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Nunca pensé que llegaría ese momento. Cada día de oficina la miraba; cuando no, la extrañaba. Cuerpo de tentación, ropa ajustada para resaltar fabulosas formas redondas. Rostro de ángel y sonrisa de invitación. La miraba al pasar, de manera discreta seguía el cadencioso movimiento de sus glúteos, provocativo vaivén. Me llamaba el aroma a violetas de su perfume. Mas nunca me animé a entablar conversación con ella. Apenas un nervioso hola, o adiós; que esté bien o buen día.

Un día soleado de primavera coincidimos en el elevador. ¡Oh santa Primavera que excitas al amor! Solos ella y yo. Eran 32 pisos por subir, demasiado tiempo nos daba el rascacielos. Ella estaba a mi lado, pero no la podía mirar, no tenía valor para hacerlo. Sólo miraba el indicador luminoso marcando los pisos alcanzados, el tiempo perdido, la oportunidad que se iba. El cinco, el seis, qué lentitud. Tragaba saliva. Cuanto silencio. Al fin para, pero en el ocho. Alguien pregunta --¿Baja? --No, sube –dijo ella con delicada voz. Y seguimos solos ella y yo. Efluvios de su aroma nublaban mi entendimiento.

--¿Qué tal va el proyecto que entregará al director, señor Rodríguez?

Era su voz la que escuchaba, suave voz, amable. Rompía el hielo y se dirigía a mí. ¿A mí? Pues claro, si estábamos solos ella y yo. Además yo era el señor Rodríguez. Y sonó tan bien cuando lo pronunció. Me controlé para responder.

--Casi lo termino, señorita, pero no sé si lo aceptarán. Tal vez no sea lo que esperan.
--¿Por qué piensa de esa manera? Hay que ser positivos, hay que ver todo con optimismo.
--Sí señorita, pero es que... tal vez no sea muy bueno para ese tipo de proyectos.
--¡Vamos amigo Rodríguez! Usted es bueno para todo lo que se proponga.
--Gracias señorita, favor que me hace... Pero recuerde que el compañero Ulises va a presentar otro proyecto, él sí es bueno para eso. Está muy preparado. Seguro que eligen el suyo.
--Ningún favor, sólo digo la verdad. Mire, el compañero Ulises es bueno sólo porque cree en sí mismo. Cuando usted crea en usted mismo será más eficiente que el señor Ulises. Hagamos algo, apostemos. Si aceptan su informe le doy un premio.

--¿Apostar, qué es lo que apostamos?

Me miró fijamente a los ojos, pero no pude sostener la vista, la desvié hacia ese maldito indicador que no acababa de alcanzar el 32. Y su respuesta, breve, concisa y precisa, me tomó por sorpresa, me hizo enrojecer, sentir que la cara me iba a estallar.

--Yo soy el premio.

Una ensalada de ideas en mi cabeza me impedía responder. Las puertas se abrieron. Estábamos en el 32, apenas pude preguntar.

--¿Y si pierdo?
--Procura no perder.

Y salió con ese vaivén cadencioso de sus glúteos. Juraría que más acentuado de lo normal. Parecía una modelo recorriendo la pasarela. Saludaba alegre a diestra y siniestra, sonreía amable aquí y allá.

Gané; aceptaron mi informe. Es más, me felicitaron en la junta de consejo. El mismísimo director me felicitó. Incluso me dieron un ascenso. Y con él, un privado, una pecera de cristal para trabajar aislado de la muchedumbre, pero a la vista de todos para que todos me miraran y se murieran de envidia. ¡Gané, gané! Me decía una y otra vez. Y así llegamos a ese momento tan esperado en mi vida. Viviría mi más excitante fantasía sexual.

Terminé de encender las 24 veladoras aromáticas. El ambiente estaba invadido con efluvios de especias finas. Allí estaba ella, vestía tan solo vaporoso camisón, iluminada por vacilantes flamas que brotaban de los pabilos, nada más, ninguna otra fuente de luz. Atada por las muñecas y por los tobillos a las patas de la cama se veía increíble. Formaba con su cuerpo lujuriosa equis. Impedida su mirada por una venda.

