una niña mimada, una cría desvalida y caprichosa. Me dije basta, guardé algunas cosas en una valija y me fui.
Me instalé en los de Mariana hasta que conseguí un departamento para mí, todo para mí sola. Por primera vez en la vida conquistaba un espacio que no tenía que compartir con mis hermanos, con Fabián o con nadie, un rincón con mis cosas, mis plantas y mis proyectos. Por primera vez era dueña y señora.
El encanto duró poco, sin embargo y la soledad me pesó, pero como una fuerza irreprimible me impuse seguir fingiendo independencia y libertad, y no levantar el teléfono o sucumbir a sus abrazos por las noches cuando la cama me resultaba demasiado ancha y fría, demasiado vacía y profunda.
Y hubiera resultado, si Fabián no me hubiera abordado cuando tenía las defensas bajas, y las ansias explotándome bajo la piel. Si no me hubiera hablado con ese tono tan suyo y esa seguridad envidiable, diciéndome: -Esta noche salimos.
No intenté protestar, a esa altura estaba segura de que nunca dejaría de quererlo con locura y de desearlo por sobre todas las cosas. No intenté protestar, ni resistirme y algo adentro debió habérseme encendido porque su sonrisa me delataba. Me cubrí el rostro con las manos y lo eché con rapidez, todavía oía su risa ahogada cuando cerré la puerta. Me tiré sobre el sillón y comencé a reírme también, como una tonta, como la chica malcriada y caprichosa que era.
A las diez en punto me pasó a buscar, estaba nerviosa y para evitarme el apuro hablaba sin parar, él lo sabía y no decía nada, nunca sucumbía a mis raptos de locuacidad, los ojos le bailaban y yo odiaba eso, le divertían mis bríos y no ahorraba en gestos para demostrarlo.
Llegamos al lugar, yo había pensado que iríamos a un restaurante elegante, pero estábamos frente a una puerta de madera tallada, antigua, muy antigua, en una casona vieja pero bien conservada, de esas que aún quedan por Palermo. Una mujer joven y con unas curvas que adiviné imponentes bajo un delantal negro y una pollera blanca, blanquísima, nos abrió y nos condujo por un pasillo estrecho decorado con reminiscencias incaicas, la música era suave y sensual, la chica nos dejó solos en un apartado: almohadones en el suelo, una mesita baja y dos copas. El espacio era amplio, la luz tenue y había figuras procases en las paredes. Una mujer gorda con unas tetas enormes disfrutaba como un jovencito le besaba su vientre desnudo desde uno de los cuadros, y una pareja mostraba una pose amatoria imposible desde otro rincón.
Nos sentamos muy juntos y cuando sospeché que comenzaríamos a charlar, a zanjar diferencias , a reconciliarnos, Fabián con un gesto me hizo callar, él era siempre el dueño de mis actitudes, el que guiaba mis pasos. Me dijo:- ahora no, ya habrá tiempo para todo- y me tomó entre sus brazos. A su abrigo volvía a sentirme tranquila, como cuando de niña mi mamá me cobijaba entre las sábanas y me daba un beso en la frente. Faltaba eso, el beso en la frente, porque su abrazo era tan cálido y seguro que todos los miedos se disolvían , se evaporaban.
Me sirvió una copa de champán, una sola, porque quería que no me abandonaran los sentidos, me desprendió la blusa, me quito el corpiño y estuvo un rato largo, muy largo, mirándome, yo adiviné que me había extrañado, me pidió que me quitara la falda y yo le obedecí, siempre le obedecía. Entonces así, con la bombacha puesta, comenzó a besarme lentamente los muslos y la entrepierna, a acariciarme los pechos con la mano abierta, como me gustaba.
Intenté desprenderle la camisa, pero se negó con la cabeza y continuó besándome con ternura, apasionadamente. Las piernas me temblaban, él adivinó los presagios y desaceleró el ritmo, me giró lentamente y me atrajo con fuerza hacia él, apoyándome toda. Yo sentí como su miembro hinchado presionaba los pantalones y quise liberarlo y liberarme. Otra vez, se negó con decisión, aunque me permitió tocarlo por encima. La tela rugosa del pantalón ofrecía a mi tacto una sensación nueva que me volvía loca, hacia años que no sentía el efecto de tocar algo inalcanzable.
