Todo ocurre en un tiempo distinto al nuestro. Un tiempo anterior, en el que los países del primer mundo guerreaban en las calles y no en los despachos. Aunque, bien pensado, quizá no tan distinto.


Él vuelve a casa después de pasar años fuera. Ha estado en una guerra, una que él creía justa, y ha sido imposible una comunicación regular con su familia. De hecho hace meses que no saben nada de él, ni él de ellos.
Ahora ha vuelto, aunque no por propia voluntad, sino porque la guerra ha acabado y volver a casa simplemente parece ser lo siguiente. ¿A dónde ir si no?

Su familia siempre fue una familia más que afortunada, de fortuna. En su casa nunca faltó de nada, más bien sobraba de todo. Sus padres le dieron todo su cariño y atención, la mejor educación y un porvenir marcado. Pero eso no es lo que él quería, o al menos no lo que él creyó querer. Una vida decidida lo volvió rebelde y, pese a que su casa era inmensa, él se sentía encerrado. Se sentía inútil. Nada había que él hubiera hecho por sí mismo, todo le venía dispuesto como en uno de esos dibujos que se pintan según un patrón numerado. Así que él se propuso salir del camino y dar a sí mismo una razón de ser. Quiso buscar su fuerza, quiso sentirse fuerte y dueño de sí mismo y encontró la guerra. Decidió que su vida era una balsa de aceite y quiso verlo hervir. Un día se alistó, besó a sus padres, a los que amaba, y dejó su casa. Si algo le dolió no fue dejar todas las comodidades de su vida, sino a sus padres, que le habían dado tanto, y a su hermana, a la que adoraba. Ellos le apoyaron, aunque no entendieron sus motivos.

El aceite ha hervido durante años, con él dentro. Ha pasado por tantas cosas, ha visto tanto miedo en las caras de los hombres que el terror ya solo es una mueca, como saludar a un conocido que pasa, alzando un poco la cabeza. Se ha vuelto insensible y todo se cuela a través de él como pasa el aire a través de una vela rota. Ya nada lo conmueve, nada le afecta. De hecho antes de entrar en la propiedad de su familia ha sido testigo de un accidente de motocicleta. El motorista ha caído a sus pies malherido y él no ha hecho otra cosa que pasar por encima y alejarse. No es crueldad, sino indiferencia. Después de años en guerra ya no sabe desenvolverse en paz, la paz es un sedante.

Al cruzar el umbral se ha sentido extraño, se ha sentido extranjero, un invitado inoportuno. Camina despacio observando el papel que cubre las paredes. Todo sigue igual. Él siente que estos años, en su memoria eternos, atemporales, en este lugar no han durado más que un parpadeo. El tiempo aquí no ha pasado, se ha quedado estancado entre las fibras de la madera, entre los marcos y los lienzos, en las esquinas y en los ojos de su hermana que ahora lo miran, atónitos, incrédulos.


Ella siempre ha amado a su familia sobre todas las cosas. Nunca nada la ha hecho más feliz que ver a su familia unida y no podrá perdonar jamás a quien rompió esa unión. La alegría de sus padres se volvió nostalgia cuando su hermano dejó esta casa y estos últimos meses han sido agónicos. El no saber nada de su hijo los volvió tristes, muy tristes. Porque la tristeza es todo lo que nos queda cuando a la nostalgia le restamos la esperanza, esperanza de volver a aquellos buenos tiempos. Así sus padres murieron tristes, aunque no de tristeza, sino por accidente. Un accidente fatal se los llevó a los dos hace unos días y ella ahora no puede seguir viviendo en esta casa. Así que está recogiendo y empaquetando todo para irse a vivir a otro lugar.

El tiempo que su hermano ha estado fuera ella ha permanecido junto a sus padres, se ha mantenido fiel a sus expectativas y ha intentado seguir el camino que ellos marcaban, pensando solo en suplir esa falta de un amor que los angustiaba. Aunque nada parecía ser suficiente. Ahora ellos se han ido y a ella le han quedado sus estudios universitarios, tres idiomas, una gran fortuna y, a sus veintiséis, muchísimos años para gastarla. Sin embargo está sola y todo lo demás no importa.

