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Calle Alegría, un nombre irónico dada la situación actual. Mientras alzó la vista frente al poste para leer el rótulo trató de imaginar como habría sido esa calle cuando la nombraron. Mujeres, cómodamente vestidas para enfrentar el calor del sofocante verano, caminando con su hijo o hija de la mano mientras el infante devora su bola de helado, tratando de evitar que se derrita y manche su linda ropa. Pasa un joven con gafas oscuras deportivas y short blanco paseando un elegante y enorme perro Afgano en cuyo pelo se debe gastar más que en el de sus vanidosos dueños. Parejas caminando de la mano con cara de idiotas sumidos en un enorme amor. Ciclistas que aprovechan los beneficios del sol y salen a recorrer un par de kilómetros. Un domingo perfecto, un domingo alegre en la Calle Alegría, y de fondo, las ahora extintas chimeneas de una de las pocas plantas de energía nuclear de la zona.

Talvez ahora podría hacer otro rótulo y cambiar ese nombre. Pero tendría que pensar en el nombre más adecuado; La Soledad puede ser buena opción.

Siguió caminando sin rumbo. No había nada que pudiera hacer, nadie con quien conversar un momento o fumar un cigarrillo. Tampoco había cigarrillos para fumar. Se pregunta si habrá alguna tienda que aún no haya saqueado con alguna cajetilla que le salve. Al menos licor todavía tiene; ha ahorrado mucho desde que dejó de tomar a diario.

Vio su reloj y se dio cuenta que estaban cerca las 10 de la noche. Talvez sea hora de ir al parque y buscar algún conejo que pueda ser su cena. Cocinarlo sólo era cuestión de entrar a cualquier casa y utilizar la estufa. Pero no, no tenía mucha hambre, se podría saltar la cena. El vacío que sentía en su estómago no era por hambre, era algo más interno y profundo.

Sus pasos resuenan en la calle desierta. Algunos gatos cantan en los tejados en espera de la hembra de esa noche. Pasó frente a “El Cajón”, el escenario de muchos conciertos a los que asistía con frecuencia está allí dentro, abandonado y empolvado. Recordó esas ocasiones en que las notas musicales de los solos de guitarra llenaban su cuerpo y el sudor que salía de sus poros empapaba sus camisas negras. Hace mucho tiempo que no siente eso. Recordó a todo su grupo de amigos, sus compañeros de andanzas de bar en bar buscando mujeres para pasar un buen rato entre licor y drogas.

Todo eso fue antes del desastre.

Un día se le ocurrió a un estudiante de farmacología realizar experimentos para encontrar un tipo de droga más potente y de efecto duradero. Lo logró, creó un líquido que se mezclaba con cualquier bebida, los efectos eran casi instantáneos. Sin alucinaciones ni delirios. Inmediatamente el cuerpo empezaba a sentirse muy liviano y la energía fluía como torrente violento que empujaba a la pista de baile al más quieto y tranquilo. Las notas de la música se sentían entrar al cerebro de una manera agradable y eufórica.

Rápidamente la gente empezó a usarla. No había discoteca, bar o lugar de reunión en el que no se encontrara quien vendiera un poco de “Dragón”. El creador hizo dinero en muy poco tiempo y pronto quiso mejorar su creación. Agregó algunos componentes e incrementó proporciones y logró su objetivo. Pero esta segunda versión comenzó a crear estragos. Poco a poco los cerebros de los consumidores empezaban a deteriorarse y las conexiones nerviosas se endurecían aceleradamente.

Recuerda que las cosas que empezaron a suceder fueron lo que llevó esa pequeña ciudad a convertirse en el lugar fantasma que es ahora. Las mentes de los adictos al “Dragón” comenzaron a perder el control y a realizar toda serie de locuras. Las crisis de sobredosis eran como las del éxtasis, pero no morían por el sobrecalentamiento de sus cerebros; simplemente los impulsos eléctricos no encontraban las vías para llegar a su destino; primero: parálisis corporal generalizada, luego: las funciones básicas se detenían, los sistemas respiratorio y circulatorio simplemente se detenían. Los que no morían así, se mataban en medio de la demencia temporal provocada por la droga.

