El bar
Analía, cansada, pensaba para si misma:
-Por suerte ya es hora. Cierro y me voy a casa.
Solo quedaba un hombre en el bar. Estaba sentado en una mesa apartada. Su rostro denotaba melancólia. Había pedido una botella de cerveza, que tomaba a tragos intermitentes. Además con su mano sostenía un cigarrillo blanco “Philip Morris”, que llevaba a su boca después de de cada exhalación de humo.
En ese momento la campana de la puerta sonó y aparecieron dos hombres de aspecto mafioso. Sin mirar a nadie se sentaron en una mesa que estaba cerca de una ventana. Desde la ventana se veían caer gotas de agua sobre el pavimento del calle. El bar estaba ubicado en una esquina de un barrio bajo y peligroso. Los hombres se hablaban por lo bajo y se sonreían. Analia sintió miedo, porque empezaron a mirarla a ella y después ponían su mirada en la parte del bar en que estaba el otro hombre, solitario.
El ambiente del bar se estaba poniendo pesado. Analia tomó coraje y se acercó a la mesa de los dos hombres. Les preguntó:
- Buenas noches, señores. Que quieren tomar.
- Buenas noches, señorita. Traiganos un cogniac y…
- …y para mi un whisky chico.- Termino el otro.
Analia vió el rostro de los hombres. Uno tenía una cicatriz en el rostro. El otro tenía el labio leporino. A pesar de eso sus voces parecían afables. Analia se tranquilizó. Al momento llevó con la bandeja lo que los hombres habían pedido.
Uno de ellos le dijo:
- Señorita, usted debería irse a su casa, esta muy oscuro y este barrio es peligroso.- dijo uno.
- Gracias por su advertencia, ya estaba por cerrar, así que cuando los señores decidan irse yo cierro el local.- contestó ella.
- Me parece bien, igual creo usted debería irse ahora a su casa.- respondió el de la cicatriz.
- ¿Ve ese señor que esta solo en aquella mesa?...- Analia asintió-…bueno tenemos cuentas pendientes con él.- dijo el del labio.
Analia entendió y se asustó. Sabía que algo iba a pasar. Pasó del otro lado del mostrador, agarró sus cosas y así como así salió del bar apurada. Ya en la calle, corrió a un locutorio y llamó a la policía. Apenas colgó escuchó tres disparos. Ella puso su mirada en al bar y vio a los dos hombres salir del bar y subirse a un auto. Por la velocidad en que arrancaron, ella supuso que alguien había estado esperándolos al volante.
La gente salió a la puerta de sus casas, o se asomaba al balcón para ver que había pasado. Al rato llegaron dos patrulleros anunciando su llegada con las sirenas. Analia se acercó y les contó a los oficiales todo lo que había visto y escuchado. Entraron en el bar. El hombre que ocupaba la mesa solo, estaba muerto tirado hacía adelante, con el pecho sobre la mesa y con un revolver a unos centímetros de su mano. La mesa y el estaban manchados con sangre. Al parecer quiso defenderse pero no hizo a tiempo.
Analia describió con detalle el aspecto de los dos fugitivos y del auto en el que escaparon. Según había visto Analia el auto era un sedan gris, con vidrios polarizados.
Después llegó una ambulancia, bajaron los enfermeros, cargaron el cuerpo ya muerto y se lo llevaron. Analia estaba muy angustiada y nerviosa. Tuvo que quedarse todavía un rato, por orden de la policía, hasta que pudo irse a su departamento. Ella vivía sola. Cuando llegó llenó la bañadera y trato de relajándose. Cuando ya estaba calmada llamó a su patrón, el dueño del bar. Este enseguida fue a ver lo que había pasado en su negocio
Los días siguientes Analia, por orden de su jefe, no abrió el bar y se quedó en su casa, necesitaba reponerse de tantos nervios.
Días después supo que habían arrestado a los asesinos. Se estaba investigando el móvil del crimen.
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