- Lo quiero matar.
La voz llenó el ascensor y rebotó entre las paredes atravesando la obscuridad causada por el apagón que les tenía allí encerrados. Michael no supo si realmente había escuchado eso o si al final había resultado que sí le tenía miedo al encierro o a la oscuridad y su mente lo expresaba inventando cosas o voces.
- ¿Perdón?- dijo con voz suave, esperando que su interlocutor le repitiera una frase que pudiera haber confundido.
- Que le quiero matar. - afirmó el otro hombre.
Estuvo a punto de repetir la pregunta, pero temió pasar por estúpido ante el desconocido. Trató de interpretar las palabras y no pudo. Pensó que talvez el realmente asustado sería el otro y que sus nervios le estaban llevando a decir incoherencias; había escuchado o leído que la situación de quedarse encerrado en un ascensor con algún desconocido puede trastornar bastante a cualquier claustrofóbico y pensó que se podría tratar de eso. Sin embargo, no pensó tomarle muy en serio.
- Vamos, tranquilo que pronto saldremos de acá y el día seguirá su normalidad. Verá que no hay nada que temer.
- Yo no temo nada. - respondió el otro con tranquilidad. - Sé que esta situación no tiene nada de delicado.
El silencio volvió a llenar el espacio destinado a transportar a 6 personas por cada uno de los pisos del edificio. Por la mente de Michael pasaron muchas ideas sobre lo que debía decir a continuación; no podía creer que con lo bien que le había ido todo el día, debía ahora estar allí encerrado con un orate medio bromista.
- Y supongo que me matará acá mismo, ¿no? Sacará un cuchillo de unos ocho centímetros y me lo encajará en la columna, el hígado o un pulmón.
- Sería muy estúpido hacer eso. - La voz del hombre denotaba una tranquilidad absoluta que no sugería ni un ligero asomo de nerviosismo ni preocupación. Más bien, Michael percibió un tono de diversión, pero no del tipo de diversión del bromista que esconde su sonrisa tras la mano, (o la oscuridad) mientras sabe que la chanza va mejor de lo que esperaba. No, este tipo no parecía para nada un bromista, su voz sonaba muy seria y relajada. - Cuando se abran las puertas y me encuentren junto a un cadáver desangrado no me creerán nada de lo que diga para probar inocencia. No, aún no deseo ir a prisión.
- Entonces, ¿por qué me dice que me quiere matar, si no lo hará?
- Sí dije que le quiero matar, pero no dije que le quiera matar ahora - ahora su voz sonaba como la de un profesor que corrige la lección oral del alumno. – simplemente dije que le quiero matar, pero eso no quiere decir que ya haya decidido cuando será eso. Pero ya lo decidiré.
Aún no podía creer lo que escuchaba. Su sensatez decía que era imposible que el otro hablara en serio y que cuando menos lo espere soltaría la carcajada y se disculparía si había ido demasiado lejos. (- Lo siento, es que estar acá atrapado me puso nervioso y quise aliviar un poco la tensión) Muy gracioso, se iría con un labio más grande a su casa el señor payaso.
- Óigame, creo que hay mejores maneras de liberar tensiones; ¿por qué no dejamos las bromas para cuando vayamos saliendo de acá?
- Me temo que no es broma - Ahora la voz le recordó a su director de secundaria, diciéndole que le expulsarían por la bolsa de hierba que habían encontrado en su mochila. (Un castigo de unos días bastó, pero nunca más volvió a saber de la bolsita) Ahora tuvo que aceptar que estaba sintiendo miedo.
- ¿Por qué?
- Porque no puedo hablar más en serio.
- ¿Por qué matarme? Quise decir. - le pareció que había hablado demasiado alto y esperó que eso no le trajera problemas.
- ¿Debe haber una razón? - Michael no esperaba esa respuesta, realmente no sabía qué esperaba, pero definitivamente, esa no. - Simplemente creo que disfrutaré matándolo. Siempre he disfrutado matar y creo que usted no será la excepción.
La oscuridad pareció concentrarse frente a él cuando trató de encontrar un rasgo que le permitiera identificar un rostro. Sintió una gota de sudor bajando por su frente mientras escuchaba su propio corazón como si fuera una grabación en un par de audífonos Sony.
- Espero que no se muera acá del miedo; me habría equivocado entonces, pues no me pareció que sería usted tan impresionable. Además me arrebataría el placer que aguardo con ansias. - las últimas palabras fueron como un susurro pero llegaron con muchísima claridad a sus oídos.
- ¡Oh, Dios! - pensó – no puede ser, este tipo habla en serio; tiene planes de matarme y me lo está informando.
Por primera vez en quince años volvió a sentir un vacío creciente en la boca del estómago, como si un enorme pedo se estuviera reservando para salir en el momento menos oportuno. Trató de recordar a cada persona que había subido al ascensor, pero recordó que había estado demasiado concentrado en el informe de la junta directiva, donde constaba entre líneas que su ascenso estaba a la vuelta de la esquina si el problema de proveedores seguía siendo salvado como hasta ahora. En ese momento se percató de que hacía rato que las dos hojas habían escapado de sus dedos y yacían en el suelo. En el onceavo piso entró una pareja y entonces eran tres en el interior. En el octavo y sexto entraron y salieron otros y el último grupo salió en el tercero, (¿o fue el segundo?) mientras, sin sacar la vista del texto, pensaba en comprar una botella de vino para celebrar con su esposa en “Vittorio´s” y luego regresar a casa para hacerle el amor como nunca lo había hecho en tres años de matrimonio. Puede ser que pasara antes por el “G spot” a comprar algún artículo interesante y útil.
