Ya no se llama Teresa
Las lágrimas derramadas llenaron la habitación y el verano, testigo inevitable, las abrazó con vehemencia y se las llevó convertidas en vapor. Surcaron casas, cables y calles y, como globos multicolores, subieron y bajaron para llegar hasta el destino. Las que fueran gotas saladas flotaban etéreas, angustiadas y eternas.
Entre el pavimento se vislumbró el objetivo: ahí estaba, extraordinariamente hermosa, rostro suave, ojos mágicos y boca fantasiosa; se le reconoció por la voz, profunda, seductora y embrujada. Traspasaron sus ropajes y palparon unas piernas encantadas, recorrieron sus senos pequeños y claros y se posaron en su piel morena.
A pesar del embeleso que despertaba, el cuerpo ya no interesó. Las partículas la penetraron y le extrajeron el reflejo de su risa, su música de suspiros, sus palabras de amor y miradas de ternura. Ella se quedó con las entrañas y la piel cubiertas con un vestido corto. Disfrazó su rostro con los más preciosos cosméticos y se fue en busca de placeres.
No regresará. El viejo amor ya no existe; por orgullo, no volverá al pasado, por dignidad, no sería recibida.
Sin embargo, su sonrisa, sus palabras, sus miradas y el eco de sus orgasmos se conjugan con las lágrimas. Ahora, unidos, transformados en tinta azul, viven en la sabana blanca de una hoja de papel bond. Ya no se llama Teresa, hoy su nombre es Personaje y será motivo de las más sentidas historias.
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