Ciertamente no era la primera vez que oía la melodía.
Y es que cómo olvidarse de algo que se va tropezando a cada rato con escenas de la memoria, y se arrastra por entre cadáveres y vitalidades en época de caducidad. Y no es que fuese un deja vu, es que en verdad la había oído, y en verdad había sentido antes ese tropezarse y andar a tumbos por sus recuerdos, ése deslizamiento tenue, como si vinieran ladrones o fantasmas a un rincón que ignoraba de sí.
Dónde, sin embargo, cómo la había oído. Dónde la oía ahora. Era una presencia escondida entre los ruidos de la ciudad, algo que estaba ahí (tropezándose, tropezándose) ahí pero dónde, ahí, pero cómo.
Y vamos, buscar y buscar una tienda, un parlante, una bocina de la que provenga la música. Y las calles llenas: no, anda, que no quiero ningún calendario. NIño, deja de joder, no te voy a comprar tus mugres. Chiquillos odiosos, no tiene la culpa, pero sus padres se aprovechan. "Fuera de aquí, mocoso".
La música,
¿dónde se fue la música?...
Jamás es la primera vez, pero luego uno se hace sordo a la melodía de la pobreza. Y dejas en su baile solitario al niño que fuiste tú, Diego,
el niño que fuiste.
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