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Es casi noviembre. Ella se sienta en la butaca (se deja caer, insolente) con un café al lado, caliente y de olor intenso, haciendo ver que nada le importa. Suena música. Acto seguido levanta la mirada. Rastrea todo lo que le rodea. Es muy hermosa y eso es peligroso. Alrededor hay humor y rupturas, quiebros, pequeñas distancias insalvables. Siempre es así. Es domingo por la mañana y el sol entra por la ventana, roto y asustado.

Ayer encontré nieve en una maceta, y decidí conservarla. Tantas cosas que pueden hacer daño. Tantas cuchillas y tantas estrellas.

Me siento solo de una manera oblicua, amorfa. Aún así sigue habiendo exposiciones y estrenos de cine y a pesar de la época hace mucho calor. Es ridículo.

Esta ciudad no puede existir. No puede existir ningún lugar tan extraño que no hay sido inventado para hacer felices a sus habitantes. Por tanto, tal vez habitemos el paraíso de los desterrados. Feliz paradoja, azucar glassé, elefantes y mapaches (míralo, por ahí se escapa uno).

Tantas cosas se dan por supuestas. Por ejemplo, cómo sentir. Por ejemplo, cómo mirarte. Por ejemplo, cómo respirar. Y así nos va.

Un buen día decidí comenzar a repartir muérdago y sonrisas. Un mendigo me robó la cartera.

En las ciudades no queda gente que se ría en público, y estamos matando los bosques donde escondernos. Ella continúa mirando las paredes. De vez en cuando me dedica una mirada que no me pide nada. Me siento aliviado. Siempre promesas, promesas perdidas, promesas lanzadas al aire como bengalas de socorro. A un problema le sucede otro, pero solo son trucos para no caer en el más terrible aburrimiento.

Mañana lloverá. Eso espero. Si no, empezaré a inquietarme de una forma demasiado tropical.
Imagino. Y cuando imagino te imagino a ti, o te recuerdo en otros lugares y otras mañanas sin el peso de los acontecimientos. Tal vez esos recuerdos sean más bien imágenes de un futuro impetuoso por llegar. El tiempo de los descubrimientos nunca es ahora mismo.

Cuento los pasos, las horas, los minutos, las monedas en el bolsillo, una pechuga de pollo o dos, un aguacate o dos, siempre recuentos o bagajes, zancadillas, relojes, discurrir en el tiempo y las ciudades. Discurrir por todos los lugares a la vez, lugares que, por supuesto, dejan de existir cuando no estás en ellos. Como las personas a las que desconoces cuando no las ves. Como tú cuando duermes. Como ella cuando pasa a mi lado y no me dedica ni una triste sonrisa. Pero basta de arrogancia, nadie está obligado a sonreir si no lo desea. Nadie está obligado a ser feliz. Ese podría ser un buen punto de partida.

Llegados a este punto, ya no me quedan ganas de escribir. Así que este es el fin. Se acabó. Fin. Es imposible. Seguiría escribiendo hasta perder la noción de las noches y el tacto en la yema de los dedos. Pero no puede ser. Así que este es el fin. Se acabó. Fin. Que alguien me detenga de una vez, por el amor de Dios.

Una noche te observé cuando no estabas. Todos los augurios estallaron.

Texto agregado el 30-10-2006, y leído por 237 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-10-2006 Un ritmo excelente, de vértigo, buen argumento y vocabulario inmejorable. Ysobelt
 
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