Palabras
La historia que les voy a contar ocurrió hace mucho, mucho tiempo, en un momento de nuestra historia en que aún no existía nadie interesado en contar ni los años ni los dedos de las manos. Los protagonistas pertenecen a una especie de primates que está justo en el paso que hay entre el animal que piensa y el hombre que piensa; es decir, muchas de las capacidades necesarias para comenzar a pensar como hombres ya están, sólo les falta el gran paso de nombrar las cosas y luego jugar con las palabras y luego inventar palabras que se refieran a otras palabras y ya no sólo a las cosas. Imaginen un grupo de estos animales que viven en cuevas, cazan y recolectan para alimentarse.
Como aún nuestros personajes no han inventado las palabras ellos no tenían nombres. El grupo de personajes está liderado por un gran macho, el que camina más erguido que el resto y el que mejor utiliza las herramientas de la naturaleza y que incluso está aprendiendo a construir las suyas propias. Nuestro líder tiene el derecho de aparearse con todas las hembras del grupo, aunque es sabido que de cuando en cuando alguna de ellas se escapa al bosque con algún macho joven.
Nuestra historia comienza un día soleado en que nuestro amigo líder decide salir de cacería hacia una pradera cercana a las cuevas en donde habitaban. Como era su costumbre en estas situaciones, se para en el centro del grupo de machos, toma una piedra, toma una lanza, da un fuerte gruñido y comienza a caminar en dirección a la pradera esperando que todos los machos lo siguieran. Esto no ocurrió. El resto de los machos deseaba ir al bosque cercano a recolectar frutos, algo en sus cabezas les decía que ya era la temporada en que maduraban sus frutos favoritos, sólo que no tenían palabras para decírselo al líder, sin embargo todos ellos sentían lo mismo y apuntaban en dirección al bosque. El macho líder los observó detenidamente por un minuto y alguna asociación ocurrió también en su cabeza. Vio el sol en el cielo, sintió el calor de fines de la primavera y recordó el sabor de los frutos hasta casi sentirlos en su paladar.
Algo ocurría en la mente de nuestro líder, él era de los primeros experimentos de la evolución que estaban perdiendo algunos de sus instintos y que estaban comenzando a depender cada vez más de sus capacidades de razonamiento. Su instinto no le avisó a tiempo la maduración de los frutos, tuvo que recordarlo en base a las asociaciones de la época del año en que se encontraban; sin embargo, él era el cazador más reconocido de todo el grupo gracias a las armas y técnicas de caza que había inventado, por lo que se había ganado el liderazgo del grupo fácilmente en un combate con el macho que anteriormente tenía el título. Gracias a este liderazgo, nuestro amigo podía estar seguro que sus genes se traspasarían a las siguientes generaciones de su especie, cosa que no creo que en ese momento le importara mucho.
A partir de ese día, nuestro amigo líder comenzó a asociar algunos hechos cotidianos con las condiciones del clima. Él ya tenía una idea de los ciclos de las estaciones y ahora estaba asociando a ellos la migración de algunos animales, las crecidas de los ríos y la maduración de los frutos. Comenzó a dibujar en las paredes de las cuevas los hechos importantes reflejando además las condiciones climáticas en el momento en que éstos ocurrían. Por ejemplo, dibujó a los hombre cazando con un cielo muy nublado y a otros recolectando frutos con un gran sol en lo alto. El resto del grupo no entendía ni se preocupaba por entender lo que el gran macho hacía, sólo sentían en sus estómagos los buenos resultados de su dirección y lo seguían reconociendo como su líder.
¿Qué llevó a nuestro líder amigo a actuar como lo hacía? Nada especial, él sólo actuó usando las capacidades que la evolución, en su continuo juego de experimentos, colocó a su disposición. El no actuó bien ni actuó mal, sólo actuó. El grupo no lo siguió porque era un gran líder ni porque creyeran en él, sólo siguieron actuando según lo dictaba su comodidad y principalmente su estómago.
Pasados algunos años, nuestro amigo ya conocía perfectamente las mejores actividades de supervivencia que correspondían a cada temporada del año. Gracias a su constante observación de las cosas que lo rodeaban, también conocía qué frutos se conservaban por más tiempo. Así fue como creó una bodega de piedras en donde logró que el resto del grupo secara y almacenara algunos frutos para las estaciones en donde les era más difícil encontrar alimentos. Durante el transcurso de esta tarea, nuestro amigo inventó los símbolos para representar afirmación y negación. El indicaba mediante gestos a los otros individuos que depositaran los frutos en la bodega y luego hacía un gesto afirmativo con la cabeza. Si ellos no lo hacían, entonces usaba un gesto de negación acompañado de un gran rugido. Poco a poco, el resto del grupo aprendió el significado de estos gestos y se acostumbraron a mirar la cabeza de su líder para saber si estaban actuando como él quería o no. En realidad ellos no lo sabían, y sólo lo hacían para evitar ganarse un gruñido y luego sólo una negación, la que llegó a ser equivalente para ellos al gruñido del jefe.
