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La pieza pintada

Del rompecabezas. El atrio de una cúpula bajo el cielo. Miraba el cuadro, línea por línea, de izquierda a derecha como si leyera, como si buscara que anda mal en ese cuadro, en esa casa. Aunque ya sabía cuanto de necesidad de un hombre en el hogar había en los gritos de ella llamando a su hermano cuando apenas entraron. Edi!!!! –gritaba Gisela-, Edi!!! Su madre adormitaba en el sofá. La saludó y Miliciano también con un buenas noches, sin beso en la mejilla. Se sorprendió también en casa de Truman días antes cuando la madre de ese hogar tampoco estuvo dispuesta a recibir un beso de su visita. Pensó que con conocer a este grupo nuevo de amigos se le venía por igual nuevas maneras de saludar a las mamás. Se paró frente a la hoja de la puerta, giró con presteza hacía su derecha para verse él mismo en el espejo del que luego le dijo a Gisela que estaba mal ubicado. De seguro absorbe un tanto de energía. Habían estado viendo la grabación y a Hugo le pareció ver un humillo como una pelusa delgada o un pedazo de telaraña desprendido que agita el aire despacio como una leve nota musical. Dos veces lo vio a su lado, él solo. Aturdido se encogió en la mirada. Y sólo atinó a culpar al espejo, colocado contra la pared de al lado de la ventana en el que un pequeño espacio que separa el televisor y la pared de la ventana permiten unos centímetros como para que alguien pueda estar parado durante trece años seguidos sin moverse del lugar más tiempo que el permitido para el fantasma de un padre que nunca debió irse y dejar a su esposa, permitirle dejar de cocinar y encima oler la grasa de las salchipapas que compra para sus hijos porque ya casi ni prepara la avena para los desayunos. Vaya a saber cuanto de esto asume Queen cuando a alguien quiere morder y defender al difunto de las sospechas. Pero Gisela ha dominado muy bien estas instancias y ha sabido saber distraer a quien puede cargar consigo el recuerdo de una noche en una casa donde el amor no falta, pero se ausenta en la cocina. Hugo siguió buscando la pieza que faltaba y no la encontraba hasta que ella le dijo que buscara por arriba. Queen ladró. Hugo apoyó su índice sobre el vidrio del cuadro a la altura del espacio vacío de carton, la piecita hecha de cartón, reemplazada por unas líneas de acuarela, aparentemente muy bien pintadas para un tipo observador que ve en una de estas soluciones matemáticas un talento para reconstruir un hogar en el que no sólo serán necesarios los gritos sino los colores, tanto marrón como negro, los colores exactos de Queen, encerrada ella y sus molares gruñientos en la lavandería. La bestia que advierte al acusador en su morada, el acusador que ha de advertir las anomalías en el castillo que entrevista. “Ya siéntate a comer, allí está la mayonesa, la aceituna y el ketchup”, dice Gisela. Si solamente le hubiera dicho ella que había una pieza que faltaba, pero no le soplara cuál, Hugo habría tenido mayor disposición para volver a su casa con la intriga constante de encontrar en ese cuadro el huequito pintado. Pero ahora sabe que el padre de Gisela merodea, hasta en la jaula de Queen.

Texto agregado el 02-11-2006, y leído por 97 visitantes. (0 votos)


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