Encendí el reproductor de cd's. Una noche en la árida montaña, la genial creación musical de Modest Mussorgsky comenzó a sonar. Notas bajas in creccendo, una sinfonía de misterios, de sombras nos envolvió. Pulsé el “Repeat” para que la música nunca se interrumpiera y me fui despojando de toda la ropa. Ahora todo estaba a punto para vivir mi fantasía.

--Esto comienza a impresionarme, en realidad esperaba algo más convencional –dijo ella.

De rodillas entre sus piernas la miraba tijeras en mano, mientras callaba su voz con un beso. Qué hermosa se veía. Despojada de esa seguridad que siempre mostró, maldita seguridad que me cohibía. Pero ahora yo dominaba. Yo, macho dominante; ella temerosa. Apretaba sus labios. Temía. Quizá hasta quisiera llorar.

Mussorgsky resonaba y hacía vibrar los muros de la habitación. ¡Qué momento! Era hora de comenzar. Con las tijeras, grandes, muy afiladas, fui cortando lentamente el camisón que cubría su hermoso cuerpo. Iba descubriendo una piel blanca, suave, muy tersa. Fuertes aspiraciones hacían llegar deliciosos aromas hasta lo más recóndito de mi ser.

Eros, déjenme llamarla así, se estremecía de miedo, podía percibirlo. Su cuerpo temblaba. Desnuda incrementaba su belleza al mil por ciento. El grado de excitación que habíamos alcanzado era increíble. Mi vieja fantasía no me estaba defraudando.

Tomé el pomo de miel de abejas dispuesto junto a la cama. Endulcé mi erecto pene. Luego froté con las palmas de mis manos todo su cuerpo, todo con dulce bálsamo. Pude sentir cada una de sus formas; formas antes ocultas para mí. Mis manos se deslizaban suavemente. Era como un ballet sobre cálida superficie.

Cuando más excitado estaba, cuando escuchaba a Eros gemir de placer, algo distrajo mi mente. Era como las notas del tema de la película El Golpe que se mezclaban entre Una noche en la árida montaña. ¿Una copia pirata? Pensé. Y entonces descubrí la verdad. ¡Mierda! Era mi móvil. Por breves instantes pensé en ignorarlo, pero eso no era posible. Así que fui en busca del maldito aparato, invento infernal de las esposas celosas, dominantes. Cambié de habitación para responder.

--¡Hola!
--Cariño ¿interrumpo? ¿estás ya en la junta?
--No, no, para nada mi amor, de hecho apenas íbamos a entrar.
--Me alegro cielo, odiaría interrumpir algo importante.
--No, no, dime qué se te ofrece.
--No lo vas a creer. Me quedé sin auto y tengo que ir a hacer algunas compras. Entonces pensé, si vas a estar en la junta, pues paso por tu auto y cuando salgas voy por ti para traerte a casa.

¡Esposas! Tienen pacto con no sé qué ángel bueno que las mal aconseja. Son precisas para planear la manera de arruinarte la vida.

--Eh, este, cariño...
--Pero si vas a estar en la junta para qué quieres el auto allí parado...
--No, sí, claro, puedes venir por el auto.
--Gracias amor, te quiero mucho.
--Yo también.
--Oye, escucho música.
--Eh, sí, sí es Mussorgsky, ya sabes cómo me gusta. Hasta en la oficina lo pongo.
--Sí cariño, disfrútalo. Te mando un beso. Entonces voy por el auto.
--Aquí estará cielo.

¡Recontramierda!!!!! ¿Y ahora? Si salgo en este momento en 15 minutos estaré en la oficina, dejo el auto en el estacionamiento, veo que se lo lleve y regreso a la junta. En media hora podremos continuar. Si, vamos, manos a la obra.

