Un beso no es sólo un beso…
… aquel fue mucho más.
Laura subía la cuesta de adoquines de piedra, con el cántaro en su mano derecha, mientras con la otra se atusaba el pelo. Estaba nerviosa, pocos metros la separaban del bar Alegría, y allí estaría Miguel, apoyado en el quicio de la puerta, esperando para verla pasar y acaso resumirle en dos palabras lo guapa que la encuentra hoy.
Ilusionada, inquieta, con sonrisa de parvulario y casi temblorosa de la emoción, se apresuraba arrastrando un cántaro con tanto trajín, que derramaba por el camino parte de su contenido, dejando tras de sí, un rastro de agua. Se escapaba gota a gota su ansia, como presagiando lo que estaba por venir.
Al fin divisó la puerta de la taberna. “Ya casi llego”- pensó.
Y sí, llegó, pero la puerta estaba sola, nadie acompañaba aquella madera carcomida y sucia, nadie esperaba en su resquicio.
Desilusión, soledad, tristeza y profunda desolación es lo único ya que gritaba su rostro. En un instante desapareció su sonrisa y su mirada confusa y perdida buscaba sin descanso un por qué.
Sus ojos vidriosos se abrieron como platos cuando Miguel apareció sonriente a través de la penumbra del bar. Jamás lo había visto tan brillante. Miguel relucía realmente en aquel instante como nunca antes, sobresalía de aquella escena. De hecho sólo se le veía a él.
- Estás preciosa hoy mi niña, preciosa- dijo Miguel sin apartar sus irresistibles ojos negros de aquella Laura indefensa y acobardada.
- Ho-hola Miguel, pensé que hoy no estabas. Me alegro de verte- acertó a pronunciar Laura vergonzosa.
- No, ya ves que sí estaba, esperándote, como siempre te he esperado, cada día desde el primero, ¿lo recuerdas? De hecho no he hecho sino esperarte durante un largo tiempo, y hoy descubrí lo que siempre supe: ya ha sido demasiado. Debo seguir. Mi vida me aguarda.
- Entiendo… (¿O no?).
- Debo seguir. No sin ti, sino sin tu espera. De alguna forma vendrás conmigo, siempre te veré sonreír detrás de cada puerta. Pero debo seguir, necesito seguir, quiero seguir, mi niña. Sé feliz, sé muy feliz, yo también intentaré serlo. Debo irme ahora.
Laura permanecía quieta, con mirada fija. Intentaba hablarle, explicarle… pero no lograba razonar nada coherente que expresar, nada que pudiera detenerlo. Miguel se marchaba, se iba para siempre, y ella no lograba reaccionar, no encontraba motivos para hacerlo volver mientras lo observaba alejarse cuesta abajo.
- No hay adiós- acertó a susurrarle…, pero tan bajito que Miguel no podía oírla.
Extendió su mano hacia él, que seguía alejándose, de espaldas. Miguel no la vio, no se volvió, y desapareció doblando la panadería. La mano de Laura, permaneció extendida largo rato… pero nadie vino a tomarla. Y Miguel no regresó.
Una hora más tarde, Laura llegaba a casa. Su mano izquierda sujetaba un cántaro de agua, mientras la derecha intentaba secar las últimas lágrimas.
Un “buenos días amor, hoy has tardado” la recibió al entrar.
- Me marcho ya. Tienes café recién hecho en la cocina. Ya pasó el lechero y María vino a buscarte para ir al Corte. Le dije que no tardarías en ir. Que pases un buen día amor, nos vemos para comer.
Juanjo, como cada día, la despidió con un beso.
Pero por primera vez en su vida, Laura entendió el verdadero significado del beso de aquellos labios.
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