Cuando se mira la ciudad desde un piso 21, de noche, silenciosa, con vagas sirenas aullando por su tan ansiada presa, con una delgada luna reflejándose sobre las terrazas oscuras, como tiendas cerradas sin ánimo de vender.

Y el tiempo anda en puntas de pié y las sombras de las estatuas en un jardín de otoño.

Y cuando el sol se asome y derrita esas estatuas, y la gente salga de esas vidrieras, se quemarán sus pies y nadie cesará de correr, tratando de ubicar un trozo de sombra de estatua, sin saber que el sol, que da vida las ha derretido y morirán, de rodillas, como el sol tanto anhela.

Y construirán mas estatuas para poder descansar mañana, sin saber que no basta la suave y fría noche para que esos trozos de yeso conserven su frío, porque el sol las quemará.
E indirectamente quemará los pies de sus habitantes, que pasarán el resto de sus descarriadas vidas, creando cosas para “mañana” sin saber que ese mañana nunca llegará...