--¿Ocurre algo? En dónde estás que no te escucho...
--Aquí, aquí estoy, contemplaba tu bello cuerpo.
--Me siento nerviosa, por qué no me quitas la venda por lo menos...
--No, trata de tranquilizarte. Aquí estaré sentado, contemplándote largo rato. Disfrutando al máximo la música mientras te contemplo.
--Esa música me asusta.
--Pero es Mussorgsky, el gran Mussorgsky, aprende a disfrutarlo. Ahora silencio. Relájate.
--¿Por qué no me haces el amor de una vez y terminamos?
--Sssssssshhhh!!!!!

Y mientras hablaba ya me había puesto el pantalón, los calcetines, zapatos y camisa. Saco y corbata los llevaría en la mano. Me los pongo mientras llego al auto. ¿Y los calzoncillos? No podía perder tiempo en ponérmelos, regresaré por ellos.

Pese al tránsito llegué a tiempo. Estacioné el auto y descendí del mismo. Justo entonces llegaba ella en un taxi. Traté de parecer tranquilo.

--Aquí estás cielo. Gracias por bajar para darme un besito.
--En realidad quería verte. Es que te extraño tanto cuando no estás conmigo.
--Cariño...
--Anda, ve con cuidado, y no te preocupes por venir por mí, yo me voy en un taxi, tal vez algún compañero me lleve.
--Noooooo, yo quiero venir por ti. Llámame en cuanto hayan terminado la junta. Bye.

Soy un genio, pensaba. Todo se resolvía de maravilla. Pero tenía que aparecer Ulises.

--Hola Ulises, cómo le va.
--Hola Verónica, que andas haciendo por aquí.
--Pues vine por el auto, como jorge estará en la junta no lo va a necesitar.
--Ahhh!!!! Qué bien. Pues les tengo una magnífica noticia. Acaba de anunciar el director que se suspende la junta.

¡Maldito resentido. Me quiere acabar sólo porque le gané el proyecto!

--¡Estupendo! ¿No te parece maravilloso Jorge? Anda vámonos entonces.
--Pero, es que... irme así nadamás, sin despedirme siquiera.
--No te preocupes compañero que ya no queda nadie en la oficina. El director tuvo que salir de emergencia y todos se fueron ya.. Anda acompaña a Verónica. No la dejes sola, recuerda que hay muchos lobos hambrientos...
--¡ay Ulises! Qué cosas dice.

¡ayyyyy Maldito! Ya me la pagarás.

Y así, me dirigía a un excitante tour de compras con mi esposa.

--mmmm... Cariño, el auto huele como a miel.
--Ehhh sí, debe ser el aromatizante, es que lo llevé a lavar.
--Pues diles que no vuelvan a usar este aroma, no me gusta. Prefiero el de vainilla.
--Sí, se los diré.

Al día siguiente llegué muy temprano a la oficina. Estaba en mi privado, con las cortinas abiertas, mirando el reloj y mirando las puertas del elevador. Por un lado deseaba verla entrar, por otro, temía verla entrar.

No imaginaba cómo podría deshacerse de las ataduras. ¿Aún estaría allí? Si no llegaba a trabajar buscaría la manera de salirme e ir en su auxilio.

Por enésima vez se abrió el elevador, ahora apareció ella. Me sentí de rodillas en el centro del madrileño redondel de Las Ventas mirando salir de los chiqueros a un furioso Miura que resoplaba al aproximarse amenazante.

Se fue directo a mi privado, a mi pecera, seguida por todas las miradas. Entró aventando la puerta que se estrelló con gran estrépito contra el muro. Buscó en su bolso. Temí que fuera a sacar un arma, pero eran mis calzoncillos embarrados con miel, los que me lanzó a la cara. Tomó la taza de café y la derramó en mis pantalones.

Ardía mi orgullo de hombre. Me levanté asustado para ponerme a resguardo de lo que pudiera seguir. Entró Alberto, despistado de lo que estaba pasando.

--Hola chicos. Jorge, sabiendo lo mucho que admiras a Mussorgsky, mira lo que traje para regalarte: Una noche en la árida montaña interpretado por la Orquesta Filarmónica de Viena y bajo la dirección de Herbert Von Karajan, nada menos...

