Te conozco desde siempre,
aprendí de memoria tus rasgos hermanados con
tus extremidades de humo que se entrelazaban
en un abrazo escueto con la palidez de
tu alma eterna delatada por tu sonrisa fría.
Me acunaste, te contemplé, lloré y callaste
grité y sólo oíste, pero fuiste compañía
de principio a fin, deshojada y macilenta,
entumecida y desquiciada, pretérita y actual,
flor silvestre de aromas ciegos, empero
entibiaste mi existencia en tu claustro eterno,
me amortajé en pesares y despedidas, recibí los
óleos de tu consagración, amante mía, esposa mía
de anocheceres y amaneceres sin retorno, fiel
hasta la alcurnia, tenaz hasta los huesos, piel de mi piel
y esencia de mis tinieblas, lectora de mis ausencias
lámpara gris de mis melancolías.
Tú y sólo tú imperas en mis ensueños
nadie más que tú, bandera oscura que flamea en
mi pecho henchido para indicarte, soberana,
que soy tu dueño y tu esclavo e invoco
tu nombre de siete letras cuando en mis noches
de penurias enquistadas me envuelvo en tus sedas
permanentes y me acunas, augusta y apreciada soledad…
|