.El sol
Cuando uno hace mal, va caminando por las veredas sin saber si está realmente pisando el suelo.
Recorre el camino que debe recorrer... o no. Uno mira hacia arriba, solo hasta que sabe que pisó
lo que no debía, y comienza a pagar por sus errores.
El hombre temía a esos hijos del Diablo, que caminaban con la cabeza gacha, hacia el suelo, pero
que no miraban hacia abajo sino hacia adentro. ¿Cómo seguían el camino, si aunque dejaban caer
sus ojos en él, no podían verlo? El Diablo los lleva adonde quieren ir; como un padre enseña a un
hijo a cruzar la calle, el Diablo enseña a sus hijos a caminar por los senderos del sufrimiento,
matando y muriendo.
La vida del hombre fué feliz... quién sabe. Solo él sabe si se conforma con lo que le toca para
intentar llegar último a la muerte... o regresar.
Pero el hombre nunca habló con él mismo, y así creyó querer seguir viviendo. No sentía dolor,
nunca lo había sentido. Cuando murió su padre, él lloró en su tumba, como si la gente no muriera
en la vida y no viviera en la muerte. Pero lloró, y se cansó de llorar. Confió en que Dios lo
iba a llevar por el "Buen Camino" para reencontrarse con su padre algún día.
Miró hacia adelante cuando sintió temor a la gente con la que podría chocarse, miró hacia abajo
cuando creyó que sus zapatos estaban desatados, miró hacia atrás para ver si alguien lo seguía y
miró muchas veces arriba, para ver si el cielo estaba mas cerca...
Caminó así como muchos lo hicieron, y se alejó de las estrellas persiguiendo horizontes ajenos a
su ser... y así lo envolvió la noche. Caminó mas rápido, mas rápido, mas rápido aún; corrió por
las calles iluminadas por los focos de luz que lo perseguían.
Pero en un momento sintió que la noche comenzaba a apagarse, cada vez mas...
"¿Estoy muerto? ¿Por qué he llegado aquí, acaso no he caminado por el sendero del bien?" El eco
de su voz resonó en el abismo oscuro, y el hombre reaccionó al verse enfrente a dos figuras
apenas visibles. Sus contornos describían a un hombre y una mujer, inmóviles frente al
inconsciente, que rodeado por la oscuridad sentíase amenazado, y se acurrucaba cada vez más contra sí mismo.
Sus rodillas se doblaron sin que él pudiera evitarlo, y quedó arrodillado en el suelo frío, hacia donde sólo había mirado para recoger alegrías perdidas... temía caer, como caen los que se rinden, los que llaman desesperados a la muerte para que los lleve lejos.
Se sintió desgraciado, pero no se dió cuenta. El frío lo estaba invadiendo junto al escalofrío del temor.
Allí, en ese mundo chiquito donde nunca había estado, el hombre se sentía vulnerable. Pero no
estaba solo; podía ver todavía las figuras, todavía inmóviles, que no sabía si le hacían sentir seguridad o más temor del que tenía. Fue entonces cuando al querer levantarse rozó con la mano la lata negra que se encontraba a su lado.
Una luz suave se acercó a socorrer al hombre, y éste pudo ver a las figuras. Levantó la mirada y
examinó poco a poco, intentando ver mas allá, donde solo había visto lejanas sombras doradas...
Los párpados negros contrastaban los rostros pálidos, enfermizos, y las ojeras violáceas los
fundían en su abismo interminable. No existían límites en sus cuerpos que se perdían en la noche
infinita, y dejaban asomar, como si flotaran, unas manos huesudas, tan pálidas como los rostros.
Poco a poco el hombre se fue tranquilizando al creer haber visto que sus ojos estaban
completamente cerrados, pero al querer marcharse cruzó inconscientemente su mirada con las que
él creía que no existían, y cayó, hundido en un sueño, al suelo.
Se vió caer en un pozo sin fondo, rebosante de ánimas y diablos que se sonreían al verlo
descender y descender, como si supieran que iba a terminar en algún sitio horrible, y lo
disfrutaban, como si tuvieran sed de dolor.
Lo despertó el frío, y se dió cuenta que estaba temblando. No se animó a levantar la cabeza, el
solo pensar que del susto podría volver a ese sueño de pecados y muerte lo horrorizaba; pero a
pesar del horror podía sentir como lo observaban, como lo iban consumiendo con la mirada, y
lentamente levantó la vista.
Los ojos de las figuras seguían completamente cerrados, pero inconscientemente el hombre los
esquivó, como no queriendo encontrarse con esa mirada que él mismo había creído que no existía,
y ahora la estaba sintiendo mas real que ninguna otra, naciendo en algún lugar desconocido, a
través de los párpados negros.
Miró a su alrededor: aquella luz suave que había llegado en su auxilio seguía allí, y pudo
reconocer la vereda, los focos de luz... volvió a mirar hacia donde se encontraban las figuras,
allí estaban, inmóviles, respirando o no, quién sabe. Apenas si le vino un pequeño recuerdo de
algo que había visto a su lado, y allí estaba la lata negra. El hombre metió su mano dentro, y
encontró una moneda. Quién la había puesto allí, quién sabe.
