Ultimo Día.
Tenía dos maletas en las manos, las dejó en el suelo para cerrar la puerta de la calle, no sabía realmente si a estas alturas era necesario o no hacerlo, de todas formas echó llave. Miró por ultima vez la fachada de la casa y el jardín delantero y le pareció ver a Negro, su perro, de tantos años, era como si de pronto fuera a salir de detrás de algún árbol del patio para recibirlo, como cuando él llegaba en las tardes del trabajo, y el perro saltaba y ladraba y sacaba la lengua y los ojos le brillaban, sin embargo, él sabía que Negro no aparecería por ninguna parte. Echó a andar por las viejas calles conocidas y llenas de recuerdos. Las maletas no estaban pesadas, viajaba ligero, no habían muchas cosas que él quisiera llevar consigo, salvo algunas ropas limpias, un libro y quizás, uno que otro disco, lo demás, ya no importaba. Cuando iba a doblar la esquina de la calle por la cual caminaba, se dio cuenta que en la casa de Don Gastón había un velorio, la gente que estaba afuera de su casa le llamó la atención, todos de negro y llorando, él jamás había visto a ninguno de ellos en su vida. Decidió entrar un momento, estaba claro que el muerto era el viejo Gastón, ya que él vivía solo con la compañía de un gato, que se llamaba Gabriel, por un momento pensó en él, ¿Dónde estará ese gato ahora?. Cuando entró habían tres o cuatro personas, él dejó las maletas en el suelo, junto a una silla que estaba dispuesta para recibir a los dolientes que quisieran ver por última vez a Don Gastón. En el salón de la pequeña casa habían más sillas que dolientes, afuera, en la calle se veía más gente llorando, pero para él eran desconocidos. Se acercó al cajón donde yacía Don Gastón, lo miró por un instante, no sintió ni tristeza, ni pena, solo tranquilidad, el rostro del muerto reflejaba esa tranquilidad y se la trasmitía a él, aunque a estas alturas, ya nada lo podía sorprender o entristecer.
Se sentó un momento en la silla donde había dejado las maletas, miró nuevamente la casa, recordó que alguna vez Don Gastón lo había invitado a tomar unas cervezas por algún motivo que él no recordaba bien, pero si se acordó de la biblioteca de Don Gastón, las paredes estaban repletas de libros, de todo tipo, era impresionante, parecían el papel tapiz más diverso y de distintos diseños que haya visto jamás en su vida.
- Don Gastón, lee harto parece- le preguntó aquella vez.
- La verdad mi amigo, escribo más de lo que leo – le respondió él -, a veces no me doy cuenta y me paso la noche en vela, creo que por eso mi señora me dejó hace tanto tiempo, me decía que con la mierda que escribo, no íbamos a llegar a ninguna parte. La verdad, a veces miro lo que escribo y a mí también me perece una mierda, pero hay otras en que solo me pongo frente a un cuaderno y escribo algún relato corto o una poesía y no me parece tan mala. ¿Sabe?, Una vez me publicaron un libro, déjeme buscarlo… aquí está, léalo y después me dice que tal.
- Lo leeré, aunque a mi no me gusta mucho leer.
- Debería leer, a veces es la única forma de resolver los problemas, nos ayuda a encontrar las palabras justas
- ¿Aunque las palabras sean de otros y las no mías?
- Las palabras de los libros no son de las personas que las escriben, nos pertenecen a todos, todos las pueden usar, a favor o en contra de usted, amigo mío.
- ¿Y qué escribe tanto oiga?
- Estoy tratando de hacer algo loco, que nadie se dé cuenta, pero que en el fondo sea una especie de juego literario, sin serlo, claro.
- ¿Cómo?
- Quiero escribir novelas que no tengan ninguna relación una con otra, pero que en el fondo, sí se relacionen de alguna manera, a veces me paso la noche entera escribiendo
- Pero, todo eso, lo piensa publicar o algo así
- La verdad mi amigo, no lo creo
- Pero y entonces, para que escribe tanto
- Porque hoy, a estas alturas de mi vida sé por fin quién soy y que quiero para mí
- Qué raro, es como perder el tiempo en un hooby demasiado inútil
- Pero es mi vida mi amigo, todo el mundo decide la vida que tiene, como usted y la Raquelita, o como yo mi gato, el Gabriel
- Puede ser
- No se preocupe, lo viejo a uno también lo hace sabio, me doy cuenta de casi todo, pero no se aflija, a veces pasan muchos años antes de que un hombre se dé cuenta de lo que realmente quiere para el resto de su vida.
- No me aflijo, aunque a veces pueden pasar muchos años antes de que un hombre se dé cuenta de lo que no quiere para el resto de su vida
- Tiene mucha razón mi amigo, ve, los años son sabios. ¿Quiere otra ceveza?
- ¿Por qué no?
