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El Sueño Hecho Realidad

Desde hace meses tengo el mismo sueño recurrente. Estoy acurrucada en una esquina de una pieza contando unos billetes de juguete y jugueteando con mi cabello. No estoy segura qué pueda significar ese sueño, pero ahora que estoy reposando después de almorzar con mis amigas, voy a intentar recordar lo que me ha sucedido durante los últimos tiempos para intentar obtener alguna respuesta.

Provengo de una familia pobre y me crié en un pueblo del norte. Ahora soy veterinaria y trabajo asociada con mi esposo (creo que ya no es mi esposo, pero aún lo veo de vez en cuando) en una red de clínicas en la capital y en casi todas las grandes ciudades del país. Bueno, me parece que ya no soy dueña de esas clínicas y que ya no trabajo allí. Permítanme refrescar un poco mi memoria, que ahora no está muy clara.

Cuando terminé mis estudios universitarios me encantaba mi trabajo y soñaba con poder ayudar a los pobres animalitos a tener una vida más digna. Debo reconocer que cuando decidimos formar la primera clínica con mi esposo me interesó más la rentabilidad del negocio que mi desinterés universitario en la caridad para los animales desposeídos. Bueno, después de todo, una debe madurar y pensar en su futuro.

La primera clínica la colocamos en el centro de la ciudad. Trabajamos con mi esposo desde muy temprano en la mañana hasta altas horas de la noche, siete días a la semana, hasta que el negocio tomó fuerza y comenzó a ser rentable. Luego de unos meses de este ritmo de trabajo estresante se comenzaron a ver los frutos del negocio. Pudimos comprar un vehículo de transporte para los animales y tuvimos que contratar más personal. Todo marchaba de maravilla.

Al tercer año de funcionamiento, ya estábamos inaugurando la segunda clínica en otra comuna de la capital. Yo quedé a cargo de la administración de esa segunda clínica. Al poco tiempo de funcionamiento las rentabilidades de la segunda clínica eran ya comparables a la primera, después de todo, ya conocía el negocio. En ese momento mi esposo decidió abrir una tercera clínica que él mismo administraría. No estoy segura, pero creo que lo decidió para probar que era mejor administrador que yo. Conozco a mi esposo desde hace muchos años. Fuimos compañeros en la universidad y nos casamos un año después de terminar nuestros estudios. El es un buen hombre, sin embargo, creo que desde ese momento comencé a desconocerlo.

Después de abierta nuestra tercera clínica, la rentabilidad de los negocios administrados por él superó a la de los míos y decidí que era el momento de abrir una cuarta clínica, pero ahora en una ciudad diferente. En el momento en que le comenté mi decisión, él me dijo que la idea no le parecía muy buena, porque creía que ya era hora que planificáramos nuestro primer hijo. Ese comentario terminó de convencerme que quería mantener el poder económico de nuestra sociedad bajo su control, no soportaba la idea de que yo pudiera competir con él en los negocios y debía demostrarle lo contrario. Me decidí y abrí la cuarta clínica (la segunda administrada por mí) en una ciudad del norte, cerca de donde me crié.

Estuve varios meses en esa ciudad coordinando las actividades iniciales de la nueva clínica. Aún recuerdo la cara de mi esposo cuando me vio llegar de vuelta conduciendo un automóvil último modelo, que era la envidia de quienes lo observaban. Estoy segura que eso le provocó unos celos incontrolables, porque al poco tiempo el no sólo se compró un automóvil más caro que el mío, sino que además decidió abrir una quinta clínica, ahora en una ciudad del sur.