La miró, como a aquellos horizontes que él perseguía de vez en cuando, y pensó por primera vez en
todas las estrellas que había perdido... pero no le importo. Era tan feliz... nunca había
sufrido en su vida. Cuando murió su padre había llorado, aunque ya se había cansado de cuidarlo;
era como un enorme saco de papas que había llevado a cuestas toda su vida, y cada día se volvía
mas pesado... pero él había llorado, estaba orgulloso de haberlo hecho.
Soltó la moneda dentro de la lata, y esta sonó como si fueran miles. La primer estatua abrió los
ojos, dió un paso hacia delante y estiró los brazos lentamente hacia el cuello del hombre.
Concentró su mirada fría en sus manos, y lentamente fue curvándolas, dándole forma a sus dedos,
como si estrujaran algo, y quedo allí, inmóvil una vez más.
El hombre se había quedado muy quieto. Había querido moverse, pero no había podido. Las imágenes
del sueño, se le pasaban por la cabeza como una película de terror; necesitaba saber si había
sido real.
Saco así, una moneda de su bolsillo, y la dejó caer en la lata. Intentó hablar, preguntar, pero
no le salió, las palabras se le helaban en el frío de la noche.
Una niebla espesa comenzó a invadir la oscuridad, y la estatua volvió a moverse. Dió un paso,
dos, tres, y fijó sus ojos en los del hombre. Éste se quedó paralizado, viendo como una lágrima
oscura brotaba de los ojos inyectados en sangre, que recorría la mejilla de la mujer, que
llegaba a los labios negros, donde poco a poco se iba formando una sonrisa, la sonrisa mas
diabólica que había visto jamás...
Sintió como las manos rozaban su cuello, como se le cortaba la respiración; le exprimían el
aire, y su vida paseaba frente a él, como despidiéndose, muy lentamente... era una vida tan
larga, tan feliz...
.El atardecer
Desesperación... maldita luz lejana, maldito horizonte que marcaba un fin inalcanzable.
En un instante se retrocedió el tiempo. Las luces de los focos volvìan a iluminar el espacio, y el hombre abría los ojos temblorosos, inquietos e inquietantes... solo podía encontrarse instantánea locura en ellos.
No quería ver hacia ninguna lado mas que al suelo, no quería levantar la mirada a las pesadillas de aquellas figuras... no quería entregar su alma al infierno.
Pero se consumía, lentamente la sensación de que lo miraban lo penetraba, lo comía, saboreaba la carne sedienta de sudor de aquel último sueño de sufrimiento.
Ya no sabía que hacer... solo deseaba estrujar la lata, ésa que miraba fijamente, adivinando que las estátuas aún seguían allí. Sólo quería despertar...
Automáticamente su mano dejó de vibrar, penetró en el bolsillo del pantalón, arrojó hacia el cielo todo su contenido... la calle se pintóde verde, mientras el hombre veía la moneda girar y girar frente a sus ojos.
El suelo se abría a sus rodillas entumecidas, un río de lava ardiente lo llamaba...
Se hundía más y más, algo le impedía resistirse... era mas fuerte que su voluntad por vivir. Maldita voluntad por vivir.
"Talvéz la lluvia de la noche
acabara siendo mi final
cuando la mano suelte la cuerda
y el metal rompa en lágrimas de sangre
la vena y emanen con furia y descontrol
las espinas de una rosa negra..."
.Reencarnación
No volvió en si hasta estar tan cuerdo de pensar que todo había sido una pesadilla... si, la mas aterrorizante pesadilla que jamás haía vivido... y que seguramente jamás viviría.
Se autoconvenció de que solo había sido mortificado por la oscuridad.
Se fue perdiendo la silueta en la noche que ya se hacía día, entre sombras de párpados sedientos de sueño y entre las sombras de sus pensamientos, que él mismo había enjaulado.
Ya volvía a ser la noche en la sala, siempre iluminada para él... miraba la luz de las lámparas debajo del velo blanco; toda la habitación blanca, lisa, pura de maldad y oscuridad. Cortinas vírgenes de todo polvo, inasechables por imágenes de telas eternas de años e historias que contar... solo hoy, y nada mas que hoy para él.
Ya nada ni nadie permitiría que su alma cayera en las garras del recuerdo... ya no mas estrellas que lo llevaran a la oscuridad, ni mas uñas sucias que deescubran luces de focos en la ciudad.
"Solo será así el reencuentro
que volverá a dibujar la sonrisa delirante,
que rogará no haber querido nunca...
Volverá a lamentar los desvaríos de un loco
atormentado por la frágil espina de una rosa."
-Desde la oscuridad...
Esto era una novela escrita por Jimena Luca de 19 años de edad en sus últimos 4 años de vida.
Este año ella se la dió a tres personas para que la continúen; la tercera persona fuí yo. Cinco días antes de su accidente me la pidió y la quemó, junto con muchos otros textos que había escrito.
Esto es lo que quedó de la novela, lo que yo escribí.
Las dos últimas partes ("El atardecer" y "Reencarnación) no están completas, ya que una gran parte del texto estaba escrito por Jimena, y yo lo borré por respeto a su voluntad de que nadie conociera los sentimientos que ella había volcado en sus letras en vida.
Con el paso del tiempo voy a ir agregando mas partes al texto.
Sólo conservé algunas letras de una carta que ella nos escribió a los tres, pidiéndonos al final que si un día volvemos a escribir "Para que nos oigan..." sea para que nos escuche ella.
Esas letras las agregué al final de cada parte en la que ella había escrito algo, como símbolo de que ella estuvo y está ahí.
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