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En la fría pieza pensaba... eran las cinco de la tarde y el sol rayaba afuera. El hombre se acercaba como siempre a avisarle que ya era hora de salir.
Despacio guardaba los cuadernos, sabiendo que aún no había acabado y que a la mañana siguiente debería seguir con su tarea, entraba a la habitación,se miraba al espejo, reconociendo el mismo reflejo de todos los días, y esperaba así, inmóvil, el grito que advertía que, como siempre, se estaba haciendo esperar. El grito llegó.
Tras un suspiro,su imagen abandonaba el espejo y salía por la puerta hacia el jardín. Parpadeaba un momento frente a la luz, mientras el hombre cerraba tras ella la puerta con llave y comenzaba a decirle que se moviese de su camino, que como todos los días tenía mucho por hacer.
Recorría rápidamente entonces su entorno con la mirada; la Estrella Federal, roja como el fuego que había florecido tras un largo tiempo de espera, las seis flores de pajarito intactas como desde el comienzo de la primavera, los jazmines que todo el vejestorio del barrio admiraban como si nunca hubiesen visto nada igual, el césped recién podado y en espera de alguien que lo recoja, sabiendo así que tendría qué hacer en las próximas dos horas.
Las nuevas palabras en la boca del hombre indicaban que ella no había escuchado lo que le había dicho anteriormente. Así se movió hacia un costado, dejando que todo siga su curso diario, al igual que esas palabras en la boca del hombre, que sabía volverían a repetirse. Tomaba el rasatrillo y comenzaba a mover el pasto suelto formando un montón a un lado del camino.
Todo le parecía algo vivido, conocido, no superado pero sin nesesidad de superarse. No sabía bien si quería superar algo, ni si algo andaba mal... solo hubiera deseado que las cosas fueran diferentes, así que sin hacer caso de nuevas ideas estrañas que sabía podrían traerle problemas, a las siete y media se paró frente a la puerta esperando al hombre que llegaba, giraba la llave y la dejaba entrar.
En la habitación ya no estaba sola; eran dos en el espejo. Pero ella no prestaba atención de la sombra que se alzaba a su lado;le era indiferente por momentos, sabiendo que una sola palabra errónea llamaría enseguida los pasos firmes del hombre.
Solo miraba su reflejo, sentada en la cama, examinando rasgo por rasgo, y convenciéndose cada vez mas de que había mas que eso en ella, que aún ayer había mas para ver.
Así cambió todo... o no. Pero muchas cosas cambiaron. Ya dejaba de gustarle estar con la gente, y le íban pareciendo cada vez mas forzadas las ganas de conocer gente nueva, ganas que en realidad nunca había creído tener. Tampoco había creído querer estar con la gente que había estado hasta entonces, y cada vez se le iba haciendo mas grande la nesesidad de estar sola, y mas pequeñas las posibilidades de estarlo.
Solo durante algunas noches había podido prender una vela y leer a escodidas algún libro, y llorar mordiendo las sábanas algo que no podía sufrir, ya que no sabía el porqué de sus lágrimas.
La sombra la había estado cambiando por dentro, sin saber ella qué parte de si era la que ya no estaba... se sentía vacía, como si de un momento a otro le ubiesen sacado algo muy nesesario; respiraba con dificultad, ahogándose tras una máscara que era tan parecida a
lo que ella había sido hasta entonces que nadie notaba su estado. Así parecía ser, ya que ni ella misma, mas allá de lo que sentía, podía descifrar en su reflejo algo que la hubiese transformado en otra. Mas ella sabía que no era la misma de antes.
Nesesitaba respirar, sentía como se le anudaban cuerdas en la garganta, como su pecho se hundía mas y mas...
Abría la ventana. El cielo negro, sin estrella alguna que lo invadiera, parecía tan vacío y triste como ella misma... su alma se le escapaba por la boca, sin que pudiese gritar para que no se fuera.
Una rosa fué el único testigo de cómo la Flor de la Noche desplegaba sus pétalos lentamente, masticando la vida que hasta ese día ella había tenido guardada en un espejo.
Comía su alma, se estremecía tras sus pétalos nuevos, y las espinas de la rosa se teñían de negro mientras eran abrasadas por la mano tétrica de la muerte, para ser guardadas dentro de aquel libro, que bajo la luz de una vela alguna vez había sido leído por alguien... o tan solo por un reflejo.

Despertaba al día siguiente de una pesadilla que la había perseguido toda la noche, toda una noche de muerte en vida... o de vida en muerte. El libro destrozado guardaba como un tesoro una rosa roja sin espinas.
El último recuerdo de acercarme a la ventana, una voz que susurraba en el espejo; la Flor de la Noche había marchitado.

Texto agregado el 01-11-2006, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-11-2006 Destaco los sentimientos de la protagonista, donde hay un dolor, una depresiòn y tristeza total hacie su vida, que sabe ha cambiado pero al mismo tiempo no lo sabe, se me hace algo confuso comprender el final, quizàs metafòrcio, pero ma ha gustado como haces danzar tenuemente al lector en la melancolìa existencial que vive la protagonista. doctora
 
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