Lentamente subió por mi cuerpo dejando a su paso una estela húmeda y suave, hasta alcanzar mis labios y dejarse atrapar por mi, entrando y saliendo, mordiendo con ternura o con desesperación, para seguir intentando entre mis pechos que ya me dolían de esperar su boca.
Cuando las fuerzas me abandonaban y sentí que iba a dejarme a llevar por las sensaciones en un orgasmo intenso y desesperado, él me soltó y me dejó sola, desvalida en medio de el salón, con la señora de las tetas enormes y la pareja e amantes acrobáticos.
Sola, tendida en el suelo. Quise acariciar mi sexo, introducir mis dedos en su seno para estallar, pero sus palabras fueron claras:- todavía no, chiquita, ya habrá tiempo para todo-. Siempre había tiempo para algo más. Entonces volvió, sacó de su bolsillo un pañuelo y me vendó los ojos. Quise protestar pero no pude y me dejé hacer. La imagen debía ser muy sensual porque un suspiro ahogado me lo hizo adivinar, yo desparramada sobre la alfombra, mis pechos libres y duros y mi ropa interior totalmente mojada.
Todo se volvió oscuro al contacto con la suavidad de la seda que me oprimía los ojos y la música era un susurro rítmico y embriagador, por eso lo presentí enseguida: una presencia segura y perfumada a sándalo, siempre me pudo el olor amaderado y sobrio.
Lo sentí acercarse despacio y tomarme entre sus brazos. Yo me desesperaba por saber si Fabián seguía ahí, él debió intuirlo porque me dijo sin inflexión: -estas hermosa-. Mientras el grandote, a esa altura no tenía dudas de que era enorme, me depositaba sin esfuerzo sobre la mesa.
Comenzó a tocarme los pechos con suavidad, sus manos eran ásperas y eso me excitó, tanto que no pude reprimir una pequeña convulsión que debió delatarme porque el grandote cambió el ritmo y comenzó a apretarme los pezones casi con brusquedad, yo me sentía estremecer por la novedad, por el perfume, por la certeza de que Fabián estaba disfrutando de todo.
Mis manos estaban libres, buscando, explorando, y en ese recorrido se toparon con un pene enorme, gordo y duro, ya no pude resistirme y lo tomé con firmeza, imaginándolo con el tacto, adivinando su textura y como sabría en mi boca.
No sucedió, porque él me lo quito de las manos y lo introdujo en mi vagina, sin problemas, obviando la bombacha que aún seguía allí, húmeda espectadora de lo que pasaba en mi cuerpo. Primero fue un vaivén lento, luego el ritmo cada vez más salvaje, yo me resistía a irme en un orgasmo, me parecía una bajeza, dejarme coger por un desconocido y acabar adentro de él, pero ya presentía que mi cuerpo estaba desquiciado.
Cuando las piernas comenzaban a temblar y un grito pujaba por soltárseme de la garganta la pija conocida y amada de Fabián me llenó los labios, no tuve más que cerrar con firmeza mi boca y con él mismo ritmo que el grandote imprimía a mi cuerpo Fabián fue meciéndose, estrellándose contra mi cara con fiereza. Por fin lo sentí, el calor y el sabor amargo me inundaron, mientras me deshacía en un orgasmo enorme, largo y profundo que ya no pude reprimir.
Con tranquilidad el grandote salió de mi cuerpo y de la habitación, supongo, porque cuando me quité la venda de los ojos ya no estaba y Fabián tampoco, me había quedado sola otra vez, sobre la mesa, mi ropa interior hecha jirones y mis pezones erguidos como si no hubieran tenido bastante.
Con dificultad volví a vestirme, quería un baño para que el agua corriéndome por el cuerpo borrara las huellas del desastre.
Salí como pude, saludé mentalmente a la mujer gorda que seguía colgada en la pared, y atravesé el pasillo, llegué a la puerta de calle, y lo vi. El auto estacionado en la puerta y Fabián adentro, sonreía. Me tendió la mano por la ventanilla en un gesto comprensivo y me hizo subir, yo no tenía ganas de hablar y no hablamos. Condujo despacio hasta mi departamento y con mucha suavidad me llevó de la mano hasta adentro. Seguíamos en silencio, él me guiaba y yo me dejaba hacer, quería escindirme, sentir que aquel cuerpo que se había excitado con un desconocido, que había cogido con tanta fiereza no era el mío. Me metió en la cama y me arropó, luego me dio un beso en la frente, y se quedó al lado mío, tomándome dela mano hasta que me dormí, llorando por dentro.


