Por mucho tiempo pensé que el corazón no hablaba, o que a lo mejor era indiferente ante sus palabras; pero con el tiempo empecé a creer, que aquel compañero fiel; aquel de toda la vida tampoco era quien hablaba; si no su metafórica imagen.

Por primera vez comprendí que su lenguaje no costaba de palabras o señas, ni de prolongados silencios, o miradas inconclusas; él no se comunicaba por olores, imágenes, por medio de sabores o el contacto mutuo; pues su resultado eran aquellas reacciones imposibles de ver, medir y tocar; pero que indiscriptiblemente se sentían.

Desde entonces, las cosas cambiaron, pues aunque algunas veces es difícil entender lo que el desea expresar, con cautela intento descifrar el mensaje que quiere revelarme. Y aunque una vez me perdí por pensar que los mensajes solo costaban de palabras que se recibían por palomas mensajeras, el correo o que eran entregados directamente por Hermes; hoy finalmente, el corazón y yo encontramos el código perfecto para comunicarnos: el sentimiento.