Lo primero que dijo ni bien nos instalamos en la mesa del bar fue lo que yo esperaba que dijera: que tenía un primo que se dedicaba a ello que sabía un montón. Lo malo de trabajar con la informática es eso, que todos tienen un primo o un cuñado o un amigo que la tiene muy clara. Mentira, lo primero fue preguntarme de qué trabajaba, lo otro fue lo segundo. Lo tercero fue que el primo le había armado una máquina y que nadie se la había podido arreglar, y que el pariente estaba, entonces, muy ocupado.
La había estado midiendo desde hacía casi un mes. Trabajaba de vendedora en un negocio de ropa. Charlatana y engrupida, tenía buenas tetas y un culo del montón. Aparentaba treinta cortos con maquillaje, pongamos que los llevaba bien.
Frecuentaba yo el cuarto piso del edificio, ella atendía en la galería, abajo. La había visto más soltera que divorciada, más joven que gastada, más alegre que simpática. Excusas, me gustaba.
Lo bueno de trabajar en informática es que uno nunca sabe adónde termina el día laboral, ni a qué hora. Había calculado que la agarraba a la salida del negocio, serían las ocho, charlé un rato con el vigilante hasta que salió, lo demás es fácil de imaginar, un que sí, un que más o menos, un qué linda nochecita, y por fin al bar a tomar algo.
Cuando el mozo trajo el licuado y la cerveza, ella rumbeó para el baño. Había que subir una escalera, conque su irse mejoraba con la pollera que llevaba. Apareció Rodolfo, con menos tacto que un ginecólogo con guantes de boxeador, casi se agarra el licuado, el gordo. —Flaco, me tenés que salvar la vida, tengo un virus jodido en la notebook.— Dijo, Rodolfo, con su panza y un nombre que lo definía tan redondo como era, esas "O"; esféricas como el molde que hacen las camisas a anatomías como la suya, "Rodolfo", que le decíamos "Rodo".
—¿Será de dios, gordo, que me venís a joder ahora que estoy con una mina? —Pero flaco, si estás solo... —Boludo, este licuado no es mío, ese pulovercito que ves en el respaldo de esa silla, tampoco.
Miró el pulóver como si fuese una araña gigante, arrimó la silla de la mesa de al lado, prendió un cigarrillo y se sentó. Mató a la araña con la indiferencia, aunque casi la quema con el faso.
—¿Y qué tal está, flaco?— Se había divorciado hacía seis meses, Rodolfo, raro me pareció que no llorara al ver el pulóver, con lo melancólico que era; si le hubiera mencionado el nombre de la ex, o me lo habría sacado de encima o se me ponía a lloriquear, por las dudas le pregunté qué tenía su portátil, o algo así. Volvió mi chica vendedora. Rodolfo, exagerado, más que un virus tenía un ovni, en la laptop. Los presenté esperando el milagro que se llevara al gordo lejos. No hubo tal cosa: ella lo invitó a pedirse un trago. El Rodo no tenía un mango, supuse que se iría sin chistar. No fue así, ella le dijo que le pagaba algo. Supuse, derrotista, que en cuanto terminara la cerveza los dejaría solos y que el gordo le contaría sus pleitos con la ex hasta el amanecer. Pensé que perdería la noche.
Pidió un whisky, el hijo de puta. Yo lo junaba bien, lo intuía hablando pavadas y fastidiando a Claudia. Casi olvido mencionar su gracia: Claudia.
Cuando Rodo se adueñó de la velada, Claudia se reía de las pavadas que contaba, parecía que se rompían vasos, las carcajadas, le coqueteaba sin pudor. Hasta llegué a pensar que el gordo le gustaba y estuve totalmente seguro de que él se la quería cojer ahí mismo. Demasiado fuertes le habían resultado el whisky y el escote, a Rodolfo. Y a mí también, su whisky, el escote, y él: eran demasiado.
—Vos no sabés, flaca, lo bien que anda el flaco para las máquinas, es un fenómeno...
—Son gente de mucha paciencia, tengo un primo que hace lo mismo... algo autistas, parecen ¿o no, Rodolfo?
El desgraciado casi me escupió el pucho prendido, se mandó una risotada que volaron las colillas del cenicero, el primo de la otra me inflaba más los huevos que el divorcio del gordo, entonces se reían de mí y no conmigo. No quedaba cerveza, mas no pediría otra por las dudas de que la noche no estuviera, en efecto, tan perdida como parecía.
