Soy profesional. No estudié en ninguna universidad ni instituto que me haya entregado una formación académica, tal como si lo han hecho los abogados, los médicos, los arquitectos, ingenieros y otra infinidad de eminencias que se han quemado sus pestañas para graduarse y ejercer con eficiencia en sus respectivas ocupaciones. Pues bien, soy el más eficiente de todos ellos porque tengo vocación innata, no he debido amanecerme estudiando gruesos libracos ni siquiera repasar y repasar lecciones para meterme fórmulas, números y conceptos complicadísimos en mi cabeza. Soy un papanatas, un ser timorato que recibió su enseñanza desde mucho antes que naciera, una profesión que venía en los genes como beca privilegiada y que ejerzo desde que lancé mi primer agú. Como buen profesional que soy, tengo el físico adecuado para practicar este magíster, es decir, hombros caídos, rostro implorante, físico escuálido y voz de mentecato, en resumen una verdadera eminencia en el ramo. Gracias a esta preparación he tenido las ocupaciones que me merezco, es decir, ayudante de ayudante, operario eficiente y crédulo, trapeador de pisos, paseador de perros, desocupado intermitente, vendedor callejero y muchas otras profesiones por el estilo, por las cuales he recibido el sueldo suficiente para hacer morir de hambre a mí y a mi familia. He sido relegado, menospreciado, zaherido y me enorgullezco, como buen papanatas, de no haberme desviado del camino que tenía trazado. Ahora estoy solo porque mi mujer y mis hijos no soportan que los eclipse con mis estupideces y eso me permite tener libertad absoluta para ser el mejor papanatas que se conoce, las veinticuatro horas del día. La gente me mira con cara entre compugida y burlesca y yo, profesional como soy, les respondo con la más cándida de mis sonrisas. Espero morir con la bandera al tope, para ostentar en mi tumba un epitafio digno que diga algo así: Con él todos se murieron antes…de la risa. RIP.