Negro Azuloso

Tuve una aventura con un negro azuloso de mirada blanca y boca encendida. Fue un día de lluvia gris en uno de esos eternos viajes al sur.

Mientras esperaba el tren en el andén mi corazón dio un vuelco, pequeño, pero suficiente para alimentar la fantasía en mi mente. Tal vez fue un consuelo ante las veinte horas de viaje y de insomnio.

Junto a mi único bolso trepé rápido al vagón para buscar mi asiento. Era necesario que reconociera el terreno, iba a ser mi espacio por una eternidad y debía marcarlo antes que nadie. Número veinticinco, ventana. Me senté y puse mi bolso en el asiento del frente con la secreta esperanza que nadie lo ocupara.

Mucha gente bulliciosa comenzó a invadir el carro. Dos ancianas con sombreros cafés y cartera al brazo subieron parloteando. Una de ellas llevaba el ticket en la mano, pero por sus gestos adiviné que no podían leer el número de sus asientos. Miré de reojo alrededor y sólo habíamos tres personas instaladas. Con la vista fija en la ventana rogué para que no me preguntaran, no quería hablar con nadie. Las sentía acercándose. Me tranquilicé, antes de llegar a mi lugar había un hombre de abrigo gris, de unos cuarenta años, su mirada era ansiosa y severa a la vez, se había despedido de una mujer delgada y elegante y de dos niños llorosos; una hermosa familia – para reunirse con su amante al final del viaje.

Las dos ancianas lo miraron, se miraron y no se detuvieron. Siguieron de largo acercándose a mi. Me estiré en el asiento dando la idea de que el sueño no me dejaba mantener los ojos abiertos. Los cerré y conté los pasos de las abuelas. Según mis cálculos debían ser unos diez. –uno, dos, tres, cuatro ... nueve, diez...-aguanté la respiración, once, doce. Una mano en mi hombro y una boca desdentada, pero deliberadamente delineada de rojo, me pregunta si puedo leerles el número del asiento.

Con una molestia que no puedo disimular tomo el boleto. Me doy cuenta horrorizada que puede ser que puede ser el veintiuno y veintidós al frente del mío. En mi mente comienza a surgir la idea de mentirles en caso de que se confirmara mi hipótesis, pero no puedo mentirles, preguntarían al inspector y llegarían igual a mi lado.

Tiro los boletos al suelo simulando una caída accidental. Lentamente me doblo para recogerlos. Las ancianas me sonríen pacientes sin saber que soy enemiga. Decido terminar la angustia y miro los números, cuarenta y cuarenta y uno. Dejo escapar una risita burlona y amablemente les canto los números.

Mi bolso sigue al frente, fijo, quieto, inmóvil guardián de mis fantasías. En mi interior rezo que no se hayan vendido los asientos cercanos al mío.

Siguen su camino una señora gorda con tres niños; un hombre cincuentón con su esposa igualmente cincuentona; un hombre de barba con cara de enojón y muchos más que no quise mirar, al menos voluntariamente. Sin embargo, en una milésima de segundo mis ojos se rebelaron y lo vieron.

Una negrura metida en un sweter crema, no traía boleto, recorrió con sus profundos ojos las caras de las personas y caminó derecho a mi terreno. En el fondo de mi alma quería luchar, pero mi cuerpo actuaba solo, como si tuviera vida propia. En un abrir y cerrar de ojos mi bolso estaba sobre mi falda, había abandonado su puesto de guardián. El hombre, sin mirar siquiera los números de los asientos se sentó frente a mí. Llevaba una carpeta de cuero, muy elegante, y en su mano izquierda un anillo dorado.

-Esa es mi fantasía- pensé angustiada. Mi corazón latía rápido, me sofocaba y clavé los ojos en el suelo. No tenía valor para mirarlo. Instintivamente mi bolso estaba a mi lado. Sentía su respiración tranquila, fresca, seductora. Su perfume de amante romántico y veía sus manos negras, muy suaves.

El tren comenzó a moverse pesadamente, mi cuerpo comenzó a acalorarse y dos pozos profundamente negros no dejaban de mirarme....



patra