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La suerte del pobre nada más, a sus 27 años, Germán representaba muchos más de los que realmente cargaba su calendario. Su ropa olía a desesperanza contrastando la impavidez que proyectaba su cara.

- "Si me pagaran por aplanar calles buscando un trabajo decente, a estas alturas ya sería millonario".

Pensaba para sí, mientras confirmaba que ya eran las 6 de la tarde y comenzaba su “jornada laboral”, al amparo de la muchedumbre que se aglomeraba esperando locomoción para regresar a sus hogares; esos con camas estiradas y sábanas limpias, refrigeradores con comida fresca y lo más importante... con una familia que esperaba el regreso de alguien a quien amaban.

El amor... ese era su desafío cotidiano, desde que sus hormonas le avisaron que estaba listo, para ese gran viaje donde se fusionan dos cuerpos; esquiva palabra envuelta en emociones que desconocía por completo, él estaba acostumbrado a vaciar sus instintos con encuentros casuales que lo dejaban cada vez más vacío y completamente desierto de gratas sensaciones.

Fue ahí cuando entre tantos pensamientos la vio... delgada, morena, con ojos almendrados que le recordaban la foto de la Sophie Marceau que rescató de una revista de TV-Cable; Vestía una falda hasta la rodilla que dejaba adivinar lo terso de sus escondidos muslos y una blusa blanca bajo la chaqueta azul marino que destacaba la alta curva de sus pechos; Era ella, sin duda, ella sería su objetivo.
Disimuladamente se acercó por un costado para olerla... sentir ese aroma entre colonia afrancesada de clase media y feromonas que buscan atrapar un hombre que a su mundo les dé vueltas; se notaba que se cuidaba, manos bien mantenidas, sin exceso de joyas y largas como la esperanza que sentía en ese momento de poseerla.
Se subió al mismo bus que ella furtivamente por la puerta trasera, quería tener el privilegio de verla de frente mientras caminaba por el pasillo balanceando esas prometedoras caderas. Pero se quedó con las ganas, el bus estaba repleto de gente que olía a regreso; lo que hizo volver a esa rabia incontenible que se le subía de pronto como fiebre a la cabeza.

Educadamente pidió que le dejaran el paso para no perderla de vista, mientras con la habilidad que le caracterizaba, aprovechaba de revisar las carteras. Las luces de la ciudad que agonizaba del día laboral se atropellaban en sus pupilas, cada vez que desviaba la mirada para que no se diera cuenta que la observaba; hasta sintió que un rubor le acariciaba las mejillas cuando en un momento ella lo miró con esa sonrisa completa. Estuvo a punto de hablarle, pero su boca hablaba el lenguaje de las palabras secas; aquellas que no se deslizan, sino que atormentan.

Dejó que el bus anduviera otra cuadra y se bajó con la maestría de los que saben descender de un vehículo en movimiento, (ese innato reflejo entre vuelo y pirueta, que les caracteriza a los vendedores ambulantes que como gatos bajan y trepan.)

Ella ya caminaba en dirección de una calle secundaria en busca de su vivienda; la observó como compraba pan y otras cosas para la comida de la noche, escuchó su voz aterciopelada cuando saludó a la dueña del mercadito de la esquina y se imaginó como sonaría en sus oídos cuando dijera cosas obscenas; Sí, cosas obscenas le gustaría escuchar de ella, casi sentía lástima por lo que le tocaría vivir en breves momentos, solo bastaba encontrar el momento apropiado y el lugar correcto.

Suerte que no vivía en un lugar muy céntrico, sino más bien en esas villas tan de moda en estos días, “condominios les llamaban los esnobistas”; pero no dejaban de ser las mismas poblaciones periféricas de antes, sólo que ahora les ponen más pintura a la fachada y un poco de pasto en la entrada para que parezcan más caras. Un perro tras una reja, le recordó a ladridos que no se encontraba en su barrio;

- "Esto de tanto pensar en leseras, un día me va a costar la pega".

Se dijo, mientras se aseguraba de un vistazo que no anduviera nadie cerca".

Calculó con una precisión impecable las distancias y los tiempos para acercarse rápidamente a donde estaba ella, era el momento preciso; a la izquierda una hilera de casas cerradas, a la derecha una multi-cancha desierta y para guinda del pastel, el municipio se preocupó eficientemente de no colocar todavía luminarias muy cerca.

- "Siii, ahora es el momento".

Casi 30 metro de poca luz en esa calle perfecta, era como un regalo de cumpleaños, aunque él no sabía mucho de eso; (Cuando creces en la calle se olvida la fecha de nacimiento.) Era la hora de la verdad, verdad con sabor a mentira, como la vida que siempre creyó que estaba viviendo, y sin dudar, aceleró el paso para acometer sobre ella, casi saboreando el miedo de su presa...

Unas cosas muy claras ahora que todo pasó recuerda; los tacos haciendo eco en el silencio de la callejuela y el pelo de ella alborotado con la brisa mientras apuraba el paso al sentirlo que estaba cada vez más y más cerca, luego la imagen de su rostro al verlo que se lanzaba sobre ella. Y ahora sentía como el calor se le escapaba del cuerpo a cada borbotón de sangre que manchaba la vereda; ni supo que se moría en ese momento, cuando entre penumbras escucha la voz de ella, esa voz aterciopelada que tanto deseaba escuchar hace un rato; que le decía como desde muy lejos:

- "Te jodiste, hoy te matriculaste conmigo, soy detective y...

¡Y te acabo de mandar a la cresta!"

...la suerte del pobre nada más.

Douglas Snow
(Salgoud)

Texto agregado el 08-11-2006, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-11-2006 Buenisimo este texto escrito de una manera que no puedes dejarlo hasta el final, te dejo 5* y un beso. Debbie
 
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