Después los senderos se mezclaron en un tormento inigualable bajo la llovizna silenciosa. Pude ver tu silueta deslizarse entre los juncos, la soledad tallada con los pasos como un inmenso mar rozando el horizonte ante el deterioro de los años. Vi miradas asomadas a los ojos gigantes de avidez, el cielo revelando la agonía de una piel expuesta, los cuerpos bajo el alba extasiados de silencios. Mis palabras se escurren en la tarde como un manto de entrañas que adormecen las colinas junto a tu semblante taciturno que no deja de mirarme. Te espío en la tibieza de los soles como un aire enrarecido que te aguarda, en el follaje de los árboles agitando su memoria mientras la tierra inclina su dolor entre las huellas. Y me pierdo revoloteando el recorrido de las lápidas paralelas y distantes como un viento cristalino que se apodera de lo eterno. Así me sientes llegando a tu morada en una brisa del infierno que se nutre con la oscuridad. Debajo la noche se asemeja a un laberinto de cadáveres enraizados mientras me acerco sigilosa para fundimos en un abrazo interminable.

Ana Cecilia.