Poco antes de reencontrarse con su hermano ha estado empaquetando la ropa de sus padres. Ha entrado en su habitación por primera vez desde el desastre y no ha podido evitar romper a llorar. Una mujer contenida y fría como ella no suele dejar ver sus emociones pero en soledad los sentimientos afloran y hay tanto nerviosismo reprimido después de los funerales, los homenajes y demás actos públicos que no ha podido mantener por más tiempo la compostura. Los muros que contenían su dolor han caído y todo su cuerpo tiembla. Se ha sentado en el suelo y se ha hundido.


Ahora los dos se miran fijamente. Después de un instante ella se levanta con urgencia y se arregla el vestido. Él es más joven pero su cuerpo encorvado y su expresión deteriorada delatan su experiencia y contrastan con la belleza de ella que, aún con la cara hinchada y enrojecida, se seca las lágrimas. Ha caído enseguida en la cuenta de que él no sabe nada y siente una lástima terrible, más fuerte incluso que su rencor.

Ella no sabe como explicar lo sucedido a su hermano, lo ha abrazado y de repente se ha sentido profundamente mal. Se ha sentido culpable por todos los reproches que una y otra vez había ensayado para este momento, por haberle odiado durante tanto tiempo solo porque él tomó una decisión distinta y se ha puesto a llorar sobre su hombro. Llora porque no quiere que él se sienta tan triste como ella, porque se compadece de él, de su hermano pequeño, del que ella cuidó y del que ahora que a vuelto se siente responsable.

Su hermana ya se ha erguido, más tranquila después de haber derramado sus lágrimas, y él ni siquiera ha sabido devolverle el abrazo. Mientras ella se seca la cara hablan del fin de la guerra, en la que su bando ha salido derrotado. Ella le ofrece de comer pero no quiere. Él sale al salón, la habitación contigua, se quita la chaqueta y se sienta en un sillón. El salón está lleno de cajas y sobre los muebles no queda nada. Su mirada recorre la habitación mientras su hermana camina lentamente alrededor suyo.

Ella sabe que no puede retrasarlo más, llevan un rato hablando por hablar. Además, ya no tiene fuerzas para seguir ocultándolo. Se detiene, se arrodilla frente a su hermano y lo dice.

A ella se la ve terriblemente dolida pero él no siente nada. Busca en su interior pero ya no queda sensibilidad, compasión, nada.

Ella no puede creer lo que está pasando. Sus padres han muerto pero a su hermano no parece importarle. Ni siquiera dice nada. Está ahí, quieto, mirándola fijamente mientras sufre sin mostrar ningún calor, ninguna emoción. Ahora se siente avergonzada por haber sido tan condescendiente con él. Su hermano es un monstruo que no merece su compasión. Se enfurece, siente como la rabia cultivada durante estos años empieza a vomitar sus frutos y su cuerpo arde. Violentamente se lo reprocha todo, su egoísmo, su irresponsabilidad... y le acusa de todo, de arruinar la vida de sus padres, incluso la de ella. Cada vez está más alterada, cada vez grita más y más sucio.

De repente él reacciona, esto ya le es más familiar. Su cuerpo empieza a encontrar su energía porque su mente empieza a sentirse en su entorno. Se ha sentido amenazado. Por un momento en su interior se han despertado las emociones a las que él está acostumbrado. Se levanta y trata de calmar a su hermana, pero ella se ha puesto muy violenta. Agita su cuerpo, llora y grita con todas sus fuerzas, incluso se golpea contra la pared. Inesperadamente se detiene por un instante para luego perder la conciencia y caer al suelo desplomada. Él la observa caer y su cuerpo se enfría de nuevo. No sabe que hacer y la mira mientras se sienta sobre sus piernas, de rodillas. Sus extremidades se han vuelto lacias y su tensión ha caído en picado. Y se queda allí, sentado, observando a su hermana como observaba hace un rato las cajas, como restos de un pasado que ya no se mira con nostalgia, sino con tristeza.