Me desperté con una resaca increíble, dispuesta a tener un encuentro con migo misma, a pelearme, a gritarme las cosas que alborotaban mis sentidos.
El timbre seguía desconectado, la taza de té casi intacta sobre la mesa y dos lágrimas me surcaban la cara, me repetía una y otra vez, lo tonta que había sido, como una chiquita sin personalidad y hambrienta de amor, me reproché como una letanía el haber tenido un orgasmo con un extraño, el haberme dejado hacer y gozar, el haber cruzado la línea, y seguir sola, me pesaba tener que pensar en continuar mi vida desde ese lugar, sola, haciéndome a la idea de cuerpos diferentes que vinieran a calmar ese vació que me dejaba la ausencia de Fabián, ese ansia de sexo que él me había contagiado hasta nublar por completo mi razón. Porque, una certeza tenía, y era que mi piel necesitaba otras pieles y mis manos otras manos y mis labios otros besos. Esa era la única herencia de mis años de locura con Fabián, una lujuria sin tamaño, que me abarcaba y me poseía.
Ya no tenía esperanzas de que el agua me quitara la desazón, como no lo había echo el tilo, ni lo harían las cremas hidratantes o los geles perfumados, el dolor era muy hondo, la sensación de destierro, de exilio me empujaban con fuerza contra el sillón, inundándome por dentro.
Lo extrañaba, ahora me pesaba ese silencio respetuoso de la noche anterior y me deshacía en dudas. Me decía que todo el juego embriagador en la casona no había sido más que un castigo, para repetirme, como una confesión que no, que pretendió ser un regalo a mi independencia, una experiencia sensual compartida, una complicidad.
Nada me convencía, me tentaba pensar que era su resentimiento lo que lo había empujado a someterme así, o quería convencerme de que era mi culpa, que yo lo había forzado, siempre queriendo más, siempre desafiándolo a proporcionarme placer.
La verdad es que ahora estaba sola, adolorida, sin vestigios visibles en la piel, pero con rasguños adentro, donde no sólo me veía.

Creo haber estado casi toda la mañana cavilando, adormeciéndome y despertándome enroscada en mis pensamientos febriles, mezclando la sensación de una verga enorme en mi cuerpo y la pija, conocida y deseada de Fabián en mi boca. Creo haber estado mucho tiempo en eso porque el sonido peculiar en la puerta me sobresaltó, tres toques firmes, seguros y rítmicos, esa clave personal que pertenecía a otra puerta, la de nuestra casa, la del lugar en que fuimos tan felices, importada ahora a este espacio que era mío, solo mío y que intentaba ahogarme.
Abrí en silencio, conciente de la imagen que Fabián estaba recibiendo, mi cabello alborotado, mi cara descompuesta y mi camisón viejo y descolorido.- Estas hecha un desastre- dijo y se rió con esa risa clara que todo lo eclipsaba. -Dejame que te arregle- y me acarició el cabello con dos dedos y borró mis lágrimas con un beso dulce y sensual.
Yo me acurruque a su lado, como una nena chiquita, deseando seguir siendo una cría malcriada y caprichosa para siempre.

Texto agregado el 10-11-2006, y leído por 400 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
22-03-2007 Excelente. Excitante erotismo. Supongo que la advertencia de (para adultos) se refiere a una preparación para los adolescentes de las cosas que les pueden pasar si se pierden a si mismos en otro u otra. Está claro que la personaje, no tiene espacios propios ni intimos, lo que no es malo cuando es uno quien abre las puertas (o las piernas). PD. aprendí la diferencia léxica entre una verga y una pija. NeweN
18-03-2007 interesante , mas el sentido de culpa con ese sentir que no eres , como el reflejo tipico de aqyellas muheresque no son ellas si no instrumento, como cuento bueno, como vida un desastre hombrenuevo
02-03-2007 Buenisimo, diría yo. 5* Regina_mojadita
26-02-2007 Guau!!!!!!! Muy pero muy bueno, Anita!!!!! :) chantal-deveraux
15-02-2007 Excelente relato, no cesa de cautivar a través de su desarrollo manteniendo la espectativa de los acontecimientos, felicitaciones, saludos. pilardelmar
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