Lo escribi a los 14. Lo pruebo acá ahora para empezar.
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La escena era simple y muchos la hemos vivido. Aunque como espectadores, gracias a Dios. Una micro, un puñado de viajeros que no se miran las caras y una victima que es victimario al mismo tiempo. Las variables son los acompañantes de este ultimo y alguna persona amable, los cuales en este caso existían y no, respectivamente.
Estábamos todos sentados y dispuestos para continuar con nuestro viaje rutinario, queriendo no romper la normalidad y mirando para afuera. Viviendo esa especie de pacto que se da en las micros: de no interrumpir la aburrida rutina de nadie por miedo a lo diferente. En fin, un escenario típico, de todos los días, ordinario, latoso. Estábamos en eso cuando él se puso a vomitar.
Colgó paralelamente los brazos del asiento de enfrente bajo la cara hasta sus codos y botó todo. A medida que caía parte de su ex-alimento caía su dignidad. Su honor, su orgullo, su persona se iban con el liquido asqueroso que escurría por el transporte. Nosotros, meros espectadores, mirábamos con desprecio y retirábamos inmediatamente la atención hacia el exterior, por la ventana, como si no existiese, como si su dignidad fuera nula, como si fuera solo un animal. Con todo el respeto que los animales se merecen.
Sus amigos o simples acompañantes tenían actitudes totalmente disímiles. El hombre (que estaba sentado a un lado) apoyaba a su compañero de asiento le daba un fraternal abrazo y a ratos le besaba amistosamente el hombro, invitándolo a pararse digno, diciéndole que el lo quería, lo apoyaba, que no se sintiera mal, seguramente nosotros no lo veríamos nunca más. La mujer sentada en el asiento de adelante de la victima (o victimario) se reía, por nervio o por sádica, las risotadas eran fuertes, estruendosas, casi exageradas, casi maquiavélicas. Las carcajadas eran oídas por él que, aunque más intermitentemente, seguía evacuando alimentos semi-digeridos; estas risas le retumbaban en la cabeza, lo hacían sentir peor, por él pararse y abofetear a la joven pero no podía ni levantar la cabeza por vergüenza y por que en ese estado, nadie lo haría.
El aire estaba repugnante: la mezcla de smog y el olor ácido, de la sustancia viscosa y putrefacta que se diluía por el pasillo de la micro, causaban una mezcla que daba nauseas. Hubiera querido pararme y darle mi apoyo, o quizás bajarme y olvidarlo todo, pero como el resto me quedé sentado, como si no pasara nada pero con la diferencia de que me fijé en cada detalle para caer en la cuenta de que esto se da siempre:
Siempre hay un indigno (ciertamente el termino es solo aplicable por una parte de la sociedad), siempre hay un apoyo y obviamente hay quien prefiere mirar para el lado o aún peor reírse de la desgracia ajena. Si lo haces, si lo hacemos, deberíamos replantearnos nuestra actitud. ¿Y te cayó mal la mina que se rió del que vomitaba?. No jodas. |