Aún no comprendo completamente qué pudo llevarlo a ese cambio. Yo sólo deseaba demostrar que era tan buena administradora como él y que podía también conseguir mis propias cosas. Me parece que los hombres no pueden soportar que nostras podamos tener tanto poder como ellos. Cuando lo miraba a los ojos, ya no veía a mi esposo, sino que veía a un competidor, a alguien a quien tenía que demostrarle que yo era la mejor. Él me seguía repitiendo la idea de tener un hijo, y de disfrutar nuestra vida y darnos tiempo para nosotros. Decía que ya teníamos suficiente y que era hora de empezar a disfrutar del producto de nuestro trabajo agotador de los últimos años. Le respondí que no, que aún podíamos expandir nuestro negocio, que podíamos asegurar no sólo el futuro de nuestros hijos, sino que también el de nuestros nietos. En el fondo yo sabía por qué él me proponía que paráramos, era obvio, el quería el control, él quería ser el macho dominante y qué mejor que darle un hijo para que llevara a cabo sus planes. Con eso él me quitaba del medio y, al mismo tiempo, se aseguraba una descendencia. ¡Qué terribles pueden llegar a ser los instintos de los hombres!

Por supuesto que no caí en su juego. Con las utilidades e incluso hipotecando las clínicas bajo mi control, decidí una movida estratégica. Abrí el hotel con clínica para animales más grande en varios países a la redonda. El lugar escogido fue una ciudad costera y turística, cercana a la capital. Ese esfuerzo me tomó casi dos años y sólo después de ese tiempo el negocio comenzó a dar buenos resultados. Durante todo ese tiempo casi no vi a mi esposo y no dejé de trabajar. El esfuerzo me dejó agotada y estaba decidida a tomar unos días de vacaciones. Para ello compré la mejor casa que encontré en muchos kilómetros de costa. Era una casa increíble. Para resaltar más mi triunfo invité para ese fin de semana a mi esposo a mi nueva casa. Supongo que quería además mostrarle lo exitosa que era en ese momento.

Tuvimos una larga conversación durante la primera noche. Él quería saber si yo estaba segura de lo que estaba haciendo. ¿Qué acaso no veía el resultado? ¿No era mi éxito tan envidiable como yo lo creía? Seguro que sí, por eso él me quería hacer dudar. Estaba otra vez intentando su estrategia de quitarme del camino. Estaba opacando su éxito con mis últimos logros comerciales. Le expliqué que la familia podía esperar porque estaba consiguiendo algo grande, me sentía muy bien conmigo misma (cosa que no era exactamente cierto, pero no podía reconocerle a él cómo me sentía de agotada) y que deseaba continuar con mi expansión de los negocios. ¡Ahora lo recuerdo! Ya no es mi esposo, porque no pudo soportar que yo fuese más exitosa que él. Insistió por última vez en el tema de la importancia de la familia, de pasar más tiempo juntos, de dejar a los negocios funcionar solos, me habló algo del amor que nos teníamos (¿nos amábamos?) y de las motivaciones de nuestra juventud (¿fuimos jóvenes? – Si, probablemente pasamos por un período de irresponsabilidad en que no mirábamos al futuro). Después de mi última negación vino la separación. Su actitud me asombró, durante el divorcio él renunció a casi todo. Sólo quedó con la primera clínica, aceptó cambiarle el nombre, y se quedó con el primer departamento que teníamos.

¿Por qué no intentó obtener más de lo que conseguimos crear durante nuestra sociedad? La respuesta me intrigaba, hasta que di con la solución. El conocía alguna información con la que yo no contaba, de seguro él sabía que la rentabilidad del negocio veterinario bajaría muy pronto y que me vería caer desde las alturas de mi éxito. Yo no le daría ese placer. Volví inmediatamente al trabajo y busqué nuevos negocios en los que invertir.

Luego de vender todas mis clínicas invertí en varios negocios, algunos fallaron, pero otros dieron grandes ganancias. Eso sí, no podía descuidarlos, me pasaba todo el día analizando balances contables, estados financieros y el comportamiento de las bolsas de valores de varios países. En esa etapa de mi vida aprendí más que nunca acerca de técnicas de economía y administración financiera, aunque la verdad, no recuerdo nada más de ese período.

