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Inicio / Cuenteros Locales / DemetrioCavalcanti / Sólo le pido una cosa, señor Juez

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Sólo le pido una cosa, señor Juez: déjeme aclararle mejor algunos aspectos sobre mi condena. Nada más que eso. A veces pienso que es usted quien debería precisarme mejor las razones de su fallo. Quizá porque yo siga siendo un poco tosco para entender su jerga y distorsiono los sentidos de algunas palabras que emplea para sus fundamentos. O tal vez porque es usted el que no puede entender (y nunca entenderá, ya estoy casi seguro) las razones verdaderas que lo llevaron a reputarme de ese modo. Para la ley todo parece más sencillo. Usted juzga un acto sin atender como debiera todo lo que existe detrás. Usted se olvida de la historia, toda mi historia, que ya relaté con lujos y detalles más de quince veces. ¿Acaso es necesario contarlo otra vez? ¿O será que no he sido lo suficientemente claro en mis explicaciones?
Es cierto, señor juez, que he matado a una persona. Y es cierto, además, que lo he hecho bajo la estricta conformidad que alcanza el sentido común. Sí, mi sentido común, si usted así lo prefiere. No obstante parece que esto no resulta suficiente. ¿Acaso usted sigue dudando de mi palabra? ¿Usted sigue creyendo que esa muerte fue injusta? Pues bien: déjeme hacerle esta observación: usted está completamente equivocado. Se equivoca en clasificar de esa manera mi comportamiento. El acto criminal por el que se me juzga es legítimo y acertado, lo entiendo. Es más: si yo fuera usted, también me habría condenado como se hizo conmigo, de eso no tenga dudas. Pero las razones... las razones que usted arguye en mi contra son las que no encuentro atinadas. ¿Que no soy claro? Pues por eso intento explicárselo, señor juez, porque necesito ser claro y, sobre todo, necesito que alguien me entienda, aunque sea una sola persona y por una sola vez, que alguien comprenda que no he sido bien interpretado.
Me ha dictado veintisiete años de prisión, ¿no es cierto? Ah, veintinueve. No es tanto tiempo, después de todo. Veintiséis son los años que he vivido y han pasado demasiado pronto. Hasta tengo la sensación que han sido menos, mucho menos que veintiséis años. Espero que allí dentro pasen igual de rápido. Aunque... ¿podré salir antes, no es cierto? No importa, por ahora. Me interesa que logre entenderme, nada más que eso. Pero le pido que no me mire de esa forma, señor juez..., así, como ahora, con una mezcla de perseverancia y desgano, con incredulidad, con odio. ¿Usted me detesta, no es cierto? Pues eso es porque no ha logrado comprenderme. Y porque cree que soy un pobre individuo que ha cometido la torpeza de matar a alguien por razones que usted no llega a advertir. Claro, sólo opina, comprende y percibe con los libros de la ley entre sus manos; y no de otra forma. A usted le bastaron dos cosas para declararme culpable: la palabra “asesinato” y mi confesión. Con esa simpleza se actuó: se me atribuyó el asesinato en el momento de mi confesión, e incluso antes que encontrar más pruebas sobre el hecho. Y si llegaron a la verdad fue gracias a mí, gracias a que yo mismo los guié hasta el lugar del crimen, les enumeré uno a uno los procedimientos que llevé a cabo durante mi gestión y les indiqué el lugar donde estaba el muerto. Ni siquiera necesitaron pedir una reconstrucción de los hechos: yo me encargué de hacerlo antes que alguien lo solicitara. De modo que les hice ahorrar bastante trabajo y tiempo, ¿no le parece, señor juez? ¿No entiende por eso un acto de buena voluntad, de sublimidad? Debería tenerlo en cuenta, al menos para que, una vez, se me retribuyan mis favores. No le reprocho nada –no estoy en condiciones de hacerlo-. Sólo deseo que imiten mi buena voluntad para allanar el camino de la verdad. Sólo deseo que entienda mis verdaderas razones.
Usted sigue creyendo que no existen justificativos para matar a alguien. Y que la ley es categórica ante hechos semejantes. Créame: eso jamás lo he puesto en duda. Y se lo repito: estoy de acuerdo con usted y con la ley. Respeto la sanción y la asumo con total dignidad y caballerosidad. Simplemente me permito exigir comprensión y justicia, no ya sobre el crimen, sino sobre los motivos del crimen. Tampoco busco discutir sobre mi condena; busco reformar mi reputación.
Todavía estamos a tiempo, señor juez. La sentencia se dictó hace dos horas; debe haber gente en la sala todavía. ¿No hay algún fiscal, algún abogado, algún policía, que quiera escuchar también mi alegato? Tal vez entre varias personas logren sacar una idea más pura, menos prejuiciosa, si es que usted solo no puede hacerlo. ¿Podría llamar a alguien? ¿O es que nadie está interesado en la verdad? No pierden nada, señor Juez, ni usted ni ellos. Lo que todos querían ya lo lograron: ya dije que no es mi condena lo que quiero discutir. Todos aquí dentro son seres humanos, ¿no es cierto?. Todos tienen familia y viven en esta sociedad; todos fueron a la escuela y tuvieron novias y amigos y amantes y fueron socios de algún club y compartieron partidos de fútbol y cenas y borracheras y leyeron libros de derecho y de psicología y de antroplogía y de sociología y de historia, ¿no es así? Todos los que están aquí lo han hecho, y por eso comparten una cultura y cierto caudal de conocimientos que los hace parecidos. Ustedes forman un endogrupo muy particular, señor juez, casi una secta. Perdóneme. Pero no me parece tan difícil que entre tantas cabezas no haya una que logre entender lo que quiero explicar. Jamás he leído nada de eso y, sin embargo, parezco tener una visión más amplia que usted. Antes que hombres de leyes todos ustedes son seres humanos, ¿o no lo son? ¿Serían capaces, entonces, de atenderme con otro tipo de códigos, no sólo los legales? Llame a alguien, señor juez, si es que solo usted no puede.
Y vuelvo a repetirle que no estoy en favor de esa forma de morir; y yo he acabado con una vida. No erigiría una estatua de mí mismo por mi proeza. Le repito, señor juez: yo mismo me hubiese impuesto una condena si no lo hubiese hecho usted. (Digo usted pero son ustedes: en este momento, usted representa a todos, señor juez. Aunque bien podría venir alguien más, si es que usted solo no puede.) ¿Es que no me cree capaz de imponerme mi propio castigo? Lo dice porque no me conoce, y hace todo por no llegar a conocerme nunca. Ni siquiera se digna a prestarme atención cuando le hablo. Podría cambiar su postura una sola vez, señor Juez.

