En el día de los santos, iba con mi tía Lola al cementerio, y poníamos bonitas tres sepulturas.
Una era de mi abuela, que era madre de mi tía Lola también.
La otra de su marido, el tío Colás,
La tercera de un señor que no se yo quien era, pero que se murió por el mil ochocientos y pico.
Era bonito porque se quedaban brillantes, tan limpicas oye. Luego íbamos por todo el camposanto, y nos gustaba mirar las fotografías de los muertos, y les íbamos sacando parecidos. “Mira, esta tenia que ser la abuela del Rafa. Fíjate, si es que tiene toda la cara”. Nos hacíamos todas las tumbas, y a casi todas las teníamos ya asignadas la parentela. Por el apellido era muy fácil, pero por eso íbamos mejor a las que también tienen foto, para que fuese mas difícil y más divertido. A veces se venía con nosotras una señora mayor, una ancianita que era vecina de mi tía Lola, y que como estaba sola porque sus hijas estaban en Madrid, pues se venia con nosotras. Esa señora nos iba diciendo mas o menos de que murió cada uno. La mayor parte de las veces lo sacaba por la fecha “pues este tuvo que ser por la guerra, por que los Sepulvedas era muy rojos”, o “este tuvo que ser el que se ajorcó, el que le llamaban el Garrufo, porque ese año por verano se mató uno, dicen que y que por la cabeza que se le fue”.
Era bonito el día de difuntos.
Lo pasábamos bien.
Yo, como siempre era la tonta, pues me tocaba la limpieza de todo, y por eso me tocaba a mi lo de limpiar a los abuelos. Pero no me importaba. Cuando me casé me tire mucho tiempo sin ir, digo yo que me echarían de menos. No digo los muertos, digo la Tía Lola. La señora aquella digo yo que se moriría. Y si no esta muerta, debe de estar viejísima. Otra vez que vaya miraré las lápidas, a ver si la encuentro.
Este año no se si iré al cementerio.
Con mi padre allí es otra cosa.
Aparte de que ¿dónde voy yo al pueblo, con mis hermanas como se ponen?. ¡Allí voy a ir yo, a dar el espectáculo!.
No, este año no iré al cementerio.
Aunque al cementerio acabaremos todos yendo, nos guste o no.
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