Realmente nunca se percató en los rostros de quienes habían entrado y no tenía ni idea del piso en el que se le unió el que ahora le amenazaba.
- Escuche, debe estar equivocado porque yo nunca he dañado a nadie. Nunca me he acostado con la mujer de nadie (¿Julia?) ni con menores de edad (creo). Ni he robado nunca ni…
- No me interesa. - seguía siendo una voz tranquila y educada, sin un ápice de desespero o intranquilidad. - No me interesa que su vida sea como la de la madre Teresa o como la de Osama; no me interesa que sea un machote o un maricón frustrado. Religioso o ateo, no me interesa y nunca me ha interesado.
Michael recordó la luz de su teléfono celular y lo buscó en la cintura
- Su teléfono lo tengo yo; es muy fácil quitarlo de su cintura cuando la gente se mueve en un espacio pequeño y usted está tan concentrado en un papel. No sé que pensó lograr con utilizar la luz, pues aún viendo mi rostro no apartaría la idea de mi mente. Talvez habría ganado uno o dos años de vida, pero no desaparecería de mis planes.
Ahora sí estaba lleno de miedo. - Esto va en serio. - se dijo. El que el tipo le haya quitado el teléfono le decía que no había sido algo que se le ocurrió cuando se apagaron las luces y el movimiento descendente se detuvo justo cuando el número uno estaba por parpadear en el tablero. El pedo creció en su vientre y la saliva pareció transformarse en harina de maíz pero sin sabor; sentía el sabor que deben dejar las monedas viejas de diez centavos en la boca.
- Pero creo que ya conversamos mucho y dentro de unos pocos minutos se abrirán las puertas, así que ponga atención: sé todo sobre usted. - Poco a poco sintió cómo la voz se acercaba a él y le arrinconaba en la esquina posterior del ascensor. - Si quiere se cambia de casa, de trabajo; cámbiese de club campestre incluso, igual sabré a donde va. Le recomiendo que no deje su trabajo; ese ascenso le garantizará una buena pensión a su esposa cuando usted ya no esté.
El aire se enrareció y se llenó de una mezcla de miedo, sudor y “Aqua de Gio”
- Pueden pasar uno o dos o tres años, pero llegaré, así que disfrútelos y viva cada día como si fuera el último, porque uno de ellos lo será y lo sabrá cuando me vea entrar de nuevo a su vida, a su casa, cuando ella no esté y sólo estemos usted y yo como ahora. Entonces sí deberá tener miedo, rezar si sabe hacerlo, porque no será rápido; me gusta ver el dolor que puedo infligir con cada punción y cada corte. Me gusta ver cómo tratará de atravesar la mordaza con sus gritos desesperados. Disfrutaré escuchar el sonido de los huesos al partirse y el aroma de la carne ligeramente chamuscada. Siempre tomo el tiempo que duran vivos y le tengo mucha fe a usted. Hasta quisiera comprobar si es cierto que el apéndice no es tan indispensable; claro, espero que para entonces aún lo tenga. ¿Tiene usted amígdalas? Justo antes de que el aire deje sus pulmones, me haré cargo de cortar ese hermoso tatuaje tribal de su hombro.
Michael creyó escuchar más palabras, pero el desvanecimiento no le permitió comprenderlas. Trató de aferrarse a las paredes y manoteó el aire buscando algún soporte. Le pareció tocar la tela del saco del otro pero no pudo hacer nada más. Simplemente le pareció que la oscuridad no estaba en el ascensor sino dentro de sus ojos. Como en un sueño sintió el suelo contra su cabeza y el sudor que le cubría la cara.
Cuando despertó, un bombero le hacía oler algo que le revolvió el estómago y le recordó el vacío que había allí. Recordó lo que había pasado como si fuera una pesadilla y se incorporó como si le impulsara un resorte sujeto a media espalda. Miró a todos lados y solo vio rostros curiosos y un poco asustados por el apagón que había dejado a algunos de ellos atrapados en los ascensores. El sabor a cambio de autobús seguía en su boca, junto con la sequía del Sahara en una noche fría. Sentía la espalda empapada en sudor y su corazón seguía castigándole en estéreo desde sus oídos. (Parecía una canción de black rock)
En ningún lugar encontró un rostro que pudiera asociar con lo que había pasado. Cuando preguntó por el que estaba con él nadie le supo decir nada; al parecer el señor estaba muy tranquilo cuando volvió la corriente y las puertas se abrieron. Le dijo a los que estaban en el lobby que había un hombre desmayado adentro y enseguida salió del edificio mientras los bomberos entraban.
- ¿Le conocía? - le preguntó el bombero.
Pensó en las probabilidades de que le creyeran su historia y localizaran al tipo. Sin una pista le permitiera identificarlo, ni un rasgo, color de piel, color de ojos, nada. Más bien parecería como un delirio claustrofóbico. Talvez lo era.
- ¡No lo es! - pensó, pero no podría probar nada. Sólo le quedaba esperar que de verdad el maldito sea un desgraciado bromista que necesitaba deshacerse de un poco del miedo que le daba estar encerrado a oscuras con un extraño.
- No, no lo conozco, pero quería saber cómo estaba él… - la pesadilla no se iría en mucho tiempo. Tragó un poco de la harina de su boca y continuó. - estábamos teniendo una charla allí dentro, pero me desmayé.
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