Eran las seis de la tarde y mi camino había concluido. Atrás dejé la hostería que me permitió dormir la noche anterior. Llegué a la cita puntualmente, Dante me esperaba sentado en la puerta de su casa; nos hicimos un saludo de cortesía y entramos a su hogar.
La sala tenía pocos decorados; apenas un florero en una mesa pequeña, dos sillones individuales forrados en cuero, un cuadro colgado en la pared opuesta a la entrada que dejaba ver el rostro de una mujer, en una pintura de colores apagados. Desde un primer momento la imagen de la dama me impactó, dado que transmitía una extraña sensación. El lentamente se acomodó en uno de los sillones, indicándome que yo hiciera lo mismo en el que quedaba vacío.
La charla transcurría normalmente, nos contamos todas las vivencias que nos sucedieron durante estos largos años que no nos habíamos visto. Mi boca acompañaba el diálogo, pero mis ojos seguían escrutando el cuadro con el rostro de la mujer, que se me antojaba especialmente llamativo; una boca muy sensual, que dejaba ver unos dientes blancos en el medio de unos labios apenas separados, los ojos eran de un color verde claro, una nariz delgada y corta, las orejas apenas se dejaban ver por un cabello que era de color castaño claro.
El, después de haber casi monopolizado todo el tiempo de la charla, sugirió que tomáramos una copa para brindar por el reencuentro. Bebiendo, no podía dejar de mirar a la mujer de la pintura, que se me antojaba a esa altura como un ser indispensable para mi vista, creyendo que si la apartaba de mi visión quedaría yo ciego. En esto estaba pensando cuando de repente, Dante me invitó a pasar al comedor. Dicho esto, nos dirigimos hacia la puerta, que justo se encontraba debajo del cuadro.
Cerca de la imagen, pude observar antes de trasponer la puerta un detalle llamativo que me sorprendió: los ojos pintados en el cuadro era como si hubieran cambiado de dirección, como si en el instante de mi entrada a la casa me observaran con detenimiento, siendo que ahora, me seguían con la vista en mi trayecto hacia la puerta. El se volvió, intrigado por mi demora, me echó un vistazo de arriba abajo y me indicó que lo siguiera. Dudando por lo intrigante de esta extraña idea, lo seguí.
Nos adentramos en un amplio comedor, que constaba de una mesa redonda, rodeada de seis sillas de madera, detrás de las cuales se veía un pequeño aparador adornado con una variedad extensa de vajillas de porcelana. Nos sentamos y mi anfitrión sugirió que me quedara a dormir, dado que el viaje hasta allí fue extenso y debía de estar cansado. La verdad era tal cual como él lo enunció. Me invitó a pasar a una habitación, en donde podría descansar un momento hasta que la cena estuviera lista.
Me desperté como a las nueve menos cuarto de la noche, me comencé a vestir y cuando terminé, me dirigí hacia el comedor.
Me acomodé en una de las sillas a esperar a que la cena sea servida. En el transcurso de la comida no hablábamos mucho, de hecho reinaba casi un completo silencio, interrumpido por alguna que otra palabra que proferíamos como al azar, intentando por lo menos no ser tan distantes en el trato mutuo. Luego de comer, él se levantó para recoger los platos y al tiempo volvió con dos tazas de café. Más relajados, tomamos el café y durante ese momento me habló acerca de su pasión por los temas del arte, especialmente la pintura, hablando de esta cuestión con una pasión que realmente impresionaba. Sus gestos eran ampulosos, jugaba con sus manos en el aire como dibujando imaginariamente las obras de artes que me mencionaba. Al cabo de un momento, habiendo terminado de hacer un rápido raconto de la vida y obra de grandes pintores clásicos, me invitó a que viera su taller de pintura, en donde, según él, pasaba la mayoría del tiempo.
Descendimos unas escaleras que nos condujeron a un sótano, que se caracterizaba por ser de una humedad por momentos insoportable. El lugar estaba lleno de pinceles, marcos y cuadros a medio hacer, caracterizado todo por un gran desorden. Había algo muy llamativo y era la ausencia de temperas o elemento similar como para pintar. Esta particularidad me llamó poderosamente la atención en ese instante. El, girando y dirigiéndose a mí, me invitó a que viera en especial un cuadro que hasta ese momento había escapado a mi vista. Lo dio vuelta y, ante mi asombro, estaba en blanco. Me aseguró que sobre este cuadro pensaba hacer la pintura mas inspirada y bella de todas las que hasta el momento habia realizado.
