Los inviernos de Vivaldi, mujeres que ya no vuelven, por vacías, por rotas. El mito del amor y su conceptual existencia, el paso del tiempo y sus frías tardes, la cadencia de los relojes, el silencio gris de mis paredes blancas, de mi casa blanca, de mi alma blanca.

Los inviernos de Vivaldi, mi mano temblando, por el peso de la tinta, por el paso de los años, el grafo de las palabras, que aún tatuadas, no son realidades.

El lento invierno de Vivaldi, los violines implacables, sin amor, sin teatro, sin preguntas, sin actrices, sin nada... sin nada ni nadie.
Las lágrimas que como hombre te he dedicado, te regalo los sonidos de la naturaleza, para que no vayas a negarte, porque con el correr del tiempo, jamás alguien te había entregado tanto.

Transitantes de las calles, en los inviernos de Vivaldi, no quize hacerme a la conciencia, ella golpeo mi puerta, y colándose por el cerrojo, me encontro dormido, me hizo soñar con tus paisajes y tus verdades... Si alguna vez fuimos felices, si sonreímos, si fue realidad nuestro mejor instante, entonces no importo el tiempo, ni su transcurso, ni sus años; un minuto de tu amor, hubiera pagado cada muerto del pasado.


Luego las tormentas y sus desastres, fueron presagios al pié de mi puerta, vestidas de conciencia, queriéndose colar por el cerrojo de mis llaves, con la ilusión de un nuevo adepto, en las costas de los mares, de las tristes miserias mentales. Y no lograron encontrarme, como nota de despedida, había dejado mi cuerpo, reposando sobre la cama, esto ocurrió, esto ocurre ahora, y quién sabe cuanto ha pasado, desde que yo ya no estaba, en las márgenes de aquel río, esperando sus caudales.

Si penetraras en mis ojos, si fueras sangre, o si fueras muerte, no encontrarías vida, ni espejos... No encontrarías mujeres, ni amor, ni tiempo, ni cadencias, ni relojes. Te quedarías sin paredes, sin silencio, sin casa, sin alma, sin manos, sin tinta, sin tatuajes, sin palabras. No tendrías violines, ni teatros, ni actrices, ni preguntas, ni conciencia, ni muertos, ni cerrojos, ni puertas, ni tormentas, ni verdades. No conocerías preságios, ni desastres, ni llaves, ni adeptos, ni mares, ni miserias mentales. No habrían notas de despedida, ni cuerpos sobre la cama; no márgenes, no ríos, no caudales.
Te sentirías vacía, sin nada, sin nada ni nadie, nisiquiera lágrimas.

La cama aún esta caliente, pero...

...Han pasado muchos años, desde que decidí marcharme, hacia los lejanos caminos, de los inviernos de Vivaldi.