Se dice que la fallida incursión de las tropas norteamericanas en Somalia ha confeccionado una de las más negras páginas en la historia bélica del Gran País del Norte. Semejante denominación no es atribuida a la inútil y horrorosa pérdida de armamento sino a que a esos condenados negros, en la noche, sólo se les veían the fucking eyes si tenían la cortesía de mantenerlos abiertos.
Una de las pocas bajas sufridas por el ejército americano y acaso una nota pintoresca de la mencionada invasión, fue el recordado Goran Peres, un mercenario francotirador de origen ruso-portugués pero nacido en USA según testigos.
Algunos atribuyen la muerte del apodado “Hombre del rifle” a una broma del sargento Freddie López; otros, quizá más líricos, al egocentrismo típico de un hombre férreo embrutecido por el fuego del combate y por la vagina de una perra rusa.
Nuestro héroe francotirador gozaba de un buen estipendio ya que su labor requería de temple de acero, paciencia sobrehumana, y frialdad de témpano (de hielo).
Cuando el ejército se retrasaba con el pago y a modo de protesta, Goran disparaba a embarazadas y niños, pero tuvo que ser severamente amonestado por darle un tiro, de manera calificada como insolente y alevosa, al loro del capitán John Murphy en medio de un almuerzo íntimo con un travestido somalí mientras el plumífero recitaba “Satisfaction”. Obsesivo por la puntualidad y la palabra, el hombre del rifle no admitía errores ni retrasos. Su misión era disparar a los emisarios del dictador somalí, a los insurrectos vendedores de estupefacientes y, de tanto en tanto, a los malditos fotógrafos de la prensa amarilla serbia.
Debido a la inusitada prolongación de la actividad bélica, Goran decidió pagar el pasaje a su entonces novia, quien a partir de la muerte del hombre del rifle se convirtiera en actriz porno: Locria Shudorosa. Rubia como la cerveza y muy atractiva, la mujer había encandilado con sus ojos felinos al mercenario hacía un tiempo.
El plan de nuestro hombre era preciso como cualquier otra cosa en su vida: la hizo hospedar en un hotel protegido en un área céntrica de la ciudad casi en ruinas por los ataques, en una habitación que él mantenía bien vigilada mediante la mira telescópica de su rifle. Además se hablaban por teléfono celular, en resumidas cuentas el hombre hacía su trabajo y contaba luego con buen sexo. Dicen testigos que Locria modelaba para Goran las más finas prendas íntimas durante el día, prendas que él veía con lujo de detalles desde su puesto de trabajo.
Una reunión de los altos mandos a la que asistiera Goran se prolongó más de la cuenta debido al exceso de copas, y entonces sería el sargento López quien, palabrería mediante, daría un vuelco inesperado a la vida de nuestro mártir…
—Cielos, Goran, mira que traer a una chica rubia, tan bonita, a este país repleto de salvajes negros… no creo haya sido buena idea…
—No problem, my brother, es que mi fusil habla la mejor de las lenguas, la que entienden todos, y tú lo sabes…
—Pero my friend, ¿acaso no te has enterado…? This fucking niggers…
—¿Qué con ellos, Freddie?
—Esta mañana liquidamos a cuatro… tú no los has visto… despanzurrados y todo… my god, Goran… parecían…
—¿De qué cojones hablas…?
—…Condenadas anguilas, Goran, los cuatro… Vergas, Goran, tienen malditas vergas enormes… Y tu chica… en medio de estos salvajes… ella podría verlos, Goran… tú no querrías saber…
—¡Fuck you, Freddie…! Me pagan por matar jodidos negros, y tú me vienes con sus jodidas vergas en este maldito país de jodidos leprosos apestosos… ¡shit, man…!
Una espléndida mañana se hallaba Goran en una azotea a la espera de un objetivo importante cuando fue sorprendido por el vibrar de su teléfono móvil. Una voz, que luego se supo pertenecía a un viejo somalí angloparlante a quien el graciosito de Freddie López apuntaba con una pistola, pronunció con dificultad: “Hey, tonto blanco, ¿a que no sabes dónde está tu putita rusa?” y terminó la llamada.
Existe la fatalidad, todo el mundo lo sabe, pero muchas veces el destino de un hombre depende de un segundo de fortuna. Dicen los estudiosos que cualquier acción, por mínima que sea, puede provocar una desgracia, y que el factor del azar suele ser extremadamente funcional a la estupidez humana; no obstante, cuando cae un helicóptero en llamas alcanzado por munición pesada, cualquier retrasado mental debe hacer dos cosas: mirar para arriba y salir corriendo. Esto último nada tiene que ver con Goran Peres, pero es una útil reseña.
Sucedió que en el instante posterior al telefonema el hombre del rifle enfocó con la mira a la ventana de su amada y ella no estaba. Sucedió, además, que un caño se había roto en la habitación veinte minutos antes, conque para el horror del celoso mercenario, cuatro negros de rara indumentaria y ante el telescopio mismo de la muerte entraron a la alcoba seguidos por Locria envuelta en ropas húmedas y con una toalla…
Cualquier soldado profesional, y más aún, cualquiera con la frondosa experiencia de nuestro amigo Goran, fácilmente habría liquidado a los cuatro hombres desde los escasos quinientos metros que los separaban. Pero el hombre del rifle por primera vez perdió el control. Bajó raudo a la calle como un desaforado y enarbolando el arma al grito de “¡fucking niggers, fucking niggers!”… no es necesario ningún diploma universitario para entender que lo mínimo que pudo recibir fuera una multa por cruzar a mitad de calle, pero no hizo falta ya que fue atropellado por un micro de turistas serbios que tomaban fotografías de cualquier estupidez, inclusive de la cara de un tal Goran Peres que acaso antes de diñarla habrá visto entre las lentes de las Canon una gran cantidad de curiosos ojos celestes como un chascarrillo grotesco de una guerra que le mostraba que no todo era tan negro a las puertas de la muerte.
Se supo, semanas después, que Locria Shudorosa descubrió su verdadera profesión a manos de los fontaneros somalíes, e incluso finalizado el conflicto, al enterarse del accidente del hombre del rifle, se mostró indiferente: “Oh, santo cielo… ¿dijiste ‘Goran’?”.
La triste incursión en Somalia ha dejado, además de esta historia, dos películas que han adquirido relativa notoriedad: “La caída del Halcón negro”, protagonizada por un puñado de artistas mediocres; y la célebre “Misiles negros en la garganta púrpura”, film porno con Locria Shudorosa y un elenco anónimo somalí.
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