Poco a poco el revuelo provocado por esos hechos se volvió inmenso. Todos los padres se alarmaron por la situación y comenzaron a encerrar a sus hijos para evitar que fueran a cualquier fiesta. Pero las fiestas, conciertos o discotecas no eran el único medio para conseguir un encuentro con el Dragón. Cualquier pusher callejero la tenía a módicos precios, así que no faltaba un buen amigo que llevara un poco para su colega “encarcelado”. Así empezó la guerra contra los padres. La manera en que los hijos arremetían contra sus propios progenitores podía ser fácilmente el plato fuerte de rotten.com. Pronto el asunto creció demasiado y desencadenó un monstruo apocalíptico en forma de turbas de jóvenes y no tan jóvenes poseídos por el Dragón que salieron a las calles armados con lo que fuera, buscando reclamar su derecho de vivir sus vidas a su manera por medio de la fuerza y la anarquía. Lo sucedido dejó el lugar como si hubieran dejado caer una bomba biológica. El se salvó gracias a la cobarde actitud de no tomar parte de ninguno de los bandos; mas sin embargo, en un par de ocasiones tuvo que defenderse y dar muerte a un par de atacantes. Desgraciadamente una de esas veces lo marcó más de lo que él hubiese querido; la difícil decisión de salvar su vida contra uno de sus propios amigos le tomó demasiado por sorpresa. Pero así debía ser y no tuvo otra opción que hacerlo.

Prácticamente la pequeña guerra civil fue ganada por los anarquistas, pero pronto entre ellos mismos se fueron diezmando y uno lo suficientemente imbécil decidió que era hora de apagar la planta nuclear, causando una fuga de material radiactivo que llamó la atención de las autoridades nacionales y les hizo mandar una inspección.

Cuando llegaron lo que encontraron fue un cementerio a flor de tierra. Los cuerpos estaban por todos lados; la sangre buscaba su escondite a través de los tragantes de las calles. Decidieron que lo único que quedaba por hacer para limpiar el desastre era destruir los cuerpos con agentes químicos. Fijaron un plazo para que los familiares de las víctimas, que estaban fuera del pueblo reclamaran los cuerpos. Luego de ese plazo, los juntaron todos y procedieron con la limpieza.

Mientras eso pasaba, él se refugió en una cueva de las montañas de las afueras, bastante lejos y a bastante profundidad para no llamar la atención. No quiso presentarse como el único sobreviviente, el que asumió el papel de la rata que se mantuvo escondida mientras sus amigos e incluso su familia se destruían entre sí.

El gobierno puso una corta cuarentena sobre la ciudad, a la espera de la descontaminación ocasionada por el material derramado que al final no fue gran cosa, De la cual ya habían pasado un par de meses. En las eventuales revisiones que se realizaban, le bastaba con entrar a cualquier casa y quedarse allí hasta que pasara el peligro.

Ahora no sabe qué va a pasar cuando la gente comience a llegar para tomar retoar la ciudad. ¿Cómo va a aparecer él? ¿Qué va a pasar cuando se den cuenta que él ha estado todo ese tiempo por allí, como un ermitaño, sobreviviendo con todo lo que quedó por allí a su completa disposición? Trata de no pensar mucho en eso. Después de todo, sea lo que sea que pase, tendrá que pasar y poco o nada podrá hacer.

Mientras tanto, sigue vagando por la ciudad, durmiendo en una casa distinta cada noche y gozando de su soledad. Al parecer le gusta este descanso que ha obtenido de la gente y de todo lo que le había llegado a aburrir de una vida en una ciudad en la que la gente le agobiaba.

Cuando llegue el día en que su ciudad le vuelva a aburrir, cuando la vida vuelva a ser monótona y estresante, quizás vuelva a sacar su vieja fórmula y saque a su Dragón a pasear y recibir un poco de aire.

Texto agregado el 07-11-2006, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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