Lo interrogué acerca del cuadro de la mujer, preguntándole si era hecho por él o si lo había comprado. Me miró de una forma que me incomodó y, sin decir ninguna palabra, se dirigió hacia la escalera y me invito a salir del sótano. Esta actitud me dejó atónito, ya que ni siquiera reiteré la pregunta, temiendo no sé que clase de peligro.
La noche se me presentaba con penumbras que lo cubrían todo, pues la sucesión de los hechos me tenían en el medio de una gran oscuridad profunda. Me acosté a dormir en la habitación que ya había utilizado antes de la cena. Tuve una pesadilla, me veía a mí mismo en el medio de una gran sala, oscura por doquier, con la impresión de tener a mi lado una presencia maligna. No podía ver que era, ni siquiera sentía algún sonido. Todo eso me inquietaba, una sensación horrorosa de calma, de una quietud eterna, todo esto sentía en el sueño hasta que me desperté jadeante y sudado, opté por levantarme de la cama e ir a buscar un vaso de agua.
Traspuse el comedor para dirigirme a la cocina cuando de repente, casi como autómata, mi destino me llevó al lugar en donde estaba el cuadro, el deseo de ver el rostro de esa mujer era mas fuerte que la sed. Llegué a la sala y me quedé sorprendido, el retrato que buscaba ver no se encontraba, el lugar en la pared estaba completamente vacío.
Sentí un extraño ruido que me perturbó, comencé a agudizar el oído tratando de determinar el origen de ese sonido, que era como el de un ahogado grito. Al cabo de un instante, intuí que provenía del sótano. Tomé, no sin muchas dudas previas, la decisión de ir hacia ese lugar.
Llegué hasta la puerta del sótano y la abrí, tratando de hacer el menor ruido posible. Al descender por las escaleras no podía evitar el crujido de los escalones de madera bajo mis pies. Cuando terminé de bajar, giré hacia la izquierda y, de manera sorprendente, vi tirado en el piso la pintura de la mujer que antes se encontraba en la sala. La miré con detenimiento un largo tiempo y me seguía estremeciendo, seguía pareciéndome que me devolvía la mirada.
Luego, me dirigí hacia el lugar en donde se encontraba aquel cuadro en blanco, el cual había sido catalogado por mi amigo como su futura obra de arte. Me acerqué lentamente, como dudando a cada paso, al ritmo de los latidos de mi corazón que golpeaban con furia sobre mi pecho.
Llegué finalmente ante su presencia, mi vista se fijó de manera espontanea en el fondo blanco de la tela dentro del marco. Comencé a sentir un intenso escalofrío, como en el sueño se repetía la sensación de una presencia maligna cerca mío. No podía girar la cabeza para ningún lado, pues el miedo me tenía paralizado, estaba virtualmente congelado, sin reacción. Mi vista seguía fija en el cuadro. Comencé a sentir una sensación extraña como si, lentamente, los latidos de mi corazón se fueran apagando, como si mis sentidos se fueran extinguiendo, era como si literalmente toda mi existencia se fuera perdiendo en la nada. Todo esto sucedía de repente, pero todavía mi mente me indicaba una sola cosa: la presencia del cuadro ante mis ojos, que se iban cerrando lentamente.
Desperté súbitamente, me encontraba en la sala de entrada a la casa, en donde fue que por primera vez vi el retrato de esa mujer inquietante. De repente tocan a la puerta, Dante atiende y la que entra en la habitación es una mujer hermosa,. Permanezco en silencio, pues el verla me provocó una sensación de éxtasis indescriptible. La dama y mi amigo se sientan en los sillones y comienzan a intercambiar palabras de manera tal que ignoraban absolutamente mi presencia. De repente, ella posa su vista en mis ojos; me quedé helado, sus ojos celestes me estremecieron de manera completa, no atinaba ni a moverme, solamente le devolvía la mirada con una intensidad tal que creí le quemarían los ojos a ella.
La charla entre ellos dos había acabado y se aprestaron a pasar hacia el comedor. La mujer en el trayecto hacia la puerta me seguía mirando fijamente, esta vez en silencio, sin hablar con Dante. El, me dirigió una corta mirada, que me pareció entre sarcástica y maligna. Finalmente, se introdujeron dentro del comedor. Me sentía pleno, la mirada intensa que me había dirigido la dama un momento antes me hizo tener una sensación que era mezcla de felicidad y excitación. Me apresto a seguirlos, quería charlar con ellos y saber quien es ella, pues creía sentir una atracción instantánea.
No puedo moverme, por mas que lo intento ni un solo músculo me responde. Me desespero de una forma tal que creí que enloquecería. Hago un último esfuerzo, y resultó inútil. Comprendí de repente: yo no estaba en esa sala, simplemente está, y por siempre, mi retrato en el cuadro.
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