La Miura lanzaba fuego a cada resoplido. Arrebató el cd de las manos de Alberto, lo destrozó y lanzó los pedazos sobre mi escritorio antes de salir igual que entró.

--¿Pero qué le pasa a esta tía? ¡Se ha vuelto loca! Oye, y tú qué... ¿Te has orinado en los pantalones? ¡Vaya, hoy todos se han vuelto locos!

En Cancún, en la costa del Caribe mexicano.


Anexo comentarios a este mismo cuento dejados en La Columna del Miércoles

Texto agregado el 31-10-2006, y leído por 55 visitantes. (7 votos)

Lectores Opinan


2006-11-03 21:03:35 me gusto mucho, me mantuve expectante todo el rato. ebyoei


2006-11-02 04:37:08 De verdad que es un cuento muy bien logrado en el que combinas excelentemente erotismo, angustia, temor, decepción, frustración y sarcasmo. Como reflexión es interesante, pues muchas veces alguna obseción que abrigamos, se nos escapa de las manos cuando casi la hemos obtenido y como lección nos deja, algo fundamental, que cuando vamos a una "junta" el CELULAR SE APAGA. Te felicito. 5***** Tico


2006-11-01 00:33:19 ¡Qué buen rato he pasado con esta lectura! Pero si consigues que las mujeres sintamos complicidad con ese granuja, jajaja...Y también pena por esa Mujer 10, abandonada jajaja... Y aplausos por la esposa tan resuelta. Lo de los compañeros de la Junta es pura venganza; para ellos un buen pisotón en el callo, y para ti UN MILLÓN DE ESTRELLAS. Pues claro que sí, que un cuento es una excelente Columna, en este caso, del miércoles ¡Qué mejor en una página literaria que crear! maravillas


2006-10-31 23:30:30 Muy buen cuento, muy buen relato, no pierde ritmo en ningún momento. Por un momento hasta pensé en un psicópata. Felicitaciones amigo. Besos y estrellas. Magda Gmmagdalena


2006-10-31 23:15:43 Buena prosa, gran relato, excelente historia ***** SorGalimProseneta


2006-10-31 22:55:23 Misión cumplida, por mi parte, ya que me hizo reflexionar. En realidad no sólo me hizo reflexionar el cuento, sino también el lugar donde fue escrito: ¡qué bueno sería estar allá! (pensé) :-) Iwan-al-Tarsh

Texto agregado el 31-10-2006, y leído por 971 visitantes. (23 votos)


Lectores Opinan
20-01-2008 Como siempre, tu narrativa es excelente, y tu historia muy creativa. Me gustó. Todas mis estrellas. Sofiama
13-12-2006 jajaja, perdon, pero me robò una carcajada...esta buenisimo el cuento no solo por lo còmico de la situaciòn en la que se pusieron los personajes...ay este hombre!!...no pude evitar sentirme identificada con...Verònica!...mira que he tomado nota...pondrè atenciòn al olor de desodorante del carro!!...en fin...ya en serio, me fascino la estructura y sobre todo el fondo del relato...genial luzyalegria
06-12-2006 Un texto comprometido, sin duda; una denuncia ante algo muy común en esta sociedad capitalista e hipócrita. Muestra al protagonista, un pequeño burgués reprimido que trabaja en una oficina y mantiene un matrimonio perfecto en apariencia, y sus fantasías eróticas que no se atreve a llevar adelante con su esposa. La doble moral de un oficinista libidinoso y repugnante. Muy logrado, merece 5*. Salvo que sea autobiográfico, en cuyo caso merece 1*. Si es así, me atrevo a recomendar que reemplace la miel por algo menos puerco, algún aceite para masajes, por ejemplo. En venta en toda buena perfumería. el-tabano
04-12-2006 Entusiasma el chascarro narrado. Lo mejor; el hilo conductor tan muy bien hilvanado. BenHur
01-12-2006 enyesada, perdón, parece que me enyecé los sesos tb,jajajajajajaj Anti_Musa
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