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Fue uno de esos días en los que prefieres seguir cubierto por las sábanas hasta muy entrada la tarde. No era el cansancio lo que me hacía permanecer acostado en la comodidad de mi cama sino lo que acaecería en las horas siguientes.

Mi mente se había vuelto un gran remolino desde la mañana en que recibí aquella llamada, con la voz tan fría de esa mujer hablándome al oído, desde un lugar lejano, a través del teléfono. No podía conciliar el sueño pensando en como y cuando resolvería mi situación, la mente se me nublaba y el sol seguía elevándose afuera de mi ventana. No deseaba bajar a desayunar, no quería que mis pies chocaran con el suelo helado y me hicieran volver a la realidad, a enfrentar mis problemas. Me sentía tan plácidamente cómodo, aletargado entre ese juego de sábanas a cuadritos, que me parecía una vaga sensación el hecho que tendría que enfrentarme a ese resultado horas más tarde.

No comí nada durante el día, tan solo un vaso de agua calmó mi sed a las 11 de la mañana. Pasaban las horas como en cámara lenta, todo lo vertiginoso de los días anteriores se había esfumado con el cambio de día a las doce de la madrugada. No sentía pasar el tiempo y mi mirada estaba constantemente clavada en el reloj de pared de la cocina, en el del escritorio de mi padre, en el que llevaba puesto en la muñeca y cuanto aparato que me indicara la hora. El almuerzo se me hizo dificultoso con la retahíla de preguntas con las que mi madre me atacaba, la incomodidad de la silla en la que mis posaderas habían caído, con los gritos de mi hermano porque no quería comer el plato de lentejas que tenía frente a él. Decidí levantarme sin decir palabra y extraviarme nuevamente en mis pensamientos, en debo ducharme antes de salir, en si se me vería bien si iba sin afeitar, en como podría cubrir las ojeras, en como podría arreglar mi vida si todo saliera mal.

Me perdí entre cuadernos y discos compactos, entre el monitor de mi computadora y la ropa colgada en el armario. Me pesaban los miembros, se me hacía difícil respirar pensando en las diversas soluciones que me iban pasando por la cabeza. Decidí ponerme la cafarena roja y el sacon de cuero negro, los zapatos negros y el pantalón gris, después de todo no me sentía muy feliz que digamos. En la ducha me sentí completamente vació admirando lo inmensa que puede parecer una bañera, que te cubre con agua hasta la barbilla estando acostado, seguía tratando de sacar los malos pensamientos de esta cabeza magullada por el dolor y la incertidumbre.

La ropa me quedaba bastante graciosa, el pantalón me apretaba un poco en la cintura y la cafarena me ajustaba en el cuello (se notaba que había subido un poco de peso) Salí a la calle sin pensar en que rumbo tomaría para llegar hasta mi destino. Saqué la mano y el taxista me dijo misio cuando lo rechacé; "Si fuera misio estaría taxeando" le dije y ofendido me dejó estirando la mano para detener al taxi que venía detrás de él. Subí con la parsimonia de un caracol al subir hacia una hoja y me dejé tumbar en el asiento trasero. Encendí un cigarrillo y dejé a mi mente libre, la dejé volar sin siquiera darme cuenta en lo que estaba pensando. Al pasar un instante observé un grupo de gente parada frente a un local de vidrios verdosos y un par de ojos conocidos posaron su mirada en mí.

En esa acera, frente a esos ojos me sentía indefenso, como si una gran culpa abatiera mi cerebro y lo estrujara, me empezaron a doler las sienes y la cabeza me dio vueltas. Esos ojos me saludaron, aún mantenían la sonrisa maliciosa entre los labios, esa sonrisa con la cual me despidió cuando todo acabó. Un hombre enternado me habló con términos judiciales y mi cabeza se sentía a punto de explotar, unos brazos me tiraron hacia un lado y me aconsejaron no decir palabra hasta que todo este consumado. Ingresamos a un recinto dentro del edificio, una habitación cálida, nos sentamos. Dos mujeres a las que nunca había visto se hallaban frente a mí, observándome con desagrado, un joven del brazo de una muchacha, la muchacha era dueña de esos ojos que hacían que me doliera más la cabeza, y la madre de ella, con la mirada en el techo, como orando a Dios por algo favorable. El hombre enternado se sentó frente a nosotros, cogió un par de folios y los apartó dejando libre el centro de su escritorio. Tomó un sobre de manos de esos ojos que me mataban, lo abrió y empezó a leer el contenido de esa misiva, carta, oficio o lo que haya sido. INFORME DEL LABORATORIO, no entendía muy bien las palabras por el hablar masticado de aquel serrano en saco de paño, EL ADN PRESENTADO EN ESTA MUESTRA, me mareaba el ambiente hacinado de la habitación cerrada, los perfumes me asfixiaban, LOS SUPUESTOS PADRES AQUI PRESENTES, sentí que la mirada de todos los presentes se abalanzaban sobre mí y mi cabeza reventó de repente, un súbito hincón me hizo cerrar los ojos y salí desesperado sin rumbo.

La presión en mi cabeza había bajado después de la tercera compresa de agua fría que había colocado en mis sienes, un vaso con agua apareció frente a mi rostro y vi una mirada extraña, extraviada; no eran los ojos que me acababan, eran sus compañeros, estaban perdidos en algún lugar entre el espejo del baño y un pensamiento retorcido. No pude comprender sus palabras, ninguna emoción afloró de mi ser al escuchar sus palabras, solo sentí que el mundo parecía algo que podría ser sobrellevado e incluso por primera vez en mucho tiempo sentí tranquilidad, mi gran peso, ese que sentía en el interior, desaparecía con cada palabra, con cada pausa que hacía entre ellas. EL NIÑO NO ES TUYO... Calló un instante como queriendo sonreír y llorar al mismo tiempo y concluyó su frase cayendo al suelo y dejando brotar las lágrimas de sus ojos: PERO TAMPOCO ES MIO.

No supe como tuve el valor para dejarlo solo con su dilema, para salir del baño observando como lloraba arrinconado en una esquina, para caminar hacia la salida evitando los comentarios y las miradas indiscretas; solo supe que quince minutos después iba calle abajo, con un cigarrillo en la mano, el saco de cuero bajo uno de mis brazos, una sonrisa en los labios y silbando una canción.

Texto agregado el 06-11-2006, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-11-2006 Este cuento me entretuvo. lograste mantenerme atenta. Algunas sugerencias: "Fue uno de esos días en los que prefieres seguir cubierto por las sábanas hasta muy entrada la tarde." (la frase que sigue es innecesaria ya lo descubriremos por el camino) El siguiente párrafo es algo confuso, yo sugeriría hacerlo más claro, por ejemplo: "La voz fría de esa mujer hablándome al oído a través del teléfono, había vuelto mi mente un gran remolino. Desde esa mañana no podía conciliar el sueño. ¿Cómo resolvería mi situación?" están los mismos elementos, sólo en otro orden. Es una sugerencia. Me gustó, aunque falta edición. 4* eride
 
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