“…El hecho de estar aquí esperando tu regreso simplemente me hace tener una ultima ilusión,
He tenido quizás la melodía para escribirte una canción pero a decir verdad estoy algo desorientado.
Quisiera que en este momento vinieras…”
Margarette solía sentarse frente la ventana y escribir, la danza de sus dedos pasando cada vez más rápido por el papel hacían que su corazón se agitara.
Hace mucho que ella no ha salido sonriente como acostumbraba a hacerlo. Antes de lo sucedido recuerdo haber visto a Margarette sonriendo, preparada para salir, para dar un paseo sin siquiera preocuparse de la hora, pero hoy es distinto, ella está refugiada en esas antiguas paredes de madera vieja disimuladas con papel mural, y escritos en ella toda clase de pensamientos. Ha pasado ya un año de lo que por ulti8ma vez la hacia sonreír, su amor por la vida, Margarette en su afán de buena hija era muy alegre, cautivando a una a todos aquellos que la amaban y que hoy sólo solía recordar. Aunque esta rodeada de vida, de gente, suele sentirse sola, no hay en este momento quien sea capaz de escuchar sus quejas, sus alegrías, sus penas, reservando hasta lo más mínimo en ella. El canto en ella era perfecto, recuerdo haberla escuchado cantar, y sonreír, ella constantemente componía letras y cantaba, a todos le gustaba escucharla cantar, a todos, y a mí.
Creo que ella también solía pintar flores bellas, tanto como sus manos, si Margarette tenia manos preciosas, dedos como el de una pianista delicada dulce llena de gracia para tocar el instrumento más delicado y aun así este quedaría nada en comparación a sus manos de marfil y sus uñas de un finísimo diamante, el más caro.
Román, ese es mi nombre, quizás Juan como ella solía decirme en sus escritos, amé tanto su voz como sus manos, y es que en ella encontré paz infinita, tanto amé a Margarette que hasta hoy su sólo nombre hace de mi el ser más débil de esta Tierra, rebosando a una un millar de lágrimas. Cada vez que ella pintaba un cuadro, y la pintura manchaba desde su cabello ondeado hasta su dedo de cristal, inmediatamente yo iba en una desenfrenada carrera en busca de un mantel, de un género digno de tocar su piel, su rostro, y su cabello tan hermoso como las flores que ella solía dibujar, que solía pintar sin importar la hora. Recuerdo que en cada pintura suya habían cantos de por medio que hacían que yo constantemente me maravillara con la inmensa hermosura de la delicadez de su sola voz. La concentración y la mirada en sus ojos eran para ley, tanto así que trataba de contener inclusive el mínimo ruido, para no distraer la imagen misma de su voz, de sus manos, de su arte hermosa.
-Han pasado dos horas y aun estás aquí, si deseas ve a dormir.- Me decía con voz gentil, amable y risueña como siempre.
Pero no logrando en mí una orden, pues la amaba y no estaba dispuesto a dejarla nunca. El cuadro de esa mujer hermosa, llena de flor, de olor fragante exclusivamente para mí, ya estaba listo, y aunque ella estuviese fatigada a causa del esfuerzo de toda una noche, recuerdo que me abrazaba y sin decir nada me amaba, tanto o más como lo hacía yo.
Margarette en su vida cotidiana, era una mujer llena de grandes virtudes, las cuales hacían de ella una persona admirable, como también defectos y debilidades que para mi la hacían perfecta. Su cuerpo era perfecto, sin atracción aparente para otros yo la amaba como tal, sus pechos blancos y arqueados perfectamente, dando paso a unas delicadas caricias al momento de mamarlas, su piel lisa, su cuerpo robusto, hacían de ella la mujer más hermosa, su rostro el de un ángel, sus ojos, si sus bellos ojos, imposibles de pintar , por la hermosa mirada cristalina, en medio de la oscuridad aparente, reflejaba en ella su fuerza de querer luchar, como también el dolor de haber estado sola. Aquellos ojos como la tierra de campo, que me pertenecían sólo a mí así como ella decía que los míos a ella. Margarette la pintora, la cantante, pero sobretodo la delicada palabra mujer. Yo era Juan en sus escritos, tal vez por que así era el mundo de ella en el cual a mí me gustaba entrar porque sólo estaba ella… Su letra era hermosa, delicada como su nombre pronunciado lentamente…Margarette…
Recuerdo haber probado platos exquisitos de sus propias manos, esas manos como dije incomparables siempre, pero más delicioso era escucharla decir palabras de consejo. Cada vez que me sentía mal, ella estaba ahí, recuerdo que jugábamos a recostarnos en el jardín a mirar las nubes y ella pasaba horas conmigo sin mirar en momento alguno el reloj, tanto nos amábamos que aun de noche dormíamos solo de perfil uno frente al otro para tener la seguridad que compartíamos no sólo la cama sino también nuestro aliento. Así pasaron los años, tantos como que no me di cuenta y se acercaba lo que creí imposible, ella ya había perdido la fuerza para pintar, por que sus manos dulces eran hoy plata vieja, hermosas pero plata…Así Margarette cantaba aún y yo aun la escuchaba, es más aun la escucho, pero ya no estás su voz, ni su aliento. Yo y mis desvelos para contemplar la hermosura de su arte se marcharon ya…
“…El hecho de estar aquí esperando tu regreso simplemente me hace tener una ultima ilusión,
He tenido quizás la melodía para escribirte una canción pero a decir verdad estoy algo desorientado.
Quisiera que en este momento vinieras…”
Mamá murió, pero su canto, su poesía y sus cuadros y su hermosura están hoy conmigo…
Para la mujer que lucho por mi, que hizo de mi un hombre, que me amó, que a mis cinco años solía recostarse junto a mí en el jardín y por horas mirar el cielo, a ella viva, a ella muerta, tu hijo que te ama, Román y en tu mundo claro está, Juan…
21.09.05
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