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Inicio / Cuenteros Locales / DUBY / El hombre detrás de la máscara

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Mira a su alrededor con ese aire de suficiencia que supo cultivar con años de impostar los gestos. Narra en el recuerdo de su mirada historias de batallas, ficticias muchas de ellas, no ganadas, pero orgulloso de ciertos principios, que él dice que tiene.
Días que despierta mirando la nada, hasta que focaliza una ventana pequeña con cortina roja, que suele volar como fantasmagórica aleteando por el viento, y mira la noche que se gana por allí, y se pregunta ¿qué hace? Rápidamente decenas o quizás cientos de pensamientos atraviesan su mente, que no da abasto para contenerlos. Uno a uno desfilan, más él los deja hacer, los deja pasar, los deja que desaparezcan solos en su propia insignificancia. Duerme con su hermano en la misma habitación, en camas de una plaza, pero se sabe solo, preso de esa soledad que no la llena gente, ni ruidos, ni cosas que se mueven a sus ojos.
Despierta por las mañanas tarde, baja por la escaleras como derrotado (¿por quién o por qué?) y a veces toma un café, a veces saluda a los de su familia que encuentra en la planta baja y vuelve casi de inmediato a su cuarto. Mira a su alrededor, sin saber que hacer; toma un libro entre sus manos, lee quizás un capítulo, para dejarlo desplomar sobre su pecho cuando lo termina, y las hojas cubren esa parte de su cuerpo. Mira el techo, mira a las paredes, mira la venta como en las noches, solo mira...
Y divaga de cuanta gente se sentirá como él, se cuestiona acerca de como dejó pasar su vida hasta estos días de pura nada, de la no existencia de su propia vida, se pregunta cuantos de los que sonríen lloran por dentro en realidad, como le pasa a él desde hace meses.
Y ve la vida como un camino que no recorre, y presiente cosas terribles por no estar en ese sendero vital; sabe que no vive, pero que tampoco se puede decir que sobreviva, más bien divaga, se pierde, vuelve a encontrarse para saberse perdido nuevamente, e imagina que forma tiene todo esto, un círculo que se cierra sobre él, o que avanza en un espiral interminable. De todas las formas que lo vea, sabe en realidad que no ve nada claro, mas bien se imagina como esos ciegos que perciben ciertos tonos de luces o colores, sin distinguir claramente cuerpos, objetos, espacios abiertos o cerrados.
Su vida es pura de esta rutina: ver su ventana de día y de noche, sentirse solo, perdido, en su habitación, en toda su casa, en buscar el refugio del silencio en su cama para evitar las voces de la gente, no importa si están dirigidas a él o no. Es rutina de tristeza, que va por dentro, que carcome todo y no solo su carne.
Todo esto empezó ya hace un tiempo, pero al principio su máscara impedía que otros siquiera sospecharan su desdicha, pero parece que lo que a tiempo no se deja salir crece de una forma que los que parecían bien dibujados bordes de la cara se desdibujan bajo la acción de lo que viene de adentro. No solo el gesto comenzó a mutar bajo los efectos de esta tremenda angustia, no, también sus actitudes hacia fuera, hacia la gente que le es indiferente, hacia la que aprecia o, lo que mas le duele de todo, hacia la gente que quiere.
Y se le escapan destellos de carácter que los sabe impropios de él, y lastima a otros con cosas que el jamás cultivó como propias, y lo peor, no puede apelar al dicho “perdón, lo hice sin querer” por que le salen... concientemente.
Hasta ahora sabía de un sentimiento que era pura soledad y amargura, pero, con el tiempo, le fue brotando cierta maldad, no la siente propia, mas bien la escupe como una forma de que no lo inunde, pues sabe que si esa maldad queda adentro, la poca humanidad que alguna vez reinó plena en su vida y hoy apenas ocupa un rincón, la perderá del todo, y ya no habrá nada mas que hacer.
Le brota un fuerte sentimiento de no pertenecer, de no saberse protagonista de estos tiempos que le toca vivir, se sabe perdedor, desdichado, solo, vacío, con una maldad que expele hacia fuera por que, y es lo único que tiene claro, sino esta maldad lo mataría del todo, simplemente lo consumiría.
Alguna vez leyó o escuchó una frase que algo le aporta para explicar su estado, “el miedo nos hace malas personas”, y verdaderamente tiene miedo, terror a vivir, como la condena de miles de demonios que se enseñorean en su mente y en su alma para atormentarlo.
Y todo esto lo acaba de muchas formas, por que el sufrir, el estar perdidamente caído sin poder erguirse le enseñó que, la muerte física es solo una de las decenas de muertes que pueden tener los humanos, por que siente que ya murió de muchas formas, y no quiere perder las pocas vidas que le quedan. No pretende siquiera ya ser feliz, lo ve tan lejano que le parece como un premio excesivo, solo aspira a tener paz, solo aspira no sentir que mira todo desde abajo, desde la disolución de su propio yo.
Y sigue y cree que seguirá divagando por mucho tiempo mas en esta tortura, y siente que el mundo sigue, sin importarle a nadie lo que a él le pasa; y recuerda que alguna vez alguien o algunos dijeron que para el mundo que vivimos somos apenas un número. Pero ni eso se siente, al menos un número sabe que lo antecede y que lo sigue en riguroso orden matemático, mas bien se siente como puro indeterminismo.
¿Dónde estará Dios? Se pregunta porque alguna vez se sintió convencido de que a los que intentaban hacer bien las cosas, bajo el simple mandamiento de no hacerle el mal a otros de manera ex profesa, siente que eso no le funcionó, que si dios existe alguien que se lo merezca más que él mismo tendría que padecer lo que a él le toca en suerte, entonces se le ocurre por estas horas que solo hay indeterminismo, que a buenos, malos y tibios les toca vivir lo que el azar dispone..
Aparte de saberse desdichado, de saber que necesita sacar el mal hacia fuera de él mismo, de saber que mas que nada necesita poder seguir vivo en esas pocas vidas que le quedan, sabe que solo una mano necesita tendida, que algunas manos (menos que pocas) se le tienden cerca, para tratar de arrastrarlo de la manera que puedan. Pero el se siente pesado, se sabe imperturbable a ese esfuerzo, sabe que las manos que quiere que lo levanten están lejos , muy a su pesar.
Y así casi termina este relato, quizás esta crónica desordenada de la desdicha no tenga casi virtudes literarias, por que él y su presente no dejan salir palabras bonitas o metáforas bien logradas, por la tristeza que emana del protagonista de esta narración. Y bueno, hasta aquí llego: quizás mañana siga en la misma rutina de tormento, quizás vislumbre el camino a la paz que necesita, quizás al menos pueda ilusionarse con cambiar su situación inmediata, quizás esa mano lejana que tanto necesita pueda decirle voy pronto a levantarte de una vez, o quizás... solo le gane la maldad del todo, esa maldad que nace del temor, quizás le gane y las pocas vidas que le quedan de humanidad sepan que tienen las horas contadas, o quizás no y sea fuerte, pero quien sabe, siente que todo le puede pasar, siento que su destino es puro azar, y eso lo asusta, es como que le dan ganas de dejarse llevar, aunque sea que lo arrastre a un puro final.

Texto agregado el 03-11-2006, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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