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La mañana, como continuación de mis fantasías nocturnas, se presentaba fría, dejando el verde prado alcalaíno henchido de escarcha y cubierto por una densa niebla que presagiaba un día de taberna y discusión.

Decidido a no cambiar el rumbo de los presagios climáticos, me encaminé hacia la taberna estacionada frente al único hospital que poseía la ciudad. Las calles, vacías de todo signo de humanidad, humeaban vapores nauseabundos, y yo, hambriento de noticias, me dejaba llevar hacia la vulgaridad de los perdidos, o al menos, eso pensaba hasta el momento.

La puerta del local se abrió, permitiendo salir a un par de ebrios mañaneros y abriéndome el paso hacia el interior. Allí todo era griterío y rabia fusionada con alcohol; suciedad y malestar social; miseria y hambre. Todo en uno.
Concluí que lo mejor era apartarme hacia el fondo de la bodega donde solamente charlaban pacíficamente un grupo de hombres bien ilustrados, en apariencia…
- Le estábamos esperando- me comentó uno de aquellos hombres mientras se colocaba las anteojos-.Soy Don Francisco de Quevedo…
- Y también llega algo tarde- interrumpió a su compañero de asiento-, aunque imagino que ya conocerá el dicho… “nunca es tarde…”- replicó uno de ellos envuelto en un ropaje monacal-.
- Pero… ¿quién demonios son ustedes? y ¿qué desean de mi persona?
- No se altere, hijo. No somos más que un grupo de extraños ilustrados de otro mundo-sonrió, apoyando su diestra sobre el supuesto fraile -. Además, nosotros somos como el amor, tenemos fácil la entrada pero difícil la salida, y usted ya está dentro. No se resista. Evapore su rebeldía, pídase un trago de vino y siéntese en nuestra compañía.
Alarmado por tan anómala presentación pero curioso por aquellas gentes que me rodeaban, decidí asentarme en su compañía esperando, quizás, alguna revelación que me diera a conocer la identidad de cada uno de ellos.
- ¿Sabe? Anoche soñé con usted, en distinto lugar, sustituyendo el rostro de otro ser. Sobre un fondo oscuro y tenebroso, colgado sobre una cruz, con la cabeza inclinada- comentó con acento del sur aquel hombre de rostro aburguesado-.
- Pero, ¿quién es usted?
- Permítame que me presente. Don Diego Rodríguez de Silva Velázquez, a su servicio. Pintor de Su Majestad, Don Felipe IV.
- Y… si no es molestia, podría decirme cómo un hombre como usted está en un lugar como éste.
- El tiempo y el espacio es extraño, nada se sabe con exactitud sobre éstos. Solamente cuando pasan se conoce su valor. Quién iba a decirme que con diecinueve años desposaría a la hija de mi maestro y cinco después partiría a Madrid como Pintor de Corte. Lo único que se con exactitud es que la pintura puede devorar ese demonio espacio-temporal. Mis obras, desde mis comienzos tenebristas con La Adoración de los Magos y El Aguador de Sevilla hasta mi visita a la Italia de Leonardo, Tintoretto, Miguel Ángel… donde realicé mi mágica Fragua de Vulcano, han sobrepasado ese demonio que nos persigue, impidiéndonos saber el porqué de nuestra ubicación y sentimientos presentes.
- ¡Sandeces! Eso es lo que dice usted- alzó la voz un delgado anciano con larga barba-.
Mirándole con semblante de estupor, aquel larguirucho hombre se percató de mi desconocimiento sobre su identidad.
- Miguel de Cervantes Saavedra. Y como decía -continuó alterándose-este pintorzucho de corte y alfombra roja nada sabe sobre el espacio y el tiempo. Las letras es lo único que precisa esa ruptura espacio-temporal. Además, Don Diego, usted qué sabe sobre la vida, ¡nada! Nada sabe quien no ha visto dos años de muerte a manos de los turcos, nada sabe quien no ha sido apresado por éstos y posteriormente por tus hermanos de patria, ¡nada! La vida es lucha. Escribir, soportar la desgracia de un matrimonio desafortunado, eso es la vida. Mi Quijote y su lucha contra esas bastardas novelas de caballería, mis Novelas Ejemplares…superan sus obras de pincel y tintes cromáticos. Estoy en lo cierto, ¿verdad, Lope?
- No se altere, amigo- sonrió el tal Lope, que poco antes me invitaba a sentarme junto a ellos-. No tiene que levantar la voz por tan poca cosa. Qué importa que Don Diego no haya tenido una vida tan llena de muerte e infortunios como la suya. Yo sé que es el destierro, sé lo que son las rejas de una prisión pero vendería mi alma al Diablo por una vida como la de nuestro compañero…
- De la Vega, no cometa blasfemos juramentos en mi presencia… -sentenció la frase el fraile-.
- Perdone, Tirso. No quise ofenderle, empero, mis palabras poseen la certeza de mi sentir. Todo aquello fue un tortuoso pasado que no deseo recordar. Mi vuelta a Madrid fue una liberación; conocer a Juana de Guardo y crear vida junto a ella ha sido la mejor obra que nadie puede narrar. Ninguna de mis obras, ni tan siquiera mi Perro del Hortelano pueden alcanzar la magnitud que son mis tres hijas y mi pequeño Carlos Félix.
- Es educación lo que le exigía, maestro, más que una disculpa. Sin embargo entiendo perfectamente su discurso y pensamiento. Bien sabe usted que yo era un simple hijo de sirvientes del Conde de Molina cuando nos conocimos, aquí, en Alcalá, pero con esfuerzo y la gracia divina todo es posible. Remendar los errores del pasado es una tarea ardua pero provista de grandes alegrías si ésta es enmendada, no como hacen tantos burladores sevillanos en estos turbios tiempos…
- Turbios y desalmados son estos tiempos, sí- gritó Quevedo, golpeando su mano sobre la mesa-. Un hidalgo caballero como yo, también sufrió la vergüenza del destierro en sus propias carnes y sólo la cándida mano del Rey Felipe IV pudo liberarme de esa ruina. ¡Ah! Cuán extensa es mi obra y cuántas veces he sido desprestigiado por mis iguales.
- Tranquilícese, Don Francisco, ahora le traigo un vaso de vino que le hará ver las cosas de manera bastante distinta- sonreí mirándole a los ojos-.

Sereno, me alcé de mi asiento dirigiéndome a la dificultosa búsqueda del tabernero entre aquella amalgama de ebrios seres, cuando de pronto una especie de niebla mental aturdió mi cabeza haciendo que perdiera todo conocimiento.

Ahora, sentado sobre mi lecho, observó como el despertador chirría en mi mesilla de noche. Tan sólo un sueño; algo carente de sentido en la vida de cualquier hombre de esta era; pero tan real, tan mágico y breve, que si no fuera por los artilugios modernos que me rodean, no dudaría en afirmar su veracidad. Aunque quizás haya sucedido. Quién sabe.






Texto agregado el 01-11-2006, y leído por 178 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
05-02-2007 Narrador nato, avanza sin tregua y nos lleva donde quiere. Gran atmósfera. Un placer leerte. mariamorena
23-11-2006 David, me gusto mucho tu cuento y sabes qué? La familia de mi marido desciende directamente de ese Molina aunque no lo creas. OMENIA
16-11-2006 bonito sueño no?***** eslavida
01-11-2006 que hermoso sueño!!!!! lo triste habrá sido el despertar y dejar allí en quien sabe donde esos mágicos y a lo mejor vivido esos momentos mari-posa
 
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