Mi prima Estela
Mi prima Estela se enamoró por primera vez de alguien real. Escuchó campanas en su ventana y vio los árboles florecer con otros colores.
Se sentaba todas las tardes a la sombra del sauce, cerca del macetero amarillo de los claveles, con algo aferrado a su mano y la mirada perdida en el cielo azul pensando en él.
Olvidó a sus hermanos, a su padre y a su madre, sólo tenía ojos para él.
Nadie sabía quién era él, lo único que Estela había dicho era que estaba enamorada de un hombre cuyo nombre empezaba con “N”.
Mi tío, celoso como todo buen padre de su única hija, echó a andar toda la maquinaria de espionaje, pero en el pueblo no había nadie cuyo nombre empezara con “N”.
Mi tía no le dio importancia –se le pasará – sentenció la vigésima tarde que mi prima pasaba sin hacer nada bajo el sauce.
Estela esperaba en su lugar tranquilamente, desde que el sol pasaba las tres hasta que se ponía tras los cerros.
Un día, poco antes que se pusiera el sol, una figura confusa apareció en la puerta preguntando por una joven llamada Estela. Todos quedaron atónitos y mi tía le indicó al hombre que bajo el sauce podría encontrarla.
Se dirigió sigilosamente al lugar indicado y se plantó frente a Estela
- Buenas tardes señorita Estela, soy Nelson, el del aviso en el diario, sólo ayer pude venir.
La prima Estela se levantó con los ojos cerrados, aspiró el olor de su perfume de pino seco y lo miró directo a los ojos.
- Lo espero desde el comienzo del verano – señaló con una sonrisa burlona –pero ya no lo esperaré más. Cuando leí su anuncio me enamoré, más ahora que lo veo no lo quiero.
Estela tomó el recorte de periódico que la acompañó todas las tardes y se lo comió.
- para que un amor se olvide hay que echarlo lejos, mas, para que una ilusión no duela al deshacerse hay que tirarla desde dentro.
Después de esa vez, mi prima Estela se comió muchos papeles más.
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