Gracias por venir, señor Juez. Le prometo que es la última vez que lo molesto. Estoy bien, gracias. Es un poco fría, nada más; igualmente la celda es agradable. No es mala la comida, pero no tengo mucho apetito, por eso como poco. Mejoraré a medida que me acostumbre al frío y al aburrimiento. Ya se lo había dicho: los días parecen más largos estando aquí dentro y sin hacer nada. ¿Hay alguna forma de conseguir más pastillas para dormir? Creo que las necesito más que nunca, y las dosis que me facilitan no siempre alcanzan. Si pudiera dormir más tiempo todo se haría más corto y más resistible. Por lo pronto no tengo mayores quejas para presentar. ¿Acaso estoy en condiciones de reclamar mejores servicios, más lujos, más beneficios que los que tengo? No se burle de mí, señor Juez; no se aproveche de mi desgracia.
Le pedí que viniera porque necesito hablar con usted, aunque sea la última vez que nos veamos. Es mi último intento, se lo prometo. Esta vez confío en su buena voluntad para atenderme. En honor a la verdad, señor Juez, haga un esfuerzo por entenderme. Sea sincero conmigo y prométame que va a juzgar correctamente lo que quiero explicarle. Sólo haga el intento; olvídese por un momento su condición de Juez y escúcheme como si fuera un amigo; júzgueme como a un amigo, no como al reo que soy. Trate de hacerlo. No se vaya. No es un asunto terminado. Entonces espere un momento. Una última cosa: intuía que no me atendería, que volvería a desestimar mi pedido. Tome esta carta: en mi última confesión. Necesito que la lea, allí está todo lo que deseo explicarle. Es algo extensa, pero es bastante específica y reveladora, señor Juez. Léala con atención, después quémela si quiere. Aquí está la verdad, solamente la verdad de los hechos. No varía con lo que ya he dicho y redicho antes; no le tomará más tiempo que el ya ocupó en mí, pues. Si no puede usted solo, pásesela a alguien más; quizá entre varios logren el objetivo. ¡Espere!. ¡No me insulte!. ¡Espere, señor Juez, no se vaya todavía!. ¡Yo no lo he insultado, le pido que me trate con el mismo respeto!. ¡Vuelva aquí, señor, no se resista a la verdad! ¡Usted no está a favor de la verdad: usted es un mentiroso y un arrogante, señor! ¡Usted también es un asesino, tiene que saberlo de una vez! ¡Regrese; hágalo en honor de su ley ya que no lo hace por la verdad! ¡Tiene que entenderlo, señor, trate de hacerlo! ¡Ignora todo sobre la vida! ¡Está bien, oficial, suélteme; puedo regresar solo a la celda! ¡Ya conozco el camino, no hace falta que me empuje! ¡Me está lastimando el brazo, oficial; ya puede soltarme, ya llegamos! ¡Gracias, puedo entrar solo! ¡Un momento, oficial: quédese por favor; tengo que preguntarle algo! Tal vez usted está preparado para entenderme. Sólo le pido una cosa: respóndame con sinceridad. ¡Júremelo!. ¿Usted sería capaz, oficial, de matar a una persona por aburrimiento? ¡No, yo no era quien estaba aburrido; era mi hermano quien lo padecía! El aburrimiento es lo único horrible que hay en el mundo, es el único pecado para el que no existe perdón. ¿No cree que le hice un gran favor ayudándolo a extirpar su mal y facilitándole la entrada al cielo? Si seguía viviendo cubierto de tanto tedio jamás habría alcanzado la gloria celestial; Dios nunca lo hubiese perdonado y ni siquiera él le hubiera expiado todos sus pecados. ¿No le parece un buen motivo? ¿Usted piensa igual que ellos? Pero, ¡vuelva, oficial, no se vaya.! ¡Usted tiene que entenderme, por el amor de Dios, tiene que entenderme!. ¿No hay nadie que sea capaz...?¿Qué pasa: acaso nadie tuvo un hermano cuya única diversión fuera mirar televisión?

Texto agregado el 31-01-2004, y leído por 251 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-02-2004 Dice Anjel en "De Borges y la eternidad en construcción" que hay que ser un imaginador, entendiendo por imaginador aquel que concibe una idea y luego la ubica en alguna forma de certeza; porque el que concibe una idea y no es capaz de hacerla realidad, no ha tenido una idea sino un desespero (algo sin esperanza, una muerte). Ud es un gran imaginador, y sus ideas se leen con placer. gracias por compartirlo. hache
31-01-2004 Genial, fascinante la forma en que entrás en el personaje para darle vida a través de las palabras. Es realmente un placer leerte. alexandra
 
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