“Vete y nunca más regreses” esa fue la frase con la cual despedí a mi amor.
Y ahí estaba yo, con una lágrima rodando a través de mi mejilla, con una rosa marchita apretada entre mis manos y con el corazón roto, observando como la persona que más quería se alejaba lentamente de mí.
Nunca había sentido algo así era como perder algo que había estado cuidando con el alma, dolía demasiado, pero aun así no quería luchar más por él.
Sequé mis lagrimas y me di la media vuelta camine por horas sin dirección, pensando infinidad de cosas, cada recuerdo que pasaba por mi mente era como un latigazo para mi alma, necesitaba escapar del pasado y volver a creer en el presente.
Pasaron los años y poco a poco fui olvidando que alguna vez estuvo esa herida incurable en mí ser.
Encontré mil pasiones que no había descubierto aun, un mundo infinitamente impresionante estaba invitándome a pasar…
…Mis hábitos poco a poco se inclinaron a vivir de noche, simplemente me encantaba ser arrullada por la luz de las estrellas, mientras que el viento me susurraba las cosas más tiernas al oído, cerraba los ojos y veía paisajes indescriptibles, todo era perfecto.
En una de mis tantas caminatas a lo largo de la playa, decidí sentarme un rato y cesar por un momento mis pensamientos, quería quedarme ahí a saborear la brisa y bañarme en los rayos de la luna que me rodeaban. De repente una atmósfera empezó a llenar el lugar lentamente, el aire se hacia pesado junto con mis parpados, era la primera vez en mucho tiempo que dormía de noche…
Horas después me desperté con una sensación horrible recorriendo mi cuerpo, era como si me quemara, abrí los ojos y me vi envuelta en rayos de sol, ya no era la sensación de bienestar de antes sino de desesperación intensa, trataba de que mi cuerpo dejara de arder y me refugie en una sombra, no se que me pasaba pero no soportaba los rayos solares, eran como ácido en mis poros, espere hasta que volviera a obscurecer y salí de mi escondite.
Había demasiada gente así que trate de pasar desapercibida, pero un olor infinitamente delicioso, llegó a mi nariz, no podía ignorarlo, era demasiado fuerte, traté de seguirle la pista pero no provenía de un lugar exclusivo, estaba en todos lados y yo cada vez me embriagaba más.
Pasaron los minutos tal cual horas y mientras más trataba de alejarme de esa exquisita atmósfera, más crecía a mi alrededor.
De repente me di cuenta de que el olor provenía de las personas que me rodeaban, me acerque sigilosamente hacia un hombre aproximadamente de mi edad, y este sorpresivamente volteo, para no ser tan obvia trate de sacar conversación pero las palabras que salían de mi boca no tenían ningún sentido, no podía concentrarme estando en esa situación.
Su nombre era Ricardo, pero realmente eso no me importaba, fuimos a la bahía y ahí me abrazó, al estar tan cerca de su piel, una sensación desconocida recorrió mi cuerpo, cerré los ojos y deje que mi instinto actuara sobre la razón, lo besé durante unos segundos y después lo mire directamente a los ojos, por un momento dudé un poco pero luego, empecé a besar su cuello, abrí un poco la boca y un impulso me hizo hundir mis colmillos en él, por un momento impuso resistencia, pero luego se rindió lentamente, mientras se desangraba, sentía su vida correr por mis labios y mil sensaciones pasaron por mi ser, de repente sentí como la conciencia me abandonaba para siempre y una extraña felicidad me empezó a invadir.
Me separe del cuerpo inerte de Ricardo y deje que este rodara hacia el piso.
Me sentía extasiada, absolutamente eufórica, llena de poder.
Vague sin rumbo por las calles buscando un poco más de lo que para ese entonces ya se había convertido en la droga más poderosa para mí, busqué en calles, callejones, incluso en los rincones más sombríos, alguna victima para saciar mi sed.
Mi desesperación iba en aumento y el amanecer se aproximaba, finalmente desistí de mi objetivo, y me dirigí a mi casa.
Dormí una horas y después, espere impacientemente al anochecer. Al por fin llegar, salí a buscar presas.
Los minutos pasaban como horas y mi necesidad se hacia cada vez más grande, camine y corrí sin cesar y de pronto, encontré una silueta inmóvil justamente en medio de mi camino, me acerque con rapidez, pero a los pocos metros, reconocí el rostro, era él, aquel que me había abandonado hace un par de años, roce su piel para ver si era real, me observaba detenidamente y poco a poco su mirada se encendió, la cordura abandono mi cabeza y en ese momento la sed regresó con más fuerza que nunca, me abalance hacia el con el objeto de hundirme en su cuello, pero no pude contra su fuerza, peleamos un rato en el piso y él finalmente quedó encima de mi.
Yo con las manos apresadas y sin poder mover ni un centímetro del cuerpo me resigne y espere a que el reaccionara; a los pocos minutos se acerco lentamente a mi oído y con una voz profunda y calmada me susurró lo siguiente: “Tranquila mi amor, ¿Por qué tratas de destruirme?, levántate, no comas ansias, la presa de hoy no soy yo”.
Un impulso desconocido me hizo ponerme de pie, la calma me invadió por un momento, no podía dejar de mirarlo, y de repente todo tenía sentido, lo abrazé con fuerza, y de un momento a otro, no pude resistirlo, y enterré con todas las fuerzas posibles mis colmillos en su cuerpo, su sangre era amarga pero no por eso menos exquisita que la de la noche anterior, me separe rápidamente de el por que quería observarlo moribundo, lo mire con lastima y le dije que le había advertido que se fuera, que no volviera más, el me miró suplicante, un odio inmenso me recorrió y finalmente volví a clavarme en su cuello cayó muerto justo a lado de mi.
Yo me aleje como si nada hubiera pasado, buscando una victima más…
Ale Prieto. ©
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