“Si quieres ver un árbol, ve al valle, si quieres ver el valle, ve a una montaña, si quiere ver la montaña, sube al las nubes, pero si lo quieres ver todo, cierra los ojos y solo piensa”.
Es fantástico el poder de la imaginación, la posibilidad de hacer feliz a alguien regalando una imagen real o irreal, una imagen soñada, una fantasía contada y adornada de cosas mágicas que pueden o no pueden existir. Es gratificante tener la posibilidad de transmitir sensaciones, colores, texturas y sabores, aunque sólo las recreemos para otras mentes, aunque no se puedan tocar y existan solamente por un instante. Todo el cansancio desaparece (es muy cierto), cuando vemos que la boquita se curva hacia arriba y estalla en una gran risa. Ante lo espontáneo de las preguntas inocentes, y de esas francas, que se hacen sin rodeos. Así son los niños… seres capaces de imaginarse lo inimaginable, de soñar despiertos y escucharnos atentos “siguiéndonos la jugada” de las historias más fantasiosas, de ésas que ni caben en los cuentos. Seres capaces muchas veces de cambiarte el día, de sentir que vale la pena dar un poquito más. Y de hacernos sentir que somos capaces de ayudar, aunque sea , a reflejar una esperanza de futuro en esas caritas; a veces manchadas, a veces de mirada triste y distante… pero siempre radiantes ante una muestra de afecto.
Cada día cuando me paro frente a mis “muchos más” (48 niños de 6 y 7 años), cuando comparto 4 horas con ellos, cuando trato que aprendan lo básico para su alfabetización. Cuando la lecto-escritura nos consume la mayor parte del tiempo; y cuando entre hábitos, un programa que cumplir y problemas inergrupales, se trata también de ayudarlos a soñar, a razonar, a decidir. De mostrarles que hay algo más allá de la pobreza extrema en la que muchos de ellos viven, en la que muchos de ellos vivirán siempre y esperemos que los menos, reproducirán como modelo social. ... Mientras envolvemos dientes de leche, y escribimos cartitas con fecha para “el ratón Pérez”. … Mientras se tratan de apañar las carencias de útiles, de vestimenta, de cariño, de alimentación, de buenos tratos.
Cada día, en medio del cansancio que a esta altura del año se hace más presente, cuando los primeros calores nos recuerdan que niños y calor no nos compatibles, como tampoco lo son niño y hambre, niño y golpes, niño y desamparo, niño y… tantas cosas.
Cuando sin querer comparamos realidades, nos enojamos a veces, nos consolamos otras, nos sentimos imprescindibles, aunque sabemos que no lo somos y sabemos que no haremos milagros. Pero dejamos lo mejor de nosotros cada día, a pesar de rezongar y de sentir de a ratos que no vale la pena. Es esa misma ebullición del ambiente, la que me recuerda que aunque me sienta agotada muchas veces, elegí esto que hago.
Vale la pena y gratifica tener entre nuestras manos la posibilidad de crear sueños, de generar sonrisas, de aportar un granito de arena en la formación de una personita. Y también es una gran responsabilidad la que tenemos entre manos.
Nuestra materia prima respira, ríe, llora, siente, sueña, cree y confía. Y gratifica mucho más cuando vemos que aquellos pequeñitos a quienes ayudamos a aprender a leer y escribir; a quienes enseñamos y nos enseñaron muchas cosas hace años, hoy se perfilan como adolescentes, y tienen sus metas, sus personalidades armadas y sus sueños; esos a los que pudimos aportar tal vez un granito de arena y enrollar con un hilito de complicidad.
Me parece que me quedan aún muchas generaciones para tratar de arrancar risas espontáneas, y entre el cansancio y las preguntas, de si esto que hago vale la pena… intentar seguir borrando desesperanza. |