Recuerdo, eso sí, haber recibido una llamada de mi madre. Ella me reclamaba que no nos veíamos hacía años y quería saber cómo me encontraba y qué había sido de mi vida. No me convencía de lo rápido que el tiempo había pasado. Me programé para dejar de lado mis negocios por una semana, tomar el automóvil y partir rumbo al norte. No me atrevía a dejar mis negocios de lado, fue una decisión increíblemente difícil. ¿Quién me aseguraba que no perdería todo lo que había ganado con tanto esfuerzo y sacrificio? De verdad que estaba decidida a hacerlo, aunque finalmente no me haya atrevido. Recuerdo haberme sentado al volante de mi automóvil y quedarme paralizada, no pude recordar la ruta para salir de la ciudad y tomar el camino al pueblo en donde vivían mis padres. Intenté calmarme y solucionar el problema racionalmente. Compré un mapa y tuve que reconocer que el problema era otro, no era el olvido del camino, sino que tenía pánico de abandonar mis negocios a su suerte por una semana.

Escribí una carta a mi madre explicándole que no podía arriesgar todos mis años de trabajo sólo por verla a ella. Que ella, como mi madre, debía desear lo mejor para mí y entenderme. La invité a mi casa, junto con mi padre, les dije que tenía una casa maravillosa, la más cara de la región, con una vista espectacular al mar (ya no recordaba que mi casa tenía vista al mar) y que allí podríamos conversar tranquilamente como madre e hija. Intenté imaginarme conversando con mi madre como madre e hija y no lo conseguí. La última conversación de ese tipo la tuvimos justo antes de entrar en la universidad y recuerdo que ella estaba feliz porque cumpliría mis sueños y se harían realidad mis juegos de niña. Si, creo que yo jugaba a sanar animales. Finalmente no pude enviar la carta, no podía mentirle a mi madre. Después de todo es mi madre, y le debo cierto respeto y comprensión.

El síntoma se intensificó. Ya no me atrevo a abandonar mi oficina por miedo a perder mis negocios, debo tener el control de ellos en todo momento, debo consultar los precios de las acciones y los indicadores financieros de todas mis compañías. No creo que los negocios puedan seguir funcionando sin mí. Acerca de tener una familia, bueno creo que eso puede esperar, sólo tengo cincuenta y cuatro años, aún puedo adoptar, pero no puedo esperar que mis negocios se manejen solos y debo aprovechar el momento para seguir expandiéndome.

Si señor, tiene razón. Ya terminé mi descanso. Debo volver a mi oficina. No, no pude recordar exactamente qué me llevó a este estado. ¿Cuál estado? ¿Se refiere a mi éxito profesional? ¿A mi divorcio? Ya le dije que sólo estoy postergando mi vida personal por unos años más, que ya casi consigo llegar donde me propuse. ¿Dónde me propuse? ¿Hay algún animal desvalido que desee ser salvado?

De vuelta en mi oficina controlando mis negocios.

Anoche tuve un sueño. Es el mismo que se me repite durante meses. No estoy segura acerca de quién es la mujer que aparece en él, pero no parece muy feliz.

Jota

Texto agregado el 04-11-2006, y leído por 224 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
05-11-2006 Muy buena trama, con un mejor final...Sabes acaparar la atención del lector..Tal vez esté equivocado, pero tu relato refleja que debemos aprender a satisfacer nuestros anhelos, y no los deseos que nos impone el despecho o la sociedad...Muy bien eneas
05-11-2006 Como siempre, un cuento tuyo magistral, desnudando lo que siente una mujer,para mì enferma,que labraba sòlo su desgracia, perdindo todo lo que tiene valor en esta vida, asì pierde el amor, que alguna vez tuvo cuando joven, porque despuès de casarse, se muriò para demostrar que era mejor que su pareja, hecho que suele destruir al amor màs furerte, pero no parò ahì, su vida, ya no fue vida, sino hacer màs y màs dinero, postergrar hijos, olvidar a su marido,a su madre, llegar al final de la vida productiva sola, y con riesgo de morir en cualquier momento, para què? ni ella lo sabe, y tù, como creador de todo esto, nos los muestras,con tu gran habilidad para escribir. doctora
04-11-2006 Me pasó algo gracioso conmigo misma, durante la lectura: me sorprendí con la necesidad de comentar lo que estaba pasando!! Muy bien llevado todo el relato, que atrapa, buscando hacia dónde irá y cuando se encuentra el rumbo surgen ganas de sacudir a la protagonista y ayudarla a ver que los intereses tan desencontrados, se pagan con intereses hasta quedar el alma en la ruina... Pau . Paugi
 
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