Después se tomó otra cerveza más y se fue. El viejo tenía cancer, no le quedaba mucho tiempo. La señora Olga la dueña del negocio del barrio, se había sentado junto a él, ella le puso al día. Don Gastón había muerto en la noche, la cama estaba llena de sangre, seguramente fue el vomito de él, Don Marcos, el vecino, iba todas las mañana a ver al pobre viejo, le llevaba comida, le acercaba algún libro para que leyera, le daba agua o sino, ordenaba un poco, esas cosas que hacen los amigos, los dos lo eran. Doña Olga le dijo que ayer Don Marcos lo encontró muerto, era predecible, sin embargo, ocurrió algo curioso, por el piso habían papeles desperdigados por todas partes, muchos paepeles, algunos amarillentos, llenos de palabras, todos en el suelo, con letra manuscrita, Don Marcos los miró y eran partes de historias, lo raro era ver que cada papel encajaba perfectamente bien con otro y si uno buscaba otra hoja, la colocaba con la primera, ocurría lo mismo, y todos ellos hablaban de la vida de un hombre qué huía, escapaba, desaparecía, junto a su gato Blanco, así se llamaba. A Don Marcos le dio un poco de miedo, llamo a los carabineros y después nos enteramos de la familia de Don Gastón. Afuera está la viuda, usted sabía que a ella la dejó cuando eran muy jóvenes, le dijo la señora Olga, la pobre mujer tuvo que criar a las niñas que ve ahí afuera sola, sola contra el mundo, que viejo más desgraciado, y se veía buena gente no. Pero no hay que hablar mal de los muertos, después le pueden venir a hacer quién sabe que cosas a uno. Después de terminar su relato la señora Olga, él se quedó pensando en lo de las páginas manuscritas. Por esas cosas había metido el libro en una de las maletas, ese que Don Gastón le dio para que le diera su opinión, la verdad no lo leyó, de hecho, él se lo pensaba devolver hoy, antes de partir. Miró sus maletas listas y prestas para emprender la partida definitiva. Aún pensaba en el viejo Gastón y todas sus hojas escritas de tal forma que de cualquier manera se pudiera enlazar una historia distinta a la original, pensó en las miles de convinaciones que se podían hacer, pero no pudo imaginar ningún número cercano a la realidad. Miró otra vez sus maletas pensando que adentro estaba el libro de Don Gastón y que quizás ese era el primero de la larga saga sin ser una saga claro está. En eso estaba cuando la Señora Olga le sacó de sus cavilaciones.
- ¿Se va de viaje?- le pregunto mirando las maletas.
- Si, me voy por ahí.
- ¿Y la Raquelita va con usted?
- Eh… si claro, me está esperando en el centro
- Y adonde van
- Sabe, ya me tengo que ir
- Bueno, que le vaya bien.
- Gracias
Cuando salió, se encontró con la viuda que estaba junto a dos chicas veinteañeras, las miró a las tres, la viuda parecía serena, las chicas ansiosas. Él sacó el libro de una de sus maletas y se lo entregó a ella. Al principió ella le miró sorprendida, luego reconoció el libro y a quien perteneció, lo tomó, no dijo nada, solo lo miró y lo acarició un rato, como si fuera a un gato con un pelaje suave y calmo. Él la miró un instante, se dio cuenta que ya nada tenía que hacer en ese lugar y decidió irse. Tomó sus maletas y cuando estaba a punto de partir, ella se lo devolvió sin decir una sola palabra, una lagrima cruzaba su mejilla, él no dijo nada tampoco, titubeo un poco, pero al final lo recibió, las chicas miraban todo como si estuvieran en una dimensión distinta y muy lejana a la de ellos. Tomó el libro y lo volvió a meter en una de las maleta le hizo un ademan con la cabeza para despedirse y se marchó, la viuda se metió en la casa y las chicas la siguieron.
Estaba en el paradero, esperando a que pasase alguna micro, no tenía muy claro que iba a hacer, pero llenar un par de maletas y dejar todo lo que no necesitaba, bastaba, la verdad no le importaba tanto hacia donde ir, no tenía ninguna prisa, ya nada le retenía a aquel lugar. Frente al paradero, cruzando la calle lo vio, a Gabriel, es curioso pero pareció reconocerlo, él lo miró un instante, el gato comenzó a trotar hasta él, cruzó la calle, un auto freno en seco, casi lo atropella, se escondió tras sus piernas, él lo miró, estaba solo también. Sin saber por qué sacó el libro de la maleta, lo hojeo, lo raro es que no había leído ni siquiera el titulo, se llamaba: “Las palabras no nos pertenecen”, raro nombre no. De pronto se acerco una micro. La hizo parar, Gabriel se sobaba contra sus piernas, lo tomó, hizo parar la micro, subió, el chofer miró a Gabriel, no le dijo nada. Ya estaba listo, no sabía a donde iba a ir, pero daba lo mismo, no había ningún propósito claro, ni lo necesitaba tampoco, ya nada importaba realmente, ni siquiera empezar de nuevo. Le pagó al chofer, la micro se puso en movimiento, en un zigzagueo agradable, se sentó en un asiento desocupado, a Gabriel lo puso en su regazo, el día era naranja, un día perfecto para acabar con todo.
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