Era tarde y me dirigía a casa apresuradamente, la noche tenía un eco de extraños sonidos y deambulaba en el aire una atmósfera de velados temores. De pronto, de entre tinieblas, emergen sorpresivamente figuras espectrales que confunden su paso entre la niebla y los oscuros trajes que cubren sus fantasmales cuerpos. Nada mas les place que expandir al viento sus oscuras y tenebrosas capas negras desde donde fulguran a la tenue luz de la noche, los dorados símbolos del terror.
Intento esconderme, para que no me vean, mas aprecio que otros grupos de estos seres emergidos del vientre de la oscuridad se suman en número y en cantidad al horror de la noche... continúo caminando y mi esperanza es que no adviertan de mí. Sin embargo, desde el frente, por la misma vereda un grupo de estos fantasmas aproximase hacia mí de manera inexorable y nuestro cruce es inevitable. Al encontrarme cara a cara con ellos, uno de los espectros expande una de las alas de su horrible capa negra y simula querer envolverme con ella, lo que acompañado de un sepulcral buuuuuuuhhh de todos los demás fantasmas, me produce indecible terror.
Sin saber cómo, finalmente arribo a casa, abro la puerta y entro al salón de estar. Inmediatamente acudo en busca de mi madre para saber si está bien, y la encuentro en su dormitorio durmiendo plácidamente lo cual me produce satisfactoria tranquilidad.
Regreso al salón de estar mientras afuera la noche cerrada y de ausente estrellas, aúlla desde su garganta otoñal tonos oscuros de tenebroso resonar. Tomo un libro, intento leer para olvidar. De pronto, todo lo que escuchase en lugar, es el paso de las hojas del libro y el tic tac del antiguo reloj de pared que a poco andar anuncia con sus campanadas, medianoche.
Los segundos transcurren lentos en su nocturno caminar y como era de esperar, el silencio de la noche se quiebra con el tenebroso llamado que proviene desde la puerta de madera. Lo dejo pasar, lo ignoro, mas nuevamente se produce el mismo llamado ahora mas intenso e inquisitivo. Acudo al llamado de aquel oscuro destino y al abrir la puerta, oh pobres ojos míos, ante mí siete pequeños fantasmas observanme con espectral mirar. Detrás de ellos, una joven les acompaña con plácida y cómplice sonrisa. Después de unos instantes de duda, uno de los fantasmas el más pequeños o la más pequeña decide sentenciarme :
- Dulces... o terror ¡!
Otro fantasma molesto le replica con disgusto :
- No es así, eres una necia, se debe decir : Dulces ... o travesuras ¡!
A lo que la fantasmita ha de responder:
- Pues mamá ha dicho que es así y si continuas fastidiandome, ella lo sabrá.
Finalmente pronunciada dicha frase correctiva, aquella comitiva de las sombras me observa con expectación esperando mi reacción, a lo que suelo responder:
- ¿Dulces o travesuras? Oh, sí, por cierto, tengo muchos dulces para vosotros.
Entonces, sin mediar mayores palabras, los espectros extienden hacia mí, sus negras bolsitas donde deposito golosinas, dulces y chocolates que seguramente calmaran sus
Infantiles anhelos. Realizado lo anterior, los fantasmas de la noche depositan todas las dulces especias en un pequeño ataúd de plástico que cargaban para tal propósito y que a ese punto, ya rebosaba en cantidad. Complacidos batieron al viento sus oscuras capas señoriales y marcharon en busca de nuevas víctimas en el reino de los vivos.
Entré nuevamente a la casa y tras cerrar la puerta, en un suspiro pude decir :
- Oh Halloween otra vez.
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