El líder del grupo tenía muchos hijos, todos parecidos a él; sin embargo, destacaba especialmente el mayor de ellos, quien poseía capacidades de razonamiento incluso superiores a las suyas. El hijo del líder acostumbraba a seguirlo y lo observaba continuamente, aprendiendo acerca de la confección de herramientas y de las formas en que él dirigía al resto. Con el tiempo comenzó a ser natural que el hijo reemplazara al líder en algunas de las tareas de dirección, como él usaba los mismos gestos que su padre, para el grupo fue un paso normal, y lo siguieron tal como seguían a su padre.
Gracias a la colaboración de su hijo, nuestro amigo líder contaba ahora con más tiempo libre para dedicarlo a sus estudios de nuevas herramientas y a seguir observando y observando su entorno. Llegó a ocurrir en esa familia de primates que las hembras comenzaron a ser compartidas por padre e hijo, hecho que también fue aceptado normalmente por el resto de los integrantes.
El paso desde la construcción de herramientas hacia las armas de guerra fue natural y lo consiguió el hijo del líder. Cierto día se produjo una discusión entre padre e hijo, discusión que fue probablemente el primer intercambio de palabras en la historia del hombre. Todo comenzó porque el hijo del líder del grupo decidió usar las armas que ya tenían construidas para someter a la tribu vecina y hacerlos esclavos. Él tomó las armas, miró a su padre y emitió un fuerte gruñido que sonó parecido a “WARRRR”. El líder del grupo le devolvió la mirada, ejecutó el gesto de negación y con una expresión de desafío gruñó algo como “PAZZZZ”. El hijo terminó por respetar la opinión del padre y, por el momento, prevaleció la paz en el mundo de nuestros ancestros.
A partir de la invención de esas dos primeras palabras, nuestros amigos se dieron cuenta que podían probar diferentes sonidos y gruñidos y comenzaron a nombrar las cosas y luego las acciones. Los años transcurrieron y los hijos del líder del grupo fueron transformándose en los encargados de inventar las herramientas, las armas, las palabras, de administrar la reserva de granos y decidir las acciones de caza y recolección. El resto de los integrantes se limitaba a aprender las nuevas palabras, a obedecer y a vivir sus vidas tranquilamente. A medida que el líder del grupo se hacía más y más viejo, la dirección la comenzó a tomar su hijo mayor, mientras el resto parecía obedecerle sin ningún cuestionamiento. Esta fue la primera vez que el traspaso de mando entre líderes se estaba produciendo sin un combate de por medio y con el líder que abandonaba el poder permaneciendo como parte de la tribu.
Una vez que el hijo se transformó completamente en el nuevo líder, retomó sus ideas de conquista de la tribu vecina. Cada una de las tribus había tenido delimitados sus territorios de caza y recolección y desde hacía muchos años que no tenían problemas de convivencia. El nuevo líder sabía que con las nuevas capacidades con que ahora contaban la conquista sería una tarea fácil, y así resultó. El ataque a la otra tribu fue una masacre, asesinaron sin piedad a todos los machos adultos y conservaron sólo a los pequeños y a las hembras. El nuevo líder envió a un grupo de hermanos a hacerse cargo de los conquistados, a enseñarles sus herramientas, armas y lenguajes y, sin proponérselo, a traspasar a ese grupo aquellos genes que tan exitosos les habían resultado.
A esa primera tribu la siguieron muchas otras y siempre el resultado era el mismo, los herederos del primer gran líder, aquél que inició los cambios, eran la casta dominante, los machos adultos eran acribillados y las mujeres y jóvenes sometidos. Así fue como, gracias a la inclusión del razonamiento en el comportamiento de estas ancestrales criaturas, se creó el primer imperio de nuestra era, basado en el poder de las armas y de las palabras.
Los últimos días del gran líder, aquél generador de la mutación genética que nos dio la voz, fueron muy tristes. Junto con la mutación que le hicieron pronunciar las primeras palabras venían otros genes que nunca fueron traspasados y que necesitaron de muchos cientos de miles de años para volver a aparecer. Eran los genes de la compasión, aquellos que le hicieron decir no a la guerra y al sometimiento, aquellos que le hicieron inventar la palabra “paz”, aquellos que lo hacían usar sus nuevas capacidades en beneficio de su grupo y no como un arma del poder. El último pensamiento de nuestro antepasado, el que se apagó junto a su último suspiro y que fue pensado originalmente usando sus primitivas palabras, debe haber sido algo como lo siguiente: Yo sé que hay algo diferente en mí y en mi descendencia, hay algo que nos hace capaces de vencer a nuestras tribus vecinas, no me atrevo a decir que somos superiores porque creo nos va a llevar a tiempos muy malos porque, ¿qué va a suceder cuando se nos acaben las tribus vecinas?
Jota |