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Un Problema de Autoestima

-¿Un fantasma dice usted? –inquirió incrédulo el doctor.
-Así es –respondió Carlos a través del teléfono-. Hay un fantasma en mi casa y lo quiero fuera.
Una breve pausa asoló la conversación durante la cual el psicólogo castigó severamente a su secretaria por pasarle cualquier llamada, sin filtro alguno.
-¿Y por qué –continuó al fin- me llama usted a mí, señor Gonzáles? ¿No debería contactarse con un cazafantasmas?
Carlos dejó pasar el sarcasmo y se limitó a responder.
-Porque lo que el fantasma necesita es un psicólogo –alegó el señor Gonzáles-. Verá usted, él tiene un problema de autoestima.
El terapeuta ni siquiera intentó ocultar la risa. Ahora estaba más que claro el asunto. Aquella era la verdad tras el fantasma.
-¿Por qué lo dice usted? –preguntó el especialista.
-Porque él es muy pequeño –respondió Carlos-. Es tan diminuto que yo sólo puedo verlo con una lupa y él me ha contado que sus compañeros se burlan de él por su tamaño.
-Ya veo. Y, dígame, ¿por qué quiere sacarlo de su hogar?
-Pues porque es un poltergeist –exclamó Carlos-. El pobre desdichado, en su trastorno, me ha robado todos los espejos que había en mi casa y continúa hurtando los nuevos que compro. Además, ha ocultado todas las superficies brillantes o reflectantes, así que me he quedado sin televisor, computador, cubiertos, platos, tostador, relojes, entre otros miles de objetos.
-Ya veo. Entiendo que no le agrada su apariencia.
-Cierto. Yo he tratado de convencerlo de lo contrario cientos de veces. Después de todo, a mí no me parece tan feo como él dice, aunque sólo puedo verlo con la lupa.
-Claro.
El silencio reinó otra vez en la charla mientras el terapeuta anotaba los síntomas descritos por el hombre.
-¿Hay algo más –dijo al fin- que deba saber?
-Sí –respondió Carlos y su voz se ensombreció-. El fantasma… él es calvo. Lo noté la primera vez que lo miré bajo la lente, su cabeza resplandecía como un prisma. Como era la primera vez que hablaba con él, cometí el grave error de mencionárselo…
La voz del hombre se apagó.
-¿Señor Gonzáles?
-Sí, disculpe. Lo que sucede –continuó Carlos- es que en represalia el maldito me afeitó la cabeza y ahora soy tan calvo como él.
-¿Hace cuánto tiempo fue esto?
-Hace cerca de dos meses.
-Ya veo.
Silencio otra vez. A ratos sólo se oía el roce del lápiz contra el papel proveniente de la oficina del psicólogo.
-¿Algo más? –preguntó el especialista.
-Creo que eso es todo.
-Muy bien.
-Entonces –indagó tímidamente el señor Gonzáles- ¿me ayudará? ¿Vendrá a hablar con él?
-Por supuesto que sí, hombre –rió el terapeuta-. Ese es mi trabajo, ¿no?

Una hora después, el psicólogo tocaba a la puerta del señor Gonzáles. Momentos más tarde, al abrirse la puerta, el terapeuta pudo ver a un bajito hombre, de no más de un metro cincuenta, rechoncho y calvo, y no exactamente apolíneo en su apariencia. El hombre se le quedó mirando con incertidumbre en su rostro.
-¿Señor Carlos Gonzáles? –preguntó el terapeuta.
-Así es –respondió él-. ¿Qué se le ofrece?
-Soy el psicólogo. He venido a solucionar el problema con su fantasma.
El petizo hombre lo miró extrañado y no supo qué decir. En ese lapso se percató de que había dos hombres tras el psicólogo, ambos vestidos con sendos trajes blancos. Eran bastante fornidos en comparación con él.
-¿Fantasma? –dijo Carlos-, ¿qué fantasma?
El psicólogo se sorprendió de aquella respuesta, pero no debía dejarse convencer por la demencia de aquel hombre.
-No se preocupe, señor Gonzáles –le dijo con la voz más meliflua que pudo producir-. Ahora está en buenas manos –y se dirigió a los hombres tras de él-, llévenselo muchachos.
Sin que tuviera tiempo para reaccionar, Carlos se vio arrastrado por los dos enormes hombres rumbo a la ambulancia que los esperaba estacionada frente al frontis de su casa. No podía zafarse, eran demasiado fuertes.
-No –gritó Carlos-, ¿qué demonios hacen?
-Tranquilícese, señor Gonzáles –dijo el psicólogo-, nosotros lo curaremos. Conozco al siquiatra perfecto para solucionar su condición. Sólo relájese.
-¿Siquiatra? –chilló Carlos aún más fuerte-, ¿de qué diablos habla? Si yo no estoy loco… ¡Yo no estoy loco!
-Ya lo sé –respondió condescendiente el psicólogo-. Ya le dije que no se preocupe. Con el tratamiento y medicamentos adecuados estará como nuevo otra vez y dejará de ver fantasmas.
-¿Fantasmas? –gritó Carlos-. ¿Está usted loco? ¿De qué fantasmas me habla?
Y así continuó gritando el menudo hombre hasta que sus alaridos se perdieron en el interior de la ambulancia, la que segundos después comenzó su marcha y se alejó de la casa que por décadas había sido el hogar del señor Gonzáles, pero que ahora tenía un nuevo dueño. Un inquilino más etéreo y malicioso.

Texto agregado el 30-10-2006, y leído por 115 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-11-2006 Si, muy bueno!! a_divinis
30-10-2006 ji ji ji... madrobyo
30-10-2006 Estupendo...un viaje de la imaginacion!!!! Aytana
 
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