El Castigo
Cuando el gran dios de los dioses creó nuestros universos les dio a los astros el don del movimiento. Las estrellas y otros grandes astros que abundan más allá de nuestro entendimiento son tan gigantes que su continuo movimiento, a pesar de existir, es casi imperceptible ante nuestros ojos, pero ellos aún tienen la capacidad de moverse libremente por este y otros universos. La única regla que el gran dios de los dioses impartió a sus creaciones más rápidas, era la de no abandonar ciertos límites establecidos de acuerdo a las distancias hacia alguno de los grandes astros. Nunca sabremos qué motivo a este gran ser a imponer esa nefasta regla, sólo podemos intuir que fue el deseo de protección a sus amadas criaturas lo que lo impulsó, con el sólo objetivo de evitarles accidentes que lamentar.
Ocurrió con el paso del tiempo que muchos de estos astros rápidos, incluso ubicados en diferentes latitudes, comenzaron a rebelarse. Quizá haya sido sólo el instinto natural de cualquier ser creado el que los impulsó, ese básico instinto que invariablemente determina que los seres creados intenten alcanzar el poder de su creador.
¿Puede alguien criticar esta conducta? ¿No deseamos acaso que nuestros hijos sean iguales y mejores que nosotros mismos? Nosotros nunca pensaríamos en colocar reglas a nuestros hijos que les impidieran ser iguales o mejores que nosotros. Entonces ¿por qué estos grandes señores de las creaciones las colocan? La respuesta es simple: estos seres creadores, a diferencia de sus creaciones, son inmortales, nosotros sabemos que abandonaremos el mundo dentro del cual fuimos creados, mientras ellos deben permanecer acá por siempre. Si nosotros alcanzásemos y superásemos el nivel de nuestros creadores, ellos se verían obligados a compartir e incluso perder su poder, y con ello su dominación sobre lo creado.
Sea cual sea el motivo de la regla impuesta y de su posterior quebrantación, el hecho es que muchos de los planetas en nuestro actual sistema, en otros sistemas, en otras galaxias e incluso en todos los universos, comenzaron a rebelarse al mismo tiempo. De nuestros conocidos más cercanos fueron tres quienes se atrevieron a sobrepasar los límites.
Al planeta Marte lo motivó el ansia de conocimiento. El pobre no se imaginaba que ese instinto era mal visto a los ojos temerosos de perder el poder de su gran creador. Para Saturno fue un asunto de juego. Él nunca se tomó nada muy en serio y casi sin pensarlo, se lanzó a la aventura de quebrantar la regla única. El último planeta revolucionario de nuestro sistema, y unos de los más peligrosos de todos los universos a los ojos de su creador, fue nuestra conocida Tierra. Nuestro planeta lo hizo porque estaba convencido que la regla era una injusticia y estaba dispuesto a luchar contra ella. Nuestra tierra, en su juventud, era una revolucionaria por naturaleza.
El castigo inicial fue terrible y para todos los planetas por igual. Su creador impuso en ese momento una ley aún más grave y de la que les sería imposible escapar. Impuso entonces la ley de la gravedad, la que obligaría a los planetas a mantenerse siempre atados al mismo y casi eterno movimiento alrededor de su gran astro. La creatividad del gran creador fue puesta a prueba una vez más a la hora de asignar los castigos individuales a todos y cada uno de los planetas que se atrevió a quebrantar la regla. Para aquellos tres, nuestros conocidos, las sentencias fueron pronunciadas con las siguientes palabras:
- Marte, tu inteligencia no te alcanzó para prevenir las consecuencias de tus actos. Tu visión fue tan egoísta que no percibiste lo que ocurriría. Avergüénzate de tu actitud por el resto de tu larga existencia. Te condeno a reflejar el color rojo como un símbolo de tu vergüenza y una señal de mi poder a todo tu sistema.
- Saturno, no tienes remedio. Nunca madurarás y como un niño pequeño me obligas a tratarte. Te condeno a vivir tu venidera existencia encerrado en un círculo de anillos, para que todo el universo se entere que acá nada ni nadie se moverá sin mi consentimiento.
- Querida Tierra. ¡Tenía tantas esperanzas puestas en ti! Eres de los seres más inteligentes que he creado y así me lo pagas. Atentaste abiertamente en contra de mi autoridad y ni siquiera te arrepientes. Entenderás que no puedo perdonarte la existencia ya que siempre serías un riesgo para mí. No me dejas otra alternativa. Te condeno a una lenta y dolorosa muerte. Te condeno a engendrar la enfermedad de la vida. Este virus te consumirá lenta y dolorosamente hasta que no serás más que una roca muerta. Sólo en ese momento te liberaré de la ley de gravedad sólo para que termines estrellándote y consumiéndote en las entrañas de algún sol.
Todos sus compañeros sintieron una profunda pena por la Tierra, pero ella comenzó a sentirse cada vez más aliviada mientras las siguientes reflexiones se formaban en su mente:
- Voy a engendrar vida. Sé que me destruirá, pero al mismo tiempo significa que yo seré el creador y los seres vivos serán las criaturas creadas. La lección del gran creador es genial. Me destruirá mi propia creación producto de sus ansias de poder, guiados por el mismo instinto que me motivó a mí a quebrantar la regla única. Para ellos seré inmortal, pero sin saberlo ellos me estarán quitando la existencia hasta destruirme a mí y a ellos mismos. Me conformo con la idea de ser el creador durante mis últimos billones de años. De todas formas prefiero concentrarme en mis creaciones y no aburrirme durante casi una eternidad girando monótonamente y contemplando la libertad de un gran astro.
Jota |