Cuando Rodolfo empezó con el cuento de que la ex se gastaba la guita que él le daba por los pibes en el shopping, me dio por ir al baño. Meé fuerte, como con bronca. Me lavé las manos y no hubo, ahí, manera de secarlas. A la salida me agarró Claudia, me dio la cabeza contra la pared y me estampó un beso largísimo, sequé las manos con la pollera, y luego la tomé por las nalgas. Se enderezó como una cobra, me dio un besito y entró al baño, no dejó escapar ni una hache, y yo tampoco.
Tardaba en volver. En la mesa, el gordo me tenía tomado por donde la ex le revoleó un flan con flanera y todo, se tocaba la cabeza y decía que en los días húmedos le dolía el cráneo, justito ahí, donde el flanerazo. Claudia volvió engreída, como alardeando que su volver estaba repleto de teta. Tomó el pulóver, apagó el cigarrillo, tiró cincuenta pesos, y dijo al gordo que otro día la seguíamos, que ella tenía pensado echar un polvo en ese momento. Rodo no se tragó el pucho de milagro.
Afuera estaba fresco, la noche parecía empujarnos húmeda desde el este. Me abrazó, decía que le había causado gracia mi cara al ver que el gordo no se piraba.
Así que sos canchera, -pensé-, y le sentía un aliento extraño, como de después del dentista, que nada tenía que ver con el licuado.
En el hotel lo primero que hizo fue entrar al baño con la cartera. Me estaba meando, otra vez. Me desvestí. Le escuché un ruido raro tras la puerta entornada, nada sé de onomatopeyas, algo así: "ffffffffffffk".
Me vino a la mente una loca que conocí en la costa. A ésa le gustaban los jueguitos y tenía algo raro que en una ocasión intentó meterme por el culo. Yo más de dos dedos no me aguanto (ffffffffffffk). Salió Claudia y entré, esta vez meé tranquilo. Estuve a punto de advertirle de los dedos, pero me tiró en la cama sin haches ni jotas.
Se me hacía la canchera refregándome las tetas y manteniendo el culo lejos de mis manos. Había conseguido una erección, entonces quedé como una equis y me agarró la pija y empezó con una mamada. La canchereaba demasiado, me decía cosas, repitió lo del primo informático para darme a entender que había cazado al vuelo mi fastidio, y que le causaba gracia. Una mina muy despierta, hábil. Supuse, y lo reafirmo ahora, que se estaba bien segura de su método de calentarme, entonces me apretaba el miembro con las tetas y me hablaba como quien conversa al gatito mientras lo acaricia. La pensé bien hija de puta, le apagué la luz para seguir su juego, o por hacer algo.
Canchereó más: —Ahora resulta que el pibito es tímido— Y sentí el calor genital como si estuviera en la vagina, pero estaba en su boca.
Entonces no lo puedo explicar como corresponde. Más bien, considero afortunado omitir algún detalle que, como podrá comprenderse, se me hizo demasiado confuso.
No sé qué le pasó, se hizo un silencio largo, se puso a chupar como poseída. No se veía un carajo, supuse que, en una de ésas, estaría indispuesta pero dispuesta a hacerme echar el polvo del siglo sin cojer. Empezó con arcadas y no entendía yo cómo estaba a punto de tragarme. Quiero dejar bien en claro la situación: yo estaba re caliente, poco me hubiese importado que entrara un malón de degüello en la pieza. Tenía la inmensa alegría de sospechar que se iba a tragar toda la leche y me limité a agarrarla de los pelos. De pronto pareció que el orgasmo fuese de ella, se sacudió y se le aflojó todo el cuerpo, jadeaba como en un parto, las arcadas parecían contracciones y como un viento hirviendo le salía entre la baba que me inundaba el pubis.
Eyaculé como un caballo, ¿alguien no lo habría hecho, en semejante situación? Pero el relincho atroz fue de ella.
Prendí la luz: parecía un perro rabioso, en cuatro patas y escupiendo una mezcolanza espumosa de semen y babas, e intentando hablar se movía raro pero parejo como los árboles con la sudestada. Carajo con el abecedario que no le salía, me hacía señas desesperadas. Atiné a darle la cartera, sacó un aparatito que pensé que intentaría meterme por el culo; uno nunca se está seguro de las ideas de estas criaturas fanfarronas y extáticas. Se lo llevó a la boca como ida de este mundo: ¡ffffffffffffk, ffffffffffffk!
Y yo que pensaba que seguía canchereándola. Resultó ser más asmática que un bandoneón. Del concierto de puteadas mejor no escribo nada.
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