Cruzaron miles de kilómetros de espacio y de tiempo para encontrarse fortuitamente en un sitio virtual. Ël andaba caminando por ahi, entre cuentos y otras letras, hurgando disfrazado en los baúles tibios de la narración, buscando nada más que polvo de estrellas olvidado en alguna esquina.
Ella miraba todo desde su escaparate, silenciosa y atenta, esperando cazar al vuelo la mariposa de la inspiración que, imprevisible, sale de su escondite pocas veces y vuela, pluma en el viento de septiembre.
Menos ladino que su nombre, él dejó unas palabras luminosas que la maga recogió como un pañuelo caído al descuido. Por el aire se mandaron letras y una noche, casi sentados en la misma mesa, casi tocaban sus manos al hablar, casi una vela, casi un vino, casi una conversación.
La maga encontró tirado el disfraz de ladino en una calle de pleno carnaval, y entre las mascaradas y las risas no pudo ver a dónde, alma sutil, aquel pierrot había desaparecido.
Y guardó en su baúl de maga el disfraz de ladino.
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