Sí, digo que al paso de los hombres
siempre habrá un sendero lleno de placeres,
discontuinuidades, diferencias y ecatombes.

Pero también digo,
diciendo entre los labios,
que no puedo creer que el mismo camino
sean las mismas calles
y que los mismos pasos
sean iguales caminos.
Sí, tu me andas en la tarde de marzo
en que hablamos tras una paleta rosa,
me recorreras el cuerpo y la mirada
en lo que dura cruzar una calle;
yo te respirare en la nuca y besaré
la delgada línea del placer
mientras desprevenida miras el cielo
y fugitiva escapas de mis palabras.

Igual da,
en los parques o en las urbes,
en las fincas o castillos,
siempre hay caminos
que a algún lado llevan,
entonces yo digo que soy caminante
y ando sin miradas tan fuertes al horizonte
y sí con cada huella firme y pureza en cada corazón perdido en el recorrido,
con el báculo reposándome tras lo bueno
de una voluntad de acero fundada
en sedas grices
y alas ocres.

¡Ah! No llego a saber cuando el poeta
murió sin conocer sus propias fuerzas de lamentación,
no alcanzo a buscar la misma decadencia
que cabe en un valde tras el agua de mil años.

Estoy esperando que un mundo completo
me indique el lugar por el que paso la gloria
y el espanto;
el mismo que de luces en ocasiones viene
y que bebe a cantaros sangre de brivones.

¡Ah!, de nuevo las sensación de no poder atrapar el tiempo en lás curvi-líneas
de los espacios me genera una angustia alucinante
tras los vapores de la calma.
Florece en mí
una muchedumbre inconforme
de caminos pendientes.