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A veces se piensa en que no habría diferencia alguna entre la gran batalla de Troya y una expedición de hormigas en una selva, que todo es relativo a una cuestión de tamaños, más no de intensidades de sucesos. Que las valientes hormigas con sus corazas naturales y sus antenas perceptoras no tienen nada que envidiar a la nueva tecnología de guerra. Que si se trata de intensidades y no de tamaños hemos evolucionado hasta el punto de realizar en escala grande sucesos que llevan millones de años realizándose en la Tierra en una escala igualmente intensa pero en tamaño más pequeño.
¿Estamos alcanzando la conciencia?
Pero estas preguntas no vienen al caso cuando se anda en una estación del metro en el subsuelo de la tierra, solo, en la noche - a las dos de la madrugada - y se escuchan unos pasos y uno se sabe a sí mismo borracho.
Se cierran los ojos, persisten los pasos, y se sabe que son unos pasos, unos pasos, mas no unos pasos cualesquiera porque son unos pasos que en ese momento se están escuchando y se está solo, bajo el suelo, borracho, esperando la aparición de la gran lombriz para llevarnos sacudiéndonos suavemente en su amplio estómago al paraíso en donde reposaremos nuestra cabeza para que el sueño nos sirva de nave hasta el lugar - aquel - al que pertenecemos.
Son pasos que vienen pero que se alejan a medida que se acercan, para nuestro interés - ¿Quién podría hacernos daño? ¿Quién podría ser el dueño de nuestro pasaje de ida mas no de vuelta? Una persona, una persona que es tan persona cualquiera como lo somos nosotros. No se conversa y somos, de hecho, dos personas cualesquiera. |
Texto agregado el 01-11-2006, y leído por 94
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