Anduve por delante de mis huellas, allí donde el tiempo aún no pasaba. Caminaba lento y sereno, pero sin pausa. En un momento del camino se me ocurrió mirar atrás. Y lo vi.
¿Que qué vi? Lo vi todo, absolutamente todo. Vi a aquel niño inseguro que caminaba lento como yo. Vi aquel crío sin escrúpulos situarse en la cima él solo , regodeándose de su capacidad, alegrándose de estar por encima de los demás.
Vi más tarde a aquel niño algo más mayor, mirando hacia atrás exactamente igual que yo. Tapándose su cara sonrojada por la vergüenza que le provocaban sus acciones pasadas, así como aquel sentimiento frío que nace y se reproduce sin preguntar.
Lo vi crecer, lentamente, a su ritmo, sin presiones. En el seno de una familia media y unos padres que supieron educarle. Vi también aquel ?parásito? crecer con él, multiplicarse, conquistarle, condicionarle, dominarle y obcecar su visión.
Continué quieto, sin temor a que el tiempo me alcanzase, a que el presente me dejara en el olvido superando mi posición, sólo observaba. De nuevo vi aquél chico, casi autómata, su parásito lo controlaba, hacía de él un instrumento inútil, se servía de su timidez para hacerlo más inseguro y cobarde con sus malos consejos.
Pero una curiosidad me llamó la atención, el chico, siempre sin conseguir su fin, no lloraba. Su lamento era interior, lo endurecía y a la vez lo hacía más vulnerable. Pero no pasó mucho tiempo hasta que aquello explotó, aunque no en estado líquido. El chico deseaba deshacerse de su parásito, su razón aún estaba algo intacta y le permitió sobreponerse.
Ahora camina en dirección a mí, sabe que en su interior aún existe algo, y a veces tiene alguna recaída, alguna pérdida de control, pero no deja de mirarme, yo le animo a seguirme y a alcanzarme, quizá